1

Sea bienvenido, tome asiento, este terreiro de Xangô es su casa, en seguida preparo la mesa y las cosas para adivinar. ¿Sólo quiere aclarar esa duda? ¿Una información, nada más? Usted llega recomendado por un amigo de tanta estima que me pongo a sus órdenes, puede preguntarme lo que quiera, porque aquí, fuera de los orixás, quien manda es la amistad, no conozco otro patrón.

¿Usted quiere saber la verdad sobre el santo de Tereza, quién le señala el destino y la protege contra el mal, su ángel de la guarda, el dueño de su cabeza? Debe de haber oído por ahí muchos disparates; en las encrucijadas de Bahia, se dicen cosas de diversos calibres, todas en desacuerdo, claro, y usted estará confundido. Es natural que haya contradicciones en las informaciones, sucede con frecuencia, pues en estos tiempos todo el mundo sabe de todo, nadie quiere confesar ignorancia, inventar no cuesta nada.

En cambio, guiarse por los orixás lleva una vida entera, y pobre de la mãe-de-santo que, al poder descifrar algo, quiera engañar, recibe el rayo y el trueno, los árboles del matorral y las olas del mar, el arco iris y la flecha disparada. Nadie consigue eludir a los que tienen poder mágico y el que no tiene competencia para tomar la navaja en el momento justo de la comunicación, el que no recibió el decálogo con la llave del secreto, con la respuesta de la adivinanza, es mejor que se calle, porque esas cosas no son para jugar, el peligro es mortal. Le puedo contar muchos casos otra vez, cuando tenga tiempo y paciencia para escuchar.

Para echar las cartas[117] sobre la mesa hay que tener mano y conocimientos. Pero para leer la respuesta escrita en esas cartas por los magos hay que saber separar lo claro de lo oscuro, el día de la noche, el naciente del poniente, el odio del amor. Recibí mi nombre antes de nacer, comencé mi aprendizaje de niña. Cuando me levantaron y me confirmaron lloré de miedo, pero los orixás me dieron fuerzas y me iluminaron el pensamiento. Aprendí con mi abuela, con las viejas tías, los babalaôs[118] y la madre Aninha. Hoy soy la mayor y en este axé[119] nadie levanta la voz por delante de mí. Sólo respeto en Bahia a la iyalorixá del candomblé de Gantois, Menininha Mi irmã-de-santo, mi igual en el saber y en el poder. Porque cuido de la magia en el rigor de las normas y las prohibiciones, atravieso el fuego y no me quemo.

Pero tratándose de Tereza, déjeme que le diga que hay motivo de sobra para la confusión, hasta el que sabe mucho, en este caso se confunde en la lectura. Mucha gente anduvo leyendo su destino por ahí y no se puso de acuerdo. Los más viejos hablaron de Yansã, los más nuevos de Yemanjá ¿Y si dijesen Oxalá, Xangô, Oxossi, no sería verdad? ¿Euá y Oxumarê[120], también? No hay que olvidarse de Ogum y de Nanâ[121], y tampoco de Omolu.

Yo también hice el juego y miré el fondo. Le voy a contar, nunca vi nada así y hace más de cincuenta años que ando en este oficio y más de veinte que sirvo a Xangô.

Quien se presentó delante con su alfanje rutilante fue Yansã, diciendo: ella es valiente y buena para la pelea, me pertenece, soy la dueña de la cabeza y ¡ay de quien la toque! En seguida aparecieron Oxossi y Yemanjá. Con Oxossi, Tereza vino del matorral tupido, del agreste desierto de la caatinga seca, del sertón desolado. Bajo el manto de Yemanjá cruzó el golfo para encender la aurora en el Recôncavo[122], después de guerrear desde la ceca a la meca. Una vida de luchas desde el principio hasta el fin, para ayudarla en las peleas feas y rudas, además de Yansã, la primera y principal, vinieron Xangô y Oxumarê, Euá y Nanã, Ossain[123]. Con su conocimiento, Oxalufã, el viejo Oxalá, mi padre, le abrió el camino verdadero por donde podría pasar.

¿No estaba Omolu montado a lomos de Tereza en la ciudad de Buquim durante la epidemia de viruela negra? ¿No fue él quien masticó la peste con el diente de oro y la puso en fuga? ¿No se la designó Tereza de Omolu en la fiesta de la macumba de Muricapeba? ¿Y entonces? Omolu surgió embravecido, cubierto de llagas, reclamando su caballo.

No vea qué gran confusión se armó. No tuve otra salida que llamar a Oxum, mi madre, para que apaciguara a esos dioses. Llegó con sus ropas amarillas luciendo oro en las pulseras, en los collares, en la misma cara. En seguida se acomodaron los orixás, todos a sus pies enamorados, machos y hembras, comenzando por Oxossi y por Xangô, sus dos maridos. A los pies igualmente de Tereza, alrededor de la hermosa, pues Tereza tiene de Oxum el requiebro y la miel, el gusto de la vida y el color del cobre. El fulgor de los ojos negros sin embargo es de Yansã, nadie se lo quita.

Viendo a Tereza Batista cercada y defendida por todos los costados, los orixás a su alrededor, yo le dije, aunque esté en el peor de los aprietos, en el mayor de los cansancios, no se deprima, no se entregue, confíe en la vida y siga adelante.

Pero, siempre hay un instante de supremo desánimo, cuando hasta el más valiente se da por acabado, resuelve largar las armas y abandonar la lucha. También sucedió con ella; pregunte por ahí y lo sabrá. No le puedo decir más porque el resto quedó oscuro.

Para mí, quien guió los pasos del ahogado por los callejones de la ciudad hasta el escondrijo de Tereza fue Exu[124]. Para armar lío. Exu está solo. ¿Quién mejor que él conoce rincones y atajos, quién más que él gusta de terminar con fiestas? La fiesta no se terminó y, además de la preparada para hacer brillar el casamiento, hubo otra improvisada, realizada en el mar, cuando Janaína extendió su verde cabellera para los enamorados.

En atención a la petición de Verger, ¿usted no sabe que Pierre es hechicero?, le dije sobre este tema todo lo que sé, aquí sentada en el trono de iyalorixá, asistida por la corte de los obás, yo, madre Senhora, Iyá Nassô, mãe-de-santo del Axé del Opô Afonjá o candomblé Cruz Santa de São Gonçalo do Retiro, donde doy culto a los orixás y recojo en mi pecho el llanto de los afligidos.