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El que no lo sabe que se entere de una vez por todas que las putas no tienen ningún derecho, están para darle gusto a los hombres, recibir la paga establecida y se terminó. Fuera de eso, golpes. De la celestina, del gigoló, del poli, del soldado, del delincuente y de las autoridades. Renegada del vicio y de la virtud. Por cualquier tontería va a dar con los huesos en la cárcel, el que quiera puede escupirle en la cara. Impunemente.

Usted, paladín de las causas populares, de nombre elogiado en los periódicos, dígame, por favor, si alguna vez en la vida se dignó pensar en las putas, excepto, claro, en las inconfesables ocasiones en que las necesitó para revolcarse en la cama, pues hasta los incorruptibles necesitan satisfacer la carne, están sujetos como todos al instinto. Lecho infame, carne vil, bajos instintos en opinión del mundo entero.

¿Sabe usted que es un excelente negocio tener casas de alquiler en las zonas de prostitución? La policía localiza las zonas de acuerdo con sus intereses políticos, premiando a parientes, amigos y correligionarios. Porque el alquiler de las casas para las putas es mucho más elevado que el de las casas de familia. ¿Sabía algo de esto el bravo campeón de los explotados? Además, para ellas todo es más caro y más difícil, y todos lo encuentran bien, nadie protesta. Ni siquiera el noble defensor del pueblo. ¿No lo sabía?, pues sépalo. Y sepa también que el desalojo de las putas se hace con independencia de cualquier acción judicial, basta con que lo decida la policía, la orden de un comisario y ya está, la mudanza tiene que hacerse. La puta no puede elegir dónde vivir y ejercer.

Cuando una puta se desviste y se echa para recibir a un hombre y darle el supremo placer de la vida a cambio de una escasa paga, ¿sabe, ilustre combatiente de la justicia social, cuántos están comiendo de esa escasa paga? El propietario de la casa, el arrendatario, la celestina, el comisario, el gigoló, el poli, el gobierno. La puta no tiene quién la defienda, nadie se levanta por ella, los periódicos no dedican ni una columna a describir la miseria de los prostíbulos, es asunto prohibido. La puta sólo es noticia en las páginas de crímenes, ladrona, drogada, mariposa del vicio, presa y procesada, acusada de todos los males del mundo, responsable de la perdición de los hombres. ¿Quién tiene la culpa de todo lo malo que pasa en el mundo? Las putas, sí, señor.

¿El indomable abogado de los oprimidos tiene acaso conocimiento de la existencia de millones de mujeres que no pertenecen a ninguna clase, repudiadas por todas las clases, puestas al margen de la lucha y de la vida, marcadas a hierro y a fuego? Sin carta de reivindicaciones, sin organización, sin carrera profesional, sin sindicato, sin programa, sin manifiesto, sin bandera, sin horario, podridas de enfermedades, sin médicos en sanatorios ni camas en hospitales, con hambre y con sed, sin derecho a pensión, a fiestas, sin derecho a tener hijos, sin derecho a tener hogar, sin derecho a tener amor, sólo putas. ¿Lo sabe? Si no lo sabe sépalo de una vez por todas.

Las putas, en fin, son un problema policial. ¿Pero se imaginó, caritativo padre de los pobres, si un día las putas del mundo unidas decretasen una huelga general, cerrasen la flor y se negasen a trabajar? Es como pensar en el caos, el día del juicio final, el fin de los tiempos.

El último de los últimos encuentra alguien que luche por él, las putas no. Soy el poeta Castro Alves, muerto hace ya cien años, de la tumba me levanto, en la plaza que lleva mi nombre y monumento en Bahia, subo a la tribuna de donde clamé por los esclavos, en el teatro San Juan que el fuego consumió, para reunir a las putas y decir basta.