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Al final de una semana nerviosa e incierta, Magda, ejerciendo su autoridad de hermana mayor, encaró el problema mientras estaban comiendo:

—Se tiene que decidir. Sea cual fuere la que elija, estaremos todas de acuerdo, las otras tres se deben conformar. Ahora, las cuatro juntas no puede ser, él es uno sólo.

—Bien que da por lo menos para dos… ¡Es tan grande! —se atreve a decir Amália dispuesta a cualquier acuerdo.

—No digas bobadas, no seas ridícula.

—Más ridícula es una vieja detrás de un joven.

Con los nervios a flor de piel, Magda se ofendió y se puso a llorar:

—No ando detrás de él, es él que me sigue, y yo no soy una vieja, estoy en los veinte igual que vosotras —las palabras le salían entrecortadas por los sollozos.

Arrepentida, Amália la abrazó y lloraron juntas, sí hermanita, discúlpame, estoy de mal humor.

—¿Por qué se va a definir si así está bien? —dijo Berta, la menos bonita, que se contenta con poco, poco es mejor que nada, feliz de gustarle a alguien; el muchacho se asoma por la acera y le da un frío en la vejiga sólo de verlo—. Si empiezan con cosas, no va a venir más.

¡Ah! eso sería el fin de la esperanza, el tedio, la amargura, los llantos sin motivo, las pequeñas ruindades, las hipocresías, los desmayos, la vida agria de las solteronas. Sí, Berta tiene razón, no hay que forzarlo, no hay que ponerle plazos, no hay que exigirle decisiones. Magda le hace promesas a San Antônio, casamentero. Amália trata con Aurea Vidente, que para asuntos amorosos no tiene rival, y le paga por adelantado, que da un resultado increíble. Berta prefiere a la negra Lucaia que vende por la calle hierbas y polvos para el baño, igualmente infalibles.

Teodora apenas sonríe, silenciosa; tenía experiencia y seguridad. Esta vez, queridas y odiadas hermanas, no será como la anterior. Teo no lo dejará escapar, se irá con él, aunque tenga que disponer de todo su peculio, aunque tenga que vender los bonos nacionales y las casas de alquiler. ¿No decían que recibe dinero de mujeres casadas y hasta de mujeres de la vida? Doña Ponciana lo había afirmado con seguridad y pruebas; una mujer celosa había hecho un escándalo, en la capital, en plena calle, revelando cosas y precios. Muy bien, Teo está dispuesta a gastar, tiene dinero guardado y renta mensual, si fuera necesario va a robar los ahorros de las hermanas, con placer lo hará, Daniel.

Entre preguntas, charlas y rondas, Daniel había descubierto la hora ideal. Durante el almuerzo de Chico Meia-Sola y de los dependientes, al mediodía, sola en el almacén, Tereza atiende el mostrador, por puro milagro puede aparecer un cliente. Cláusula indispensable para la seguridad del plan es la ausencia del capitán, fuera de la ciudad, en sus negocios, ocupado en su campo. Atento, Daniel aguarda.

Pocos días de espera e impaciencia y, alegremente, Daniel rechazó la invitación del capitán para un breve viaje, salir por la mañana y volver por la tarde, para asistir a una riña de gallos en una localidad vecina, en tierras de Sergipe; unas diez leguas de camino malo a causa de las lluvias, pero Terto Cachorro era buen conductor, lo hacía en dos horas y los feroces gallos merecían el sacrificio. Buena ocasión para que el amigo ganara unos pesos apostando a los gallos del capitán. Qué pena que Daniel no pueda aceptar, exactamente ese día tenía una cita concertada con anterioridad en un lugar secreto, oportunidad única para tener en los brazos a la bella vecina y descubrir la verdad; una pena, capitán.

—Razón de peso, no insisto, queda para la próxima ocasión. Verifique bien y después dígame si tenía razón; la chica es doncella, si acaso recibió algo fue sobre las piernas —se despidió y sentado al lado de Terto Cachorro en la cabina, agregó—. Me voy en seguida, todavía tengo que pasar por el campo, hasta luego.

Antes del almuerzo, en la habitual penitencia frente al chalet, Daniel tomó agua fresca de cántaro recibiendo el vaso de las manos de Teodora, por el escote los pechos asomándose; gracias mil por matar la sed de un enamorado sediento, ahora me voy a casa a matar el hambre, hasta luego, hermosa.

—¿No quiere comer con nosotras? ¡Comida de pobre, claro! —Teodora se deshace a la puerta, se ofrece entera.

En otra ocasión aceptará muy honrado y gustoso, hoy es imposible, sus padres lo esperan y ya está atrasado, queda para otro día, Teodora, más tarde, en otras vacaciones, ¿quién sabe? Hoy voy a probar una comida divina, un maná del cielo; adiós, le dirá al capitán que eres doncella y que por temor a las consecuencias te respeté el himen, el himen solamente; todo lo demás te lo comí, las piernas, los pechos, las nalgas.

Desiertas las ventanas del chalet, desierta la calle, Daniel vuelve desde la esquina hacia el almacén. Al verlo entrar, Tereza se queda inmóvil, sin voz, incapaz de palabras y gestos, nunca se había sentido así, con el corazón desacompasado; no es miedo, no es rechazo, ¿qué es? No lo sabe.

No se dijeron una sola palabra. Él la tomó en sus brazos, puso su cara caliente sobre la cara fría de Tereza; el aliento de Daniel era para enloquecer. Sus cabellos, su piel, sus manos, su boca entreabierta. El capitán hiede a sudor, a cachaça, un macho no usa perfume. Sin que ella se aparte, Daniel pasa sus manos por la cara de Tereza, moldeándola con sus dedos, mirándola a los ojos, acerca su boca abierta y toma la boca de Tereza. ¿Por qué Tereza no se desvía si le tiene horror a los besos, asco a la boca del capitán sobre la suya, a chupar, a morder? Mayor que el asco era el miedo. Pero este joven no le da miedo, entonces lo consiente, ¿no le vuelve la cara, no lo echa?

La boca de Dan, los labios, la lengua, larga, suave caricia, la boca de Tereza se entrega. De pronto, dentro de su pecho estalla algo y los ojos, prisioneros de los ojos de ángel, se humedecen, ¿se puede llorar por otra cosa que no sea el dolor de los golpes, el odio impotente, el miedo incontenible? ¿Además de esas cosas, existen otras en la vida? No lo sabía, sólo había conocido la orilla podrida de la vida; peste, hambre y guerra, así era la vida de Tereza Batista.

Lejanos ruidos de platos y cubiertos, Tereza se estremece. Se suelta del brazo y del beso, pero Dan todavía posa sus labios sobre los ojos mojados y se evapora en la calle barrida por la lluvia. Los aguaceros de invierno hacen germinar simientes, los brotes emergen y en la tierra agreste, seca y bravía, estallan en frutos y en flores.

Cuando Pompeu entró al almacén seguido por Papa-Moscas, Tereza seguía en el mismo lugar, parada, olvidada, fuera del mundo, tan diferente y rara que, esa noche de lluvia, uno y otro, en la cama de hierro y en el catre de madera, traicionando a la predilecta Teodora, en el secreto más hondo, poseyeron a Tereza en la palma de sus manos.