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Aquella noche sin principio ni fin, de encuentro y despedida, de renovadas auroras, Tereza, condenada a muerte, escapó de la horca en un caballo de fuego.

Él dormía, ella velaba su sueño, ángel del cielo, pero le gustaría estar de nuevo en sus brazos, sentirlo otra vez contra su pecho antes del adiós. Con miedo le toca la cara. Los ángeles bajan a la tierra para cumplir la misión señalada, en seguida retornan a rendirle cuentas a Dios, como dice doña Brígida que entiende de ángeles y demonios. Tereza quisiera morir en sus brazos celestes, pero morirá sola, en la horca, colgada de la puerta, con la lengua fuera.

Al tanteo inseguro de la mano de Tereza, Daniel se despierta y la ve triste, por qué triste, querida, acaso no fue bueno, ¿no te gustó? ¿Triste? No, no está triste, está alegre de la vida, alegre de la muerte, noche sin igual de ventura infinita, primera y única, sin día siguiente, sin ninguna otra noche, y prefiere morir antes que volver a la servidumbre de la palmeta, la palangana con agua, la cama matrimonial, el esperma de Justiniano Duarte da Rosa. En el almacén no falta cuerda y nudos corredizos sabe hacer.

Tontita, no digas bobadas, ¿por qué no habrá otras noches iguales o mejores? Sí que va a haber. Daniel se sienta y Tereza apoya la cabeza en su regazo, la nuca contra el pájaro. Tranquilízate y escúchame, querida, las manos del ángel le cubren los pechos, se los oprimen dulcemente, la voz divina apaga la tristeza, descubre horizontes, salva de la horca a la condenada Tereza. ¿No sabe ella que el Bahia? Un viaje de negocios y de placer, invitado por el Gobernador para la fiesta del Dos de Julio, el idiota no sabe que la fiesta es pública, que las puertas de Palacio están abiertas a todo el pueblo en el momento de la recepción y que la invitación impresa es una formalidad, solamente útil para que el tipo de la policía haga méritos ante el paleto de Cajazeiras do Norte, metido a conocedor, un tonto alegre, audiencias en los tribunales, visitas a los secretarios de Estado y a los proveedores del almacén, carta de presentación ante Rosalía Varela, cantante de tangos del Tabarís, especialista en chupeteos, maestra de la especialidad árabe: un día, querida, te enseño, un goce sin igual, cuando el capitán vaya a Bahia nuestras noches van a ser todas de fiesta.

Lo importante es tener paciencia, soportar por unos días más las exigencias, la grosería del capitán, hacerse tan dócil como antes, no demostrándole nada. Pero él la va a poseer y eso no lo quiere ella nunca, nunca más. ¿Por qué? Si no tiene ninguna importancia, desde el momento en que ella no participa, que no se asocia, que no goza en sus brazos. En los brazos del capitán Tereza se ahoga de asco; ¿entonces? Es someterse como antes, y ahora será mucho más fácil, soportará las brutalidades sabiendo que se va a vengar de todo lo que la hizo sufrir, le vamos a poner los cuernos más frondosos de la comarca, lo vamos a adornar con cuernos de general al capitán.

Le explicó cómo debía comportarse, tenía experiencia y labia. El mismo, aunque le costara mucho, al día siguiente iría a la casa de las hermanas Moraes, a comer canjica, a tomar licores, a gastar gentilezas, una porquería, pero necesaria. El capitán estaba convencido de que Daniel cortejaba a la más joven de las hermanas. Debido a ese embuste podía estar permanentemente en el almacén, viendo a Tereza sin despertar sospechas. Además, quizás antes del viaje del capitán podrían tener otra oportunidad de encontrarse; ¿la noche de San Pedro, por ejemplo? No hables de matarte, no seas loca, querida, el mundo es nuestro y si un día la bestia nos descubre, no tengas miedo, Daniel le dará una severa lección para que aprenda a cargar sus cuernos con la debida cortesía y jubilosa modestia.

De todo lo que oyó a Tereza sólo le pareció importante una cosa, el capitán iba a viajar y no volvería en diez, quince días, diez, quince noches de amor. Toma las manos de Daniel y se las besa agradecida. Para Daniel el detalle más difícil de resolver era Chico Meia-Sola. ¿Cómo hacer? ¿Comprándolo con buenos billetes? Billetes no, ángel del cielo. Ningún billete comprará la fidelidad de Chico a Justiniano, pero no había que considerar al cabra como un problema: dormía en el almacén durante los viajes del capitán y el resto de la casa quedaba al cuidado de Tereza. Si Daniel entraba por el portón del patio, y los amantes usaban el dormitorio matrimonial, el más alejado del almacén, Chico no se daría cuenta de nada. ¿No ves? Todo está a nuestro favor, nada podrá despertar en el pecho de Justiniano la menor sospecha. Ni la menor sospecha, ¿no lo entiendes, Tereza? Sí, lo entiende, no le dará ningún motivo de desconfianza aunque tenga que hacer de tripas corazón.

Hacia el fin de la conversación las manos de Daniel vuelven a recorrerla, se pasean por cada saliente o cavidad en lenta, demorada, continua caricia, un ansia subterránea. Todavía perturbada por los pensamientos y las palabras, Tereza se abre y se cierra en el miedo, el odio, la desesperación, la esperanza, el amor. Habiendo dicho lo necesario, Daniel pasa su boca por el seno de Tereza, lo rodea con su lengua, avanza por el cuello, por la nuca, alcanza la oreja, después los labios. Todo empieza de nuevo, mil recomienzos, querida, nunca terminaremos, tendremos muchas otras noches. Qué bien, amor mío, dice Tereza.

Daniel quiere que ella lo monte. Así no lo había hecho nunca Tereza, el capitán no se lo había ordenado; mujer cabalgando a un macho, jamás se prestará a ser caballo de una hembra. Montada en el fogoso jinete, Tereza Batista salta de la horca hacia la libertad. Contempla el rostro del ángel, su sonrisa, los rizados cabellos, los ojos melancólicos, las mejillas incandescentes. Galopa en los campos de la noche, rumbo a la aurora. Cuando rueda deshecha todavía puede sentir el embriagador perfume del sudor de la montura, caballo, ángel, hombre, su hombre.