La voz del doctor Amarílio deshecha en amabilidad, indicando el camino:
—Por aquí, hágame el favor.
Asoma por la puerta del dormitorio un joven moreno, casi tan alto como el doctor, bello y arrogante como él, pero, al mismo tiempo, lo contrario del doctor. En los ojos rapaces un brillo de astucia, en la boca un rictus de corrupción. Es fuerte y parece frágil, es vulgar y se anuncia noble, es disimulado y aparenta franqueza. Viste un smoking confeccionado por sastre de primera, todo él parece un anuncio festivo, de lujo y buena vida.
Medio escondido por el cuerpo del recién llegado, el médico se lo presenta:
—Tereza, este señor es el doctor Tulio Bocatelli, el yerno del doctor.
Sí, Emiliano; tenías razón, basta verle los ojos para reconocer al cazadotes, al gigoló. Tereza nunca había visto un galán así, de la alta sociedad, pero todos eran iguales, sea cual fuere el escalón en que se mueven, tienen algo en común, una marca indefinible pero fácil de advertir para quien ya ejerció de prostituta.
—Buenas noches… —el acento italiano, la inflexión doliente.
Los ojos de rapiña se detuvieron en Tereza, calcularon el valor y el precio. Más bonita, mucho más de lo que le habían dicho, mestiza, nada vulgar, el viejo demonio sabía elegir; con razón la mantenía escondida allí, en Estância. Mira a su suegro, un muerto con los ojos abiertos, parece vivo. Lámina de frío acero, los ojos del doctor leían dentro de las personas, nunca Tulio había podido engañarlo. Emiliano siempre lo había tratado con la máxima cortesía, pero jamás le concedió la mínima intimidad, ni siquiera cuando se reveló como un administrador capaz de manejar los negocios y de ganar dinero. Desde el día en que se lo presentaron, el yerno solamente divisó en los ojos del doctor desprecio y desaprobación. Ojos límpidos, azules, sin piedad. Amenazadores. En la fábrica, Tulio nunca se sintió completamente seguro: ¿y si el viejo jefazo lo mandaba liquidar por uno de esos cabras de hablar suave y tantas muertes en su haber? Todavía hoy el suegro lo mira con enojo. Enojo, era el término justo.
—Sembra vivo il padrone.
Parece vivo pero está muerto, se terminó el patrón, por fin. Tulio Bocatelli es un hombre rico, podrido de riqueza, le había costado cara dura, cinismo y paciencia.
Desde la sala llegan voces de mujeres y hombres, entre ellas la del padre Vinícius. Tulio entra en el dormitorio dejando la puerta libre para la entrada de Aparecida Guedes Bocatelli. El escote del vestido de baile por delante muestra sus senos blancos y pujantes, por atrás se abre hasta la hendidura del trasero. Apa es el retrato de su padre, su mismo rostro sensual, una belleza fuerte, casi agresiva, la boca como la de Emiliano, pero la de él encubría su avidez con los pelos plateados del abundante bigote. Bastante alterada, Aparecida vacila al caminar. En el baile había bebido poco, interesada en bailar con su compañero constante, Olavo Bittencourt, joven médico psicoanalista, su amor más reciente. A Apa le gusta variar. Pero durante el viaje a Estância, se había tomado casi una botella entera de whisky.
Se apoya en el brazo de Olavo. Al ver el cuerpo del padre, mal iluminado por las cuatro velas y por la dudosa claridad del amanecer, cae de rodillas junto a la cama, al lado de la silla donde está sentada Tereza.
—¡Ay, papá!
Ni siquiera tuviste consideración con ella, Emiliano, siendo tu hija usaste el nombre cierto y crudo de puta, pero no le echaste la culpa, culpaste a tu propia sangre y a tu estirpe, ah, si al menos hubiese nacido varón.
Los sollozos revientan en el pecho de Aparecida, ay papá, extiende sus manos y toca el cuerpo del padre: estabas triste, dejaste de abrazarme, de acariciarme el pelo, de llamarme reina y de velar mi sueño, mi sueño y mi destino. ¡Ay, papá!
Inclinado sobre ella, el joven maestro del subconsciente y de los complejos, dispuesto a socorrerla con un comprimido, un barbitúrico, una inyección, un apretón de manos, una mirada apasionada, un beso furtivo. Desde un rincón del dormitorio, Tulio acompaña con interés la emoción de Aparecida, pero se abstiene de intervenir. No por indiferencia hacia el sufrimiento de su esposa, sino porque como hombre de experiencia y de clase, sabe que en esos momentos un médico y un amante, y no un marido, son de más utilidad, de mayor consuelo. Todavía mejor si el médico y el amante se funden en la misma pareja galante, compañero de baile, un pobre tipo metido a irresistible. En asuntos de tan extrema delicadeza, Tulio Bocatelli es perfecto en su tacto y finura.
Con todo, los ojos llorosos de Aparecida, al levantarse en busca de consuelo y seguridad, no buscan al amante sino al marido. Si hay en la familia alguien capaz de asumir el mando y garantizar la continuación de la fiesta, ese alguien es el hijo del portero del palacio del conde Fassini, en Roma, Tulio Bocatelli, el único. Le sonríe a Aparecida, un fuerte lazo los une, el interés, casi tan fuerte como el amor.
Un grupo ruidoso discute con el cura en el comedor. Se eleva la voz de una mujer:
—No entro mientras esa mujer no salga de la habitación. Su presencia allí es una afrenta a la pobre Iris y a todos nosotros.
—Calma, Marina, no te exaltes… —vacilaba la voz casi inaudible de un hombre.
—Entra tú si quieres, estás acostumbrado a convivir con prostitutas, yo no. Padre, saque a esa mujer de allí.
La esposa de Cristóvão, con seguridad. El marido, un borracho, ella, la Marina de las cartomantes, persiguiendo a las muchachas y a los hijos naturales del marido, encargando hechizos mortales, escribiendo cartas anónimas, escupiendo insultos por teléfono, viviendo para eso, una mujerzuela, Tereza…
Tereza se levanta, cara de piedra inclinada sobre el lecho: hasta luego, Emiliano. Le toca los párpados con los dedos y le cierra los ojos. Atraviesa entre los parientes, sale de la habitación. Apa levanta la cabeza para verla, la famosa amante de su padre. Tulio, goloso, se muerde el labio inferior: ¡hermosa!
Ahora, sí, en la cama sólo hay el cuerpo de un muerto, el cadáver del doctor Emiliano Guedes, antiguo señor de Cajazeiras, los ojos cerrados para siempre. Ay, papá, gime Aparecida. Il padrone é fregato, ¡evviva il padrone! Tulio Bocatelli respira fuerte, es el nuevo patrón de Cajazeiras.