En el reino del licenciado Hélio Cotias, jefe de Juegos y Costumbres, el movimiento es normal. En el laberinto de las calles mal iluminadas las mujeres buscan clientes, se ofrecen, llaman, invitan, indican especialidades, susurran, ruegan. A las puertas y ventanas exponen la mercadería, pechos y cadera, nalgas y vulvas, productos baratos. Algunas muy arregladas, las caras pintadas, con el clásico bolso, se dirigen hacia la calle Chile en cuyos hoteles se hospedan habitualmente los fazendeiros y comerciantes del interior.
En los bares, los clientes de todos los días y los eventuales, la cerveza, el coñac, los cócteles, la cachaça. Proxenetas, gigolós, algunos artistas, los últimos poetas de romántica musa. En el Flor de São Miguel, alto, rubio, el alemán Hansen dibuja escenas, figuras, ambientes, mientras conversa con las putas, amigas suyas todas, confidente de la vida de cada una.
En los cabarets, los conjuntos de jazz, los pianistas que atacan con la música para bailar, las parejas que ocupan la pista, el fox, la rumba, la samba, la marchinha. De vez en cuando un tango argentino. Entre las once y la media noche se exhiben cantantes, bailarinas, contorsionistas, todas de ínfima categoría. Aplaudidas, esperan invitaciones para el fin de la noche, su actuación les permite cobrar un poco más caro, cuestión de status.
La vida fermenta al correr de las horas, la clientela aumenta entre las nueve y las once, entonces empieza a disminuir. Viejos y jóvenes, hombres maduros, pobres y acomodados, algún rico vicioso (los ricos por regla general utilizan las confortables residencias discretas, casi siempre al caer la tarde), obreros, soldados, estudiantes, gente de todas las profesiones y los profesionales de la bohemia que envejecen en las mesas de los bares baratos, de los melancólicos cabarets, enamorando a las muchachas. Noche ruidosa, trepidante, fatigosa, a veces marcada de ansias y pasiones.
A la hora de máxima animación, algunas finolis curiosas, en compañía de sus maridos y amantes, cruzan las calles de la zona, se excitan con el espectáculo de la prostitución, las mujeres semidesnudas, los hombres entrando en los burdeles, las palabrotas. ¡Ah, qué delicia sería hacer el amor en uno de esos agujeros, en la cama de una puta! Les corre un frío por la espalda.
Cuando pasa el automóvil del jefe por los rincones de ese vasto reino, algunas figuras de hombres y mujeres se mueven apresuradas. Tereza Batista y el detective Dalmo Garcia, provenientes de puntos distintos, confluyen al mismo tiempo ante la puerta de la residencia de Vavá.
Al trasponer el umbral en dirección a la escalera, el policía se detiene a mirar a la mujer: es la sambista del Flor de Loto, un pedazo de morena. ¿Hace la vida en casa de Vavá? ¿Reservadísima, la revoltosa que trae a mal traer al colega Peixe Cação, ahora practica en el mayor burdel de Bahia? ¿Qué sucederá? Uno de estos días, con calma, el detective Dalmo Coca sacará en limpio las afirmaciones de Cação Papa-Filha, hoy no tiene tiempo. Asunto importante es el que lo lleva hasta Vavá. Avanza hacia la escalera, Tereza espera en la calle algunos minutos.