La decisión de transferir la zona de la Ciudad Alta a la Baja no fue, por lo tanto, tan repentina como les parecía a Assunta y sus inquilinas. Si fueran lectoras atentas de los periódicos no se habrían sorprendido por la orden de cambio transmitida oralmente por Peixe Cação y por el detective Dalmo Coca, en su visita matinal. Pero ellas se contentaban con las páginas de sucesos y las columnas sociales, en las que tenían tema suficiente para sus emociones. De una parte, robo, asesinatos, violaciones a granel, llanto, rechinar de dientes; de la otra, fiestas, recepciones, banquetes, risas y amores, champaña y caviar.
—Un día todavía voy a probar ese caviar… —dice Maria Petisco después de la lectura de la apasionante descripción del banquete de Madame Tetê Muscat, escrita por el divino Luluzinho, con suspiros y exclamaciones—. El champaña no me interesa, ya he tomado.
—El nacional, querida mía, no vale nada. El bueno es el francés, y ése no es para tu pico —le esclarece Dorotéia, muy puntillosa.
—¿Y tú, princesa, ya lo tomaste?
—Una vez. En la mesa del coronel Jarbas, uno de Itabuna, en el Palace. Se hace todo burbujas, parece que estás tomando espuma mojada.
—Un día me voy a conseguir un coronel y me empacho de caviar y de champaña francés. Francés, inglés, americano, japonés. Vais a verlo.
Discutiendo sobre caviar y champañas, despreciaban las otras páginas del periódico, las que daban opinión, los editoriales, no se dieron cuenta de que a los propietarios de los periódicos les había dado por expresar su indignación por el hecho de que la zona de la prostitución estuviera en el centro de la ciudad.
En Barroquinha, al lado de la plaza Castro Alves, «en las vecindades de la calle Chile, corazón comercial de la urbe, donde se encuentran las tiendas más elegantes, las zapaterías, las joyerías, las perfumerías, se ejerce el degradante comercio del sexo». Las señoras de la sociedad van de compras y «son obligadas a codearse con las prostitutas». Desde la Ladeira de São Bento era perfectamente visible «el torpe cuadro de las meretrices asomadas a las puertas y ventanas, en la Barroquinha, semidesnudas, escandalosas».
La prostitución se desparramaba por todo el centro: Terreiro, Portas do Carmo, Maciel, Taboão, área turística, un absurdo. «Bajando las calles y callejas del conjunto colonial del Pelourinho, mundialmente famoso, los turistas presencian escenas vergonzosas, mujeres con ropa mínima, cuando no completamente desnudas, asomadas a las puertas y ventanas, en las aceras, diciendo palabrotas, borrachas, exponiendo sus vicios, la lujuria, el escándalo». Por azar, «¿los turistas llegan desde el sur y desde el extranjero para asistir a esos espectáculos tan deprimentes, indignos de nuestros fueros civilizados, de nuestro nombre de capital nacional del turismo?». ¡No, absolutamente no!, se exalta el redactor. Los turistas concurren para «conocer y admirar nuestras playas, nuestras iglesias recamadas de oro, la azulejería portuguesa, el barroco, el pintoresquismo de las fiestas populares y de las ceremonias fetichistas, para ver la belleza y no las manchas ni la podredumbre de los Alagados[133], de las prostitutas».
Una solución se impone, el traslado de la zona, hay que retirarla hacia un punto más distante y discreto. Siendo imposible terminar con esa llaga de la prostitución, mal indispensable, vamos por lo menos a esconderla a los ojos piadosos de las familias y a la curiosidad de los turistas. Para comenzar, urge limpiar Barroquinha de la infame presencia de las rameras.
La prensa estaba indignadísima. Sobre todo al referirse a los burdeles situados en Barroquinha «cáncer que debe ser extirpado con urgencia».
Las autoridades responsables de la salvaguarda de la moral y las buenas costumbres oyeron el patriótico clamor y en buena hora decidieron trasladar a las mujeres de la vida de Barroquinha hacia la Ladeira do Bacalhau.