Asunto delicado siempre. Por segunda vez Tereza recibía propuesta de casamiento pero la primera no contaba porque el candidato estaba demasiado borracho en esa solemne ocasión. Una injusticia, además, porque Marcelo Rosado, irremediable abstemio, se había emborrachado sólo para alcanzar el coraje necesario para hacer su declaración de amor. Sobrio, no le faltaban ni pasión ni disposición para atarse, pero, eso sí, le faltaba ánimo para enfrentarse con Tereza y pedirle la mano en casamiento. Se llenó de cachaça y, como no estaba acostumbrado, fue un desastre; en el momento culminante de la confesión, vomitó hasta el alma en la residencia de Altamira, en Maceió, donde se encontraba con Tereza una que otra vez, lo mismo que otros, cuando la muchacha andaba corta de dinero.
Tereza no se ofendió, pero no creyó en los propósitos del contable de la poderosa firma Ramos y Menezes. Ni siquiera se tomó el trabajo de exponerle las razones de su rechazo, lo tomó en broma y se terminó. Humillado por el hecho y por el escaso interés demostrado por su pretendida, Marcelo desapareció llevándose consigo el recuerdo y el gusto por Tereza; nunca pudo olvidarla. La mujer con quien se casó años después en Goiás, donde había ido a parar, lleno de vergüenza y dolor, recordaba en el modo de ser, de reír y de mirar a la frustrada novia, la inigualable muchacha de paso en Maceió, sambista de cabaret.
Sambista de cabaret también ahora, en Bahia, también ahora inigualable muchacha que frecuentaba por necesidad la residencia de Taviana, renombrada y discreta. Obteniendo, triste es constatarlo, más éxito en la cama que en las tablas del Flor de Loto, el «fantástico templo de diversiones nocturnas» según la frase publicitaria y discutible de Alinor Pinheiro, dueño del local.
No teniendo mayores gastos, pues no mantenía enamorados, Tereza ejercía en la residencia lo menos posible, a pesar de las constantes solicitudes. Competente en el oficio, hermosa, educada, de finas maneras, se mantenía distante de cualquier interés, sexual o sentimental, indiferente a los hombres. Clientela reducida a unos pocos señores adinerados, escogidos por Taviana, de años largos y moneda fuerte. Jamás ninguno mereció ni siquiera un pensamiento de Tereza. Algunos la quisieron en exclusividad, exhibiendo carteras repletas, en tentadoras propuestas de amancebamiento. ¡Querida, jamás! No repetiría el error de cuando se fue a vivir con el director del puesto médico de Buquim.
Desde los lejanos tiempos de Aracaju no había vuelto a sentir su sangre caliente, ni a cambiar miradas cargadas de luz y de sombra. Tereza estaba muerta para el amor. No, no es verdad. El amor le quema el corazón, es un puñal clavado en su pecho, cruel nostalgia, última y tenue esperanza. Januário Gereba, marinero de mar ancho y lejano, ¿dónde andarás?
Insinuantes gavilanes la asediaron en el cabaret, quisieron enamorarla, los intolerables buenos mozos de la zona prostibularia. Con los clientes de la residencia Tereza empleaba sus conocimientos de cama, su distinción, Tereza do Falar Macio; con los chulos usó la indiferencia y, cuando fue necesario, la indignación, Tereza Boa de Briga: déjame en paz, no me fastidies, vete a buscar otra. Hizo correr escalera abajo del Flor de Loto al irresistible Lito Sobrinho y se enfrentó a Nicolau Peixe Cação, policía de los más asquerosos; ambos se habían enfurecido.
La vieja Taviana, con casi cincuenta siglos de prostitución, veinticinco de los cuales ejerció de proxeneta, que sabía todo acerca de la profesión y de la naturaleza humana, al conocer a Tereza divisó en ella una fábrica de hacer dinero, un pedazo de hembra capaz de enriquecer su casa y hacerla ahorrar. Planeó presentarla a algunos viejos como mujer casada, honesta pero pobre, traída a la residencia por las dolorosas cosas que tiene la vida, las necesidades, la desesperación, una triste historia. Historias podía contar varias, Taviana poseía un inagotable stock en los archivos orales de su establecimiento, todas verdaderas y cada una más conmovedora. Con esa pequeña farsa crecerían el interés y la generosidad de los beneméritos clientes, pues no hay nada más delicioso y confortable que proteger a una mujer casada y honesta, practicando la caridad y poniéndole encima los cuernos al marido, con satisfacción para el alma y para la materia.
Como era medio tonta, Tereza no había querido que le endilgara semejante historia, no quería hacer más oscuro y penoso su oficio. Con el tiempo se hicieron amigas pero Taviana, moviendo su blanca cabeza, le repetía el diagnóstico:
—Tereza, no eres viva, no naciste para esta vida. Tú naciste para dueña de casa y madre de familia. Te tienes que casar.