—Son miles de marineros, pagan en dólares ¿qué pensáis?
Los otros dos miran la noticia en la primera página del vespertino, no hay duda, la idea parece buena.
—¿Qué propones?
El que entrase con prisa a comprar cigarrillos o cerillas al Bar da Elite, más conocido entre sus numerosos clientes por Bar das Putas, en Maciel, y de reojo los mirase, tres señores de corbata y sombrero, charlando animadamente sobre volúmenes de capital, condiciones del mercado consumidor, perspectivas de colocación del producto y duración del plazo de intensa búsqueda, elección de auxiliares capaces, localización de los punios de oferta y venta, cálculo de los beneficios, podría tomarlos por hombres de negocios empeñados en establecer las bases de una lucrativa empresa y, en cierta manera, no estaría equivocado.
Pero si el ocasional cliente permaneciera un rato tomando una cerveza en una mesa cercana y observase mejor a los tres empresarios, los identificaría enseguida, situando su verdadera profesión, pues el detective Dalmo Garcia, el investigador Nicolau Ramada Júnior y el comisario Labão Oliveira huelen a policía a kilómetros de distancia. Lo que no les Impide realizar provechosos negocios cuando se les presenta la ocasión, como aquélla, excepcional. Nada menos que tres navíos de guerra de la escuadra americana en maniobras por el Atlántico Sur llegaban a Bahia y se demorarían algunos días anclados en el puerto. Miles de marinos sueltos por la ciudad, todos en la zona sacando el vientre de la miseria, buscando preservativos, pagando en dólares, ¿cómo había podido concebir el pequeño cerebro de Peixe Cação semejante idea? A cuánto puede llegar el amor al dinero, piensa el comisario Labão, hasta a iluminar una cabeza bruta, a volverla inteligente aunque sea propiedad del burro más grande del mundo.
—¿Y si ampliamos un poco el negocio? —insinúa el detective Dalmo.
—¿Ampliarlo de qué manera? ¿No vas a querer salir a vender figas y berimbaus[134] por la zona, no? eso es cosa de la gente del Mercado, no vale la pena.
El comisario no advirtió adónde quería llegar el detective, experto en la lucha contra las drogas y los estupefacientes.
—¿Y quién habló de figas y berimbaus? Yo hablo de algunos cigarrillos…
—¿Cigarrillos? —Peixe Cação hace un enorme esfuerzo para entender y cree haber entendido—: Ah, ya sé, ¿quiere decir cambiar mujeres por paquetes de cigarrillos americanos, no? También es buen negocio, los cigarrillos americanos dan dinero seguro. Yo conozco dónde se pueden colocar.
Evidentemente, no se debe esperar de Peixe Cação un razonamiento veloz y brillante, en cambio el comisario es un hombre inteligente y experimentado. El detective se limpia el sudor, baja la voz:
—Yo digo cigarrillos de marihuana.
—¡Ah!
En silencio piensa en la propuesta. Vender por la calle, usar el mismo equipo de los preservativos y de los afrodisíacos, no puede ser. Es una mercadería que exige un comercio discreto, un negocio más serio y complicado. No puede discutirse en el bar, un local público. El comisario se levantó:
—Vamos a salir de aquí. Tenemos que estudiar esto con calma.
Poniéndose de pie, Peixe Cação le grita al propietario:
—Anótalo, gallego.
Pequeñas ventajas de los que cuidan la moral y el orden público. ¡Ah! Miles de marineros. De tan contento que está Peixe Cação hasta tiene ganas de bailar. Al salir casi tira a un cliente que entraba y se siente tan satisfecho que se ríe en la cara del infeliz:
—¿No te gustó? Pues apáñate.