La voz de Felipa rompe el silencio cargado de intenciones y cálculos:
—¡Tereza! —llama—. ¡Ven para acá, diablo!
La muchacha se traga el pedazo de guayaba, baja del árbol y corre hacia la casa. El sudor le brilla en la cara de cobre, la alegría en los ojos y en los labios:
—¿Qué, tía?
—Sirve ese café.
Todavía sonriente va a buscar la bandeja. Al pasar, la tía la agarra de un brazo, la hace darse vuelta, la exhibe como sin querer:
—¿Qué modales son ésos? ¿No ves que hay visitas? Pídele la bendición al capitán.
Tereza toma la mano gorda y sudorosa, roza con sus labios los dedos llenos de anillos de oro y brillantes, especialmente uno de piedra verde, el más lindo de todos:
—La bendición, señor capitán.
—Dios te bendiga —la mano toca la cabeza de la chica y desciende por el hombro.
Tereza se pone delante de Rosalvo, la rodilla en el suelo:
—La bendición, tío.
Un nudo de rabia estrangula la garganta de Rosalvo, el sueño calentado durante tantos años, viéndola crecer, formarse, adivinándole la rara belleza, reproducción mejorada de lo que había tenido su madre, Marieta, un esplendor, y Felipa en sus años mozos, un desvarío, tanto que Rosalvo la sacó de la mala vida y se casó con ella. ¿Cuánto tiempo hace que viene contemplando su presa, acumulando su ansia, preparando sus planes? De pronto, allá se iba todo aguas abajo, a la puerta espera el camión con Terto Cachorro al volante. Desde la primera visita del capitán, Rosalvo se dio cuenta. Entonces, ¿por qué diablos no actuó, no adelantó su reloj, no dio vuelta a la hoja en el calendario de la muerte? Porque el tiempo todavía no ha llegado, es una niña impúber, lo sabe bien Rosalvo, yo soy quien lo sabe, la espío por la mañana, todavía no es tiempo de que un hombre la conozca, Felipa, y no se vende una sobrina, la hija huérfana de una hermana muerta. Esperé todos estos años con paciencia y deseo, Felipa, y la casa del capitán, lo sabes bien, es un infierno, la hija de tu hermana, Felipa; lo que vas a hacer es un pecado, un pecado mortal, ¿no tienes miedo del castigo de Dios?
—Se está haciendo toda una mujer —comenta Justiniano Duarte da Rosa, mientras con la lengua humedece sus labios gruesos, un brillo amarillo en los ojos chiquitos.
—Ya es mujer —declara Felipa asumiendo las negociaciones.
Pero es mentira, sabes que es mentira, Felipa, puta vieja, desgraciada, no tienes corazón, todavía no le llegó la luna, no echa sangre, es una niña, es tu sobrina carnal. Rosalvo se tapa la boca para no gritar. ¡Ah! si ya fuera mujer, capaz de recibir a un hombre, él la habría tomado ya, tenía todo preparado, sólo faltaba cavar la fosa para enterrarte, Felipa, miserable, pecho sin compasión, comerciando con tu sobrina. Rosalvo baja la cabeza, mayor que la decepción y la rabia es el miedo.
El capitán estira sus piernas cortas, se refriega las manos y pregunta:
—¿Cuánto es, comadre?
Tereza había desaparecido en la cocina. Y aparece en el patio, corriendo con el perro, los dos ruedan por el suelo. El perro ladra y Tereza se ríe, también ella es un animal silvestre, sano e inocente. El capitán Justo toca su collar de virgos con los ojos casi cerrados:
—Diga cuánto.