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Esa noche, de paso por la Brigada, el licenciado Hélio Cotias pregunta cómo anda el traslado.

—¿Dónde está el comisario Labão?

—De servicio por la calle, señor.

—¿Y Nicolau?

—También. Salieron juntos.

Ciertamente, para controlar la operación de la que son responsables. De cualquier manera, el plazo dura hasta el día siguiente. En su automóvil de chapa blanca, Carmen espera, van a jugar a los naipes en la residencia del parlamentario, con algunas parejas de alto copete, el jefe sonríe pensando en Bada. La víspera le dijo estatuilla de Tanagra, hoy va a decirle enigmática Gioconda de Leonardo. Pero de ninguna manera va a tomar de ese whisky falsificado, sólo tomará cerveza.

Para ganar tiempo le ordena al chófer que corte camino, ya van con retraso. El automóvil atraviesa por oscuras calles, la luz de los faroles ilumina a las mujeres que andan a la caza de hombres, a otras que esperan a la puerta de los burdeles. Carmen las observa curiosa.

—¿Tú ahora mandas en esa gente, no es cierto? Mi pequeño Hélio, el rey de las prostitutas. ¡Qué divertido!

—No le veo la gracia. Es un puesto importante y de mucha responsabilidad.

El automóvil desemboca en la Baixa dos Sapateiros, rumbo a Nazaré.