8

Hacia las dos de la madrugada por fin se sirvió la moqueca en la popa de la barcaza. Una moqueca para chuparse los dedos. Lulu Santos chupaba las espinas del pescado, prefería la parte de la cabeza, la más sabrosa a su parecer.

—Por eso tiene el doctor tanto tuétano en la cabeza —consideró el maestro Caetano Gunzá, muy entendido en verdades científicas.

—Comer la cabeza de los pescados da inteligencia, es cosa sabida y probada.

En esas pocas horas el patrón del Ventania se había vuelto un admirador incondicional del picapleitos. Lo fueron a despertar, lo sacaron de la cama. Lulu vivía en la colina de Santo Antônio, en una modesta casa con jardín.

—Sé dónde queda la casa del doctor Lulu —se enorgulleció el chófer del taxi; en realidad no tenía de qué enorgullecerse, toda Aracaju conocía la dirección del abogado.

Una voz de mujer, llena de cansancio y resignación, respondió a los bocinazos del auto y a las palmadas del maestro Gunzá. A pesar de la hora, cuando le dijeron que se trataba de un asunto urgente, había que sacar a alguien de la cárcel, la voz se volvió cordial:

—Ya va, ya va.

Casi en seguida, acodándose en la ventana, Lulu preguntó:

—¿Quién es? ¿Qué desea?

—Soy yo doctor, Tereza Batista —le decía doctor en consideración a la esposa cuya sombra protectora se proyectaba tras la figura del picapleitos—. Disculpe que venga a molestarlo, pero estoy aquí con el maestro de la barcaza Ventania, su compañero (¿cómo explicarle que se trataba del gigante de tan decisiva actuación en la pelea del cabaret?), creo que usted lo conoce…

—¿No es el que le pegó a los policías la otra noche en el París Alegre? —Tereza llena de precauciones y Lulu muy suelto hablando del cabaret.

—Sí, es ése.

—Esperen que ya voy.

Minutos después se les reúne en la calle; más allá del jardín se percibe la figura de la mujer cerrando la puerta y recomendando con voz resignada: «cuidado con el sereno, Lulu». Sube al auto, le dice al chófer, siga adelante, Tião. Tereza le explica todo. Caetano es de pocas palabras.

—Yo le dije a Januário, compadre, tenga cuidado, la policía es peor que la víbora, sólo se venga a traición. No me hizo caso, él es así, se enfrenta con todo a pecho descubierto.

Lulu murmura todavía lleno de sueño:

—No se gana nada yendo a cada comisaría. Lo mejor es ir en seguida arriba, al doctor Manuel Ribeiro. Jefe de Policía y amigo mío; es un buen hombre.

Se dedica a elogiarlo, profesor de derecho, hombre de libros, de vasta cultura y valiente frente a las torturas, con él nadie dice bobadas, no tolera injusticias ni persecuciones sin motivo, salvo, claro está, que se trate de adversarios políticos; por lo demás, ninguna cuestión personal; sólo persigue a los opositores como funcionario público en ejercicio de su responsabilidad de mantener el orden público, cumple con sus obligaciones, con los imperativos del cargo. Y para qué hablar de su hijo, un escritor, un talento en flor.

A pesar de la hora, en la antesala de la residencia del Jefe de Policía estaban las luces encendidas y había movimiento. Un agente de la Policía Militar, con nostalgias del tiempo en que era cangaceiro[41], custodia la entrada de la casa, recostado a la pared, desmañado. Pero cuando el automóvil se detiene con brusco frenazo, en un abrir y cerrar de ojos se yergue, la mano en el revólver. Reconociendo a Lulu Santos, vuelve a su postura anterior relajado y risueño:

—¿Es usted, doctor Lulu? ¿Quiere hablar con el hombre? Entre.

Tereza y el maestro Caetano se quedan en el coche; el chófer, solidario, los tranquiliza:

—Quédese tranquila, señora, el doctor Lulu va a conseguir que suelten a su marido.

Tereza se sonrió sin contestar. El chófer sigue hablando de las cosas de Lulu. Un hombre bueno, deja todo para atender a un necesitado, sin hablar de la inteligencia que tiene. ¡Ah! sus defensas en los tribunales, no hay fiscal que pueda con él, ni en Sergipe ni en los estados vecinos, porque ya había ido a defender casos a Alagoas y a Bahia, no sólo a las ciudades del interior, también a la capital. Cliente de los juicios orales, el chófer cuenta con emocionantes detalles el juicio del cangaceiro Mãozinha, uno de los últimos en cruzar el sertón con rifle y cartuchera, que venía de Alagoas con no se sabe cuántas muertes y había practicado allí, en Sergipe, otras tantas. El juez había designado a Lulu como defensor de oficio. ¡Ah! el que no presenció ese juicio de cabo a rabo, cuarenta y siete horas de réplicas y contrarréplicas, no sabe qué es un abogado que tiene materia gris. Empezó apuntando al juez con el dedo, después al fiscal y a cada uno de los jurados, uno a uno y al final se puso el dedo contra su pecho señalándose a sí mismo, y mientras tanto iba diciendo esas cosas que siempre dice, que quien había cometido esas muertes era el juez, el fiscal, los dignos miembros del jurado, yo, todos, la sociedad constituida. Nunca vi nada más grande en mi vida, todavía se me pone la piel de gallina cuando me acuerdo.

Finalmente, fumando un puro de São Felix ofrecido por el Jefe de Policía que lo acompañó hasta la puerta, el abogado aparece muy sonriente, celebrando alguna broma del funcionario. Le ordena al chófer:

—A la Central, Tião.

Januário salía cuando el auto frenó. Tereza sale, corre hacia él con los brazos extendidos y se cuelga del cuello del gigante. El maestro Gereba sonríe mirándola a los ojos; se le va aguas abajo la decisión tomada de no besarla cuando ella se le prende a la boca. Pero fue un beso apresurado, mientras los otros bajaban del auto. Desde la puerta dé la Central los polis observan. Lamentablemente, las órdenes del Jefe no admitían discusión; ¡suelten a ese hombre ahora mismo o se la verán conmigo!

Lo habían golpeado, bastaba ver un ojo del saveirista. La lucha entablada en la calle se había repetido en la celda. A pesar de la desventaja del lugar, el maestro Gereba no había quedado tan mal; recibió, pero también dio. Cuando los cobardes lo dejaron, prometiendo volver más tarde para una nueva sesión, para el desayuno, según su pintoresca expresión, el saveirista estaba molido, pero todavía tenía fuerzas; molidos y sin reservas estaban el poli Alcindo y el detective Agnaldo.

Todos participaron de la moqueca, inclusive el chófer del taxi, a esa altura ya dispuesto a no cobrar el gasto del interminable recorrido y aceptándolo sólo para no ofender al maestro Gunzá, que era muy meticuloso en esas cuestiones de dinero. Lulu Santos reveló otra faceta del conductor: componía sambas y marchinhas y había salido campeón varios carnavales.

La cachaça acompañó al pescado y, como siempre, el picapleitos tomaba en traguitos mesurados, chascando la lengua en cada uno, mientras Januário y Caetano la apuraban hasta el cáliz seguidos por el chófer. Al lado del saveirista, Tereza come con la mano; ¿cuántos años hace que no come así, amasando la comida con los dedos, haciendo un bollo de pescado, arroz y harina, y mojándolo en el caldo? Apenas llegaron había curado la cara de Januário, especialmente el ojo derecho, a pesar de la oposición del gigante.

Vaciada la primera botella de cachaça rápidamente, abrieron la segunda. Lulu ya daba señales de fatiga, se había comido tres platos. El chófer Tião, al cabo de tanta moqueca y tanta cachaça los invita a comer feijoada[42] el domingo en su casa, que queda hacia el final de la calle Simão Dias, promete que acompañándose con la guitarra cantará para los amigos sus últimas composiciones. Casa de pobre, sin lujos ni vanidades, dice en su perorata, pero donde no faltan nunca ni alubias ni amistad. Aceptada la invitación, Lulu se echó a dormir allí mismo.

Eran las cuatro de la mañana y se filtraba la luz en la noche todavía espesa, cuando Januário Gereba y Tereza Batista pusieron rumbo hacia Atalaia en el auto que zigzagueaba por la cantidad de copas tomadas por Tião.

Sin acompañamiento (explicó que sin acompañamiento perdía mucho), canta la samba que había compuesto con ocasión del juicio del bandido Mãozinha, en homenaje a la sensacional defensa de Lulu Santos:

Ai, seu doutor

quem maotu foi o senhor…

não foi ele, que só fez atirar

quem matou foi você

foi o juiz e o promotor

quem matou foi a fome,

a injustiça dos homens.[43]

Abre los brazos y gesticula para dar fuerza a la letra, suelta el volante y el auto se desvía, patina, amenaza volcar. Pero esa noche no puede suceder ningún desastre, es la noche del maestro Januário Gereba y de Tereza Batista. Un matrimonio así, con un marido y una mujer tan apasionados uno por el otro, vale la pena, piensa Tião, precursor de la canción de protesta, dominando finalmente su viejo automóvil. Allá se van por el camino estrecho, Tereza, mimosa, se acurruca contra el pecho de Januário en la brisa fresca del amanecer.

De pronto, el mar.