Nina se había marchado para arreglarse y hervir agua y Tereza se queda sola en el dormitorio, esperando al médico; se sienta a un costado de la cama y toma la mano inerte de Emiliano y en voz de tierno acento, le dice todo lo que no supo decirle en el comienzo de la noche, en el jardín, bajo la copa de los árboles, a la luz de la luna, en la hamaca mientras se balanceaba levemente; y conversaron los dos, conversación inesperada y sorprendente para Tereza, para el doctor la última de su vida.
Siempre tan reservado en asuntos de familia, de pronto Emiliano se puso a relatar una historia triste, con disgustos a granel, falto de comprensión y de cariño, en una espantosa soledad hogareña, sin afecto, la voz lastimada, triste, colérica. En verdad no tenía más familia que Tereza, única alegría de quien se confesaba finalmente viejo y cansado, pero sin imaginar que ya estaba a las puertas de la muerte. Si lo hubiera sabido habría anticipado la conversación y las gestiones anunciadas. Tereza nunca le había pedido ni reclamado nada, le bastaba la presencia y la ternura del doctor.
¡Ay, Emiliano! ¿cómo vivir sin esperar tu llegada siempre imprevisible, sin correr a la puerta del jardín al reconocer tus pasos, al oír tu voz de amo, sin refugiarme en el remanso de tu pecho y recibir tu beso, sintiendo en los labios la picazón del bigote y la punta cálida de la lengua? ¿Cómo vivir sin ti, Emiliano? No me importan la pobreza y la miseria, el duro trabajo, el prostíbulo de nuevo, la vida errabunda, sólo me importa tu presencia, tu ausencia, no oír más tu voz, tu risa franca rodando por las habitaciones, tus palabras, no sentir el contacto de tus manos suaves y pesadas, lentas y rápidas, ahora frías manos de muerto, ni el calor de tus besos, la certeza de tu confianza, el privilegio de tu compañía. La otra será la viuda, yo me quedo viuda y huérfana.
Sólo hoy supe que fue amor a primera vista lo que sentí por ti, me di cuenta de repente. Al verte llegar al campo del capitán, todo vestido de plata, el famoso doctor Emiliano Guedes, el de la fábrica Cajazeiras, vi a un hombre y lo encontré hermoso, nunca antes me había fijado en otro. Ahora sé que sólo me queda recordar. Nada más me queda, Emiliano.
Cabalgando una negra montura, arreos de plata brillantes al sol, botas altas y don de mando, así lo vio Tereza cuando se acercaba a la casa de campo y, aunque era una simple muchachita, ignorante, esclavizada, advirtió la distancia que lo separaba de todos los demás. En la sala le sirvió café y el doctor Emiliano Guedes, pasado un rato, de pie, con el rebenque en la mano, se atusó el bigote y la miró de arriba abajo. A su lado el terrible capitán no era nadie, un siervo a sus órdenes. Sintió el peso de los ojos del industrial y se le encendió por dentro una chispa que el doctor presintió. Yendo con el atado de ropa al río, todavía lo avistó galopando por el camino, sol y plata; era la altanera visión en que Tereza se lavó los ojos de la mezquindad que la rodeaba.
Tiempo después, al conocer a Dan, se apasionó con él, se puso como loca, la cabeza ida por el estudiante guapo y seductor, y lo comparaba sin darse cuenta con la figura del industrial. Todo había sucedido en una época desolada; cuando el capitán apareció en el dormitorio inesperadamente, con sus cuernos y la correa, el doctor Emiliano Guedes andaba como turista por Europa con su familia y, al regresar a Bahia, meses después, se enteró de los sucesos de Cajazeiras do Norte. Beatriz, una parienta, lo fue a buscar desesperada al desembarcadero: eres el jefe de la familia, primo. Hembra insaciable con quien había dormido en los idus de marzo, antes de que se casara con la bestia de Eustáquio, llena de pánico, pidiéndole su intervención y su auxilio:
—¡Daniel se metió en un lío terrible, primo! No, no se metió, lo liaron, primo Emiliano; fue víctima de la peor de las rameras, de una serpiente.
Quería excluir al hijo del proceso en el cual el juez sustituto, un canalla, lo había envuelto en calidad de cómplice y en posición ridícula; es aquel candidato a la vacante de juez en Cajazeiras que fue postergado en beneficio de Eustáquio, precisamente a petición de Emiliano, ¿te acuerdas, primo?; ahora se venga en el pobre muchacho, el desalmado; exige que el fiscal incluya a Daniel en la acusación junto con la prostituta. Además, quería el traslado del marido a otro lugar, pues en Cajazeiras do Norte ya no le sería posible continuar en paz en el ejercicio de la justicia y de los sonetos; Eustáquio no quiere volver y tiene razón, pero tampoco puede permanecer en la capital en licencia eterna y volver un infierno la vida de toda la familia. Doña Beatriz le pide finalmente al querido primo un pañuelo limpio para enjugar sus lágrimas de esposa y madre; con tales disgustos no hay plástica que aguante, primo.
Al identificar a Tereza en el confuso relato de doña Beatriz, el doctor tomó las providencias necesarias para la seguridad de la muchacha antes de ocuparse de los asuntos familiares, y desde Bahia se comunicó con Lulu Santos en Aracaju. Amigo de confianza y de probada dedicación, el abogado era un mañoso conocedor de los entresijos de la ley. Saque a la muchacha de la cárcel y póngala a salvo, en lugar seguro, termine con ese proceso, hágalo archivar.
No fue difícil sacar a Tereza de la cárcel. Menor de edad, con poco más de quince años, su prisión en una cárcel común constituía una monstruosa ilegalidad, sin hablar de las palizas. El juez atendió de inmediato la petición y se lavó las manos; él nunca había mandado que se la golpeara, eso era cosa del comisario, un amigo del capitán. En cuanto a archivar el proceso, se mantuvo irreductible, dispuesto a continuarlo hasta el fin. Como Cajazeiras do Norte pertenecía al estado de Bahia y Lulu Santos estaba registrado en Sergipe, no quiso insistir. Internada Tereza en el convento de las monjas, comunicó al industrial la recusación del juez sustituto y se marchó a Aracaju a la espera de nuevas órdenes.
Ignorando la intervención del doctor y de acuerdo con Gabi, que fue a hablarle al convento pareciendo compadecerse de su suerte, Tereza se escapó y entró en la vida.