¿Nunca sentiste, Tereza, el golpe del rebenque, la dureza extrema, la inflexibilidad? ¿No tocaste el otro lado, la lámina de acero?
Antes de esa noche en que velamos el cuerpo del eminente ciudadano doctor Emiliano Guedes en casa impropia, ¿no fuiste, Tereza, penetrada por la muerte, nunca antes la tuviste instalada dentro de ti, presencia física, real, lacerante garra de fuego y de hielo en tu vientre roto, no fue así, Tereza?
Sí, sucedió así, profesor João; fue de la mano de la muerte como ella traspuso las fronteras de la comprensión y de la ternura. No sólo en el calendario de la rosa vivió Tereza Batista con el doctor, hubo una ocasión al menos para la tristeza y el luto, para el funeral, la muerte dentro de ella, en sus entrañas, día amargo. Se creyó muerta, pero renació al amor en el cariño de su amante; cariño, delicadeza, devoción, fueron las milagrosas medicinas. Muerte y vida, rebenque y rosa.
De la boca leal y grata de Tereza no oirás la historia, profesor João; en la mano del muerto ella sólo deposita la rosa, como despedida. Pero, lo quiera o no lo quiera, la memoria recuerda, trae y pone al lado del cadáver del doctor el de aquél que no tuvo entierro, que no llegó a ser, cuya vida se extinguió antes del nacimiento, sueño deshecho en sangre, el hijo. Ahora son dos cadáveres sobre el lecho, dos ausencias, dos muertes, ambas sucedieron dentro de ella. Si contamos también a Tereza, los muertos son tres; ella murió hoy por segunda vez.