La firma H. Sardinha y Cía., financiera, constructora, agencia de bienes raíces en general, había adquirido una extensa área al pie de la montaña con vistas al golfo, beneficiándose de las ventajas ofrecidas por el gobierno a las obras destinadas a incrementar el turismo. En el lugar va a levantarse un imponente conjunto arquitectónico: edificios de apartamentos, hoteles, restaurantes, tiendas, casas de diversiones, supermercados, aire acondicionado, jardines tropicales, piscinas olímpicas, baños turcos, aparcamientos, en fin, todo lo que le hace falta a la ciudad para bien de sus habitantes y placer de sus visitantes.
Folletos en color invitaban al pueblo a participar del gigantesco proyecto emprendido, invirtiendo, adquiriendo bonos a pagar en veinticuatro meses, plan ideal, beneficios garantizados, ventajas innumerables. Sea usted también propietario del PARQUE BAHÍA DE TODOS LOS SANTOS, la mayor realización inmobiliaria del Nordeste. Haga turismo sin salir de Bahia, cada poseedor de bonos podrá hospedarse veinte días al año en uno de los hoteles del conjunto, pagando sólo el cincuenta por ciento del precio establecido para los huéspedes.
En la parte más baja del área, en la pequeña Ladeira do Bacalhau al lado de media docena de tugurios, se mantenían en pie cuatro o cinco edificios, remanentes de solares antiguos, abandonados desde hacía varios años. Los habitaban seres marginados, eran escondrijos de capitanes de la arena[132] y grifotas. Para comenzar, la firma mandó derrumbar esos edificios y expulsar a la gente del lugar.
Examinaba la zona, en compañía de los ingenieros, el viejo Hipólito Sardinha, el gran patrón, capaz de sacar leche de las piedras, según la opinión generalizada en el mundo de los negocios, quien observó detenidamente los edificios.
En la etapa inicial de la empresa se preparan los planos, se completa la organización, se despierta el interés del público, se recoge el dinero necesario para la financiación, se trabaja con los arquitectos, los urbanistas, los ingenieros, se estudia el monumental proyecto, las obras propiamente dichas se iniciarán dos años después.
Dos años, veinticuatro meses. El viejo Hipólito examina los caserones. ¿Durante ese tiempo seguirán viviendo allí ladrones y vagabundos, niños y ratas? ¿O sería mejor demolerlos inmediatamente, limpiando el área por completo, como dicen los ingenieros? Edificios de piedra y cal, en ruinoso estado, se ve, pero todavía sólidos. El viejo Sardinha no está conforme.
—A no ser para burdeles de ínfima categoría, no veo para qué puedan servir —opina el ingeniero.
El viejo lo escucha en silencio; hasta en esa frase despreciativa, suelta en la brisa del golfo, se esconde dinero.