Viejo gordo, risueño y comilón, recetando dietas a los otros mientras él devoraba de todo, en esos seis años el médico Amarílio Fontes se había hecho amigo íntimo del doctor y comensal habitual a la mesa abundante y sabrosa de Tereza. En cada estancia de Emiliano iba a regalarse con comidas sin igual; en Estância, sólo en la casa de João Nascimento Filho se comía tan bien, pero los vinos y licores franceses traídos por el doctor de Europa, ¡ah!, eran incomparables. El industrial iba cada vez más a Estância y permanecía más tiempo. Un día, querido Amarílio, vendré para quedarme, no hay tierra mejor para envejecer tranquilo que la de Estância.
En la puerta da palmadas por fórmula. Va entrando sin esperar permiso, la llamada lo había alarmado. Esos hombres fuertes, inmunes a las enfermedades, que parecen hechos de acero, cuando se enferman es de algo grave. Al escuchar las palmadas del médico, Tereza salió del dormitorio y fue a su encuentro. Al ver a la muchacha, el doctor Amarílio se alarmó más todavía.
—¿Es tan grave, comadre? —la llamaba comadre afectuosamente; como médico oficial de la casa había atendido a Tereza en oportunidad de un aborto y desde entonces la llamó así.
Desde la cocina llegaban las voces ahogadas de Lula y Nina. Tereza toma la mano extendida del médico:
—El doctor Emiliano ha muerto.
—¿Qué?
Se precipita el doctor Amarílio en el dormitorio. Tereza enciende la lámpara junto al confortable sillón donde Emiliano se sentaba a leerle, en voz alta, Tereza sentada en el suelo, a sus pies. El doctor Amarílio toca el cuerpo, la sábana mojada, ay, pobre Tereza. Muda y ausente, Tereza recuerda minuto a minuto los años transcurridos.