De puro entrometida. Haciendo la vida de modo discreto en la residencia de Viviana, no ejerciendo en el burdel de puerta abierta, viviendo en una casa libre de toda sospecha en una calle familiar y no en pensión de mujeres, Tereza nada tenía que ver con el asunto de la mudanza. Sin embargo, participó del desorden y estuvo, según testimonios idóneos, entre las más barulleras, exaltadas y activas. En opinión de Peixe Cação, fue la principal responsable. Razón de sobra para la rabia de los polis que se descargó sobre ella, cuando todo terminó.
Ya traía fama desde su sertón de origen de ser mujer liante, gritona y malcriada. Si nadie la había llamado, si nadie le había pedido opinión ¿para qué se metía? Manía de asumir los dolores de los otros, de no soportar injusticias, naturaleza sediciosa e indomable. Como si las mujeres de la vida tuvieran derecho a meterse en líos, a desobedecer a las autoridades constituidas, a enfrentarse con la policía, a hacer huelga, el fin del mundo.
«El imperio de la ley fue restaurado gracias a la enérgica y ponderada acción de la policía». Los adjetivos pertenecen al comisario Hélio Cotias, en entrevista concedida a la prensa, y si lo de ponderada puede ponerse en duda, lo de enérgica, fue verdadero. Hasta hay quien habla de violencia brutal e innecesaria, citando a la muchacha muerta con una bala en el cuello y a los heridos de ambos sexos. «Si hubo excesos ¿quién tuvo la culpa de ellos?», preguntó el licenciado Cotias a sus colegas de la prensa, pues también él había militado en el periodismo cuando era estudiante de derecho. «Si no hubiésemos actuado con mano fuerte, ¿adónde hubiéramos ido a parar?». Con semejante pregunta, imposible de responder, y algunas fotografías —de perfil, así salgo mejor— terminó la entrevista colectiva y el asunto tan removido por los periódicos, hasta el punto de que un matutino de Rio de Janeiro había publicado una nota sobre los acontecimientos de la última noche, ilustrada con fotografías, en una de las cuales se veía a Tereza Batista agarrada por tres policías. En manos de la justicia había quedado la sentencia, seguramente favorable a la acción promovida por la firma H. Sardinha y Cía. en contra del Estado exigiendo indemnización por los daños causados en inmuebles de su propiedad por una multitud desenfrenada, cargando el Estado con la responsabilidad civil en virtud de la carencia de la preservación del orden público. Causa ganada con anticipación.
Quedan algunas dudas que, con seguridad, no serán aclaradas. ¿Dónde obtener una respuesta concreta a las indagaciones de los curiosos? El territorio de la prostitución es vasto, impreciso y oscuro.
¿Hasta dónde chocaron, perjudicándose mutuamente, los intereses de la conceptuada inmobiliaria y los de la recién constituida empresa de los tres no menos conceptuados policías, empresa que, por razones obvias, no tenía ni sigla ni título? ¿Entregados a negocios personales y urgentes habrían el comisario y los polis dejado en tal descuido sus deberes para con la sociedad (anónima)? ¿Se habían olvidado de cumplir las órdenes del comisario Cotias a pesar de que eran estrictas? ¿O bien el comisario, embalado en su reciente pasión por Bada, la esposa del diputado, un bouquet de virtudes peregrinas, linda, elegante y dadivosa, se había descuidado de la causa sagrada de la familia (Sardinha)? En esa disputa, por lo demás ya superada, entre autoridades igualmente celosas de su responsabilidad, lo más aconsejable es no meterse. Ellos son blancos y allá se entienden.
¿Habían exagerado los periódicos su campaña destinada a llevar a la Ladeira do Bacalhau sólo las pensiones de Barroquinha, provocando el pánico y exaltando los ánimos, y habían de esa manera contribuido a los desmanes, al anunciar la mudanza de todo el prostibulario? ¿Vavá y doña Paulina de Souza habrían mandado hacer el juego si no se hubieran sentido personalmente amenazados? Por otro lado, ¿cómo podía la prensa batirse por el traslado de los pocos burdeles de Barroquinha, seis en total? Hasta en asuntos de burdeles es necesario saber guardar las apariencias.
¿Será verdad que la policía extendió una orden de captura contra un tal Antônio de Castro Alves, poeta, es decir vagabundo, estudiante, es decir perturbador del orden público, habiendo recorrido Barroquinha, Ajuda, la zona entera en su búsqueda, cuando el referido vate está muerto desde hace cerca de cien años, y tiene monumento en una plaza pública? ¿Será verdad o sólo una broma de periodista alegre, con ganas de desmoralizar a la policía? La orden fue dictada por el comisario Labão, alérgico a los poetas, orden ridícula sin duda, pero no del todo improcedente. En realidad, el tal poeta, pálido, de bigotes atrevidos y mirada candente, que aparece en los puntos de refriega, como sobrevolando la manifestación, ¿quién podía ser sino el poeta Castro Alves? ¿Que murió hace cien años? ¿Y eso qué? ¿Acaso no estamos en Bahia? Maria Petisco lo describió así: «una aparición luminosa por encima de la gente, muy hermosa». Y para terminar, una pregunta más: ¿Manifestación o procesión de San Onofre, patrón de las putas?
Quedan muchas cosas por aclarar, demasiadas. Sin hablar de la participación de Exu Tiriri y de Ogum Peixe Marinho, que fueron decisivas. Todo fue confusión, desorden y anarquía en el asunto del burdel cerrado.
Huelga del burdel cerrado, es como tituló la prensa el movimiento. Debido al piadoso hábito de abstinencia de las prostitutas, que no reciben hombres a partir de la media noche del jueves santo, cuando «cierran el burdel» para reabrirlo solamente al medio día del sábado, al romper el aleluya. Con esa devota costumbre, escrupulosamente observada, se conmemora la Semana Santa en la zona. Para el caso no se trató de un precepto religioso, detalle que además, carecía de importancia, pues la mayoría de los marineros estaba constituida por creyentes de diferentes sectas protestantes.