El diente de oro, el corazón de hielo, con movimientos de capoeira y samba, Tereza Batista, estrella rutilante de la samba, fulgurante emperatriz del meneo, finalmente debuta en la noche del París Alegre, en el primer piso del edificio del Vaticano, en el centro de Aracaju, frente al puerto donde estuvo anclada la barcaza Ventania del maestro Caetano Gunzá; todavía resuena en el muelle el grave sonido de la sirena soplada en la despedida por el maestro Januário, que vino a arreglar un asunto y para matar de amor a quien vivía tranquila, con el corazón sosegado rehaciendo su vida. Oh, los movimientos angolenses que le había enseñado, embajador del afoxé carnavalesco, bailarín de gafieira[59].
En ninguna otra ocasión, desde la festiva inauguración un año atrás, se vio tan abarrotada la sala del París Alegre, y nunca tan animada y bulliciosa la juventud dorada de Aracaju. Al son estridente de la Jazz Band da Meia Noite, se lanzaban las parejas a la pista. En las mesas repletas, el compensador consumo de cerveza, de batidas, de coñac nacional, de whisky falsificado, llegado de Rio Grande para uso de los snobs. La corte de enamorados está íntegra: el pintor Jenner Augusto con sus ojos profundos; el poeta José Saraiva con sus versos dolientes, su tuberculosis y una flor cortada al pasar; el dentista Jamil Najar, mago de la prótesis; el victorioso picapleitos Lulu Santos y el feliz dueño del local y pretendiente al lecho de la estrella, Floriano Pereira, Flori Pachola. En ese gallinero, su coyuntura de patrón lo colocaba como candidato envidiable.
Además de los cuatro citados, por lo menos más de dos docenas de corazones palpitantes y unas tres docenas de corazones detenidos pulsaban la presentación de la Divina Pastora de la Samba (como se leía en los coloridos carteles). Sin nombrar a aquéllos que, por conveniencia y discreción, no pudieron ir en persona al cabaret para aplaudir a la estrella Miss Samba (otro título de los carteles de Flori). Por lo menos uno se hizo representar, el senador e industrial, y en la opinión de financieros y de la vieja Adriana, el hombre más rico de Sergipe. Veneranda, en mesa de pista, acompañada por una inquieta comitiva de muchachas, otorgaba la honra de su presencia; había recibido un pedido oral del ilustre para dar un paso audaz y ofrecer cuanto fuera necesario para conseguir el asentimiento de la estrella para una tarde de goce en el recato de la residencia. Después, si le caía bien, si le resultaba de rechupete, el gran hombre se disponía a protegerla, a ponerle casa, comida, crédito en tiendas, lujos de amante, bombones de chocolate, relojes de oro, anillo de brillantes (pequeños), hasta un gigoló si fuera indispensable. Frente al mar, a la altura de Mangue Seco, navega la barcaza Ventania, golpeada por las olas y el viento sur. Janu de mi amor, tiempo de marea, camino de perdición, noche oscura y vacía. No quiero ofrecimientos ni aplausos, dinero no quiero, coronel protector no quiero, odio a los gigolós, no quiero los versos de ningún poeta, lo que quiero es tu pecho de quilla, tu aroma de mar, tu boca de sal y jengibre. Ay, Janu de nunca más.
Las luces se apagan a las once de la noche y la batería de la banda irrumpe, el pistón abre las alas para que pase la estrella rutilante de la samba. La luz roja del reflector cae sobre la pista de baile. Tereza Batista con falda amplia y pechera, torso de bahiana, sandalias, collares, pulseras, saldos aún de la Compañía de Variedades Jota Porto y Alma Castro, belleza muçurumim o gitana, cabo-verde o negrita, mulata nacional de dengue y requiebro. Aplausos y silbidos, aclamaciones. Flori trae un ramo de flores, gentileza de la casa; el poeta José Saraiva una rosa mustia y un puñado de versos.
Faltó poco para que no fracasara una vez más y por idéntico motivo el debut de la estrella. Pues sucedió que al acallarse los aplausos, se pudo oír en una de las mesas frente a la pista, una ríspida discusión entre un proxeneta que ensayaba sus primeras armas en la carrera y una muchacha rústica y cansada.
Se inclina Tereza para agradecer las flores, los versos y los aplausos, cuando resuena la voz amenazante del rufián haciendo llorar a la mujer:
—¡Te rompo la cara!
Erguido el pecho, las manos a la cintura, aquel fulgor repentino en los ojos, Tereza dice:
—Pártele la cara, mozo, que lo quiero ver… Pártesela delante de mí, si tienes coraje.
Por unos instantes reinó una nerviosa expectativa, ¿iría el canalla a reaccionar, retrasando una vez más el debut? ¿Otra pelea como aquélla? ¿Otro diente de oro trabajado por el artífice dentista Najar? El cobarde no reaccionó, se quedó sin saber dónde meter las manos y esconder la cara; las palabras de Tereza habían establecido la ley y bastó.
Una gran ovación terminó con el asunto y en ese mar de aplausos comenzó a sambar Tereza Batista, estrella del meneo profesional, una de las tantas que había tenido y tendría, ella que solamente deseaba en la vida ser feliz al lado de su hombre de mar.
El día anterior, por la tarde, por petición y en compañía del picapleitos, estuvo en el tribunal y en una sala del juzgado en lo civil fue presentada al juez Benito Cardoso, y a abogados, fiscales, escribanos y otros notables profesionales. Tereza Batista, estrella del escenario. Tímida para ser estrella, un poco medrosa, sonrisa modesta, pero ¡qué bonita! Todos piensan que es la última conquista del picapleitos, lisiado y mujeriego, sólo el juez sabía de la hazaña ¿hazaña o milagro?, de la improvisada maestra de primeras letras, alfabetizadora de Joana das Folhas, vieja labradora de manos como raíces. Los ojos de admiración del juez se van convirtiendo en ojos de devoción y deseo, ah, si tuviese otro cargo en los tribunales, si ganara más podría ofrecerle casa y amor, pero con su estipendio de juez de derecho civil apenas le alcanzaba para sostener a la familia legalmente constituida, ¿cómo pensar en amantes, en amigas, en casa doble?
En medio de un mar de aplausos, Tereza Batista se inicia en una trayectoria con altibajos, pero siempre triunfal. Corazón helado, ostra encerrada en sí misma, ¡ah! si pudiese llorar, pero el chico de la calle no llora y el marinero tampoco. Aguas del mar de ausencia, amor de náufragos. ¿Dónde andará el maestro Januário Gereba, Janu de mi amor, por la ruta del muelle de Bahia?
Tereza suelta las nalgas como él le enseñó, ancas de profundas honduras marinas, el vientre de vaivén, la simiente del ombligo, tallo y flor. El corazón frío, helado y distante, ay, Januário Gereba, gigante marino, urubu rey volando sobre las olas de la tempestad, ¿cuándo te volveré a ver, cuándo volveré a sentir en tu pecho el gusto a sal y mar?, me moriré en tus brazos, ahogada en tus besos, ay, Januário Gereba, maestro Janu de mi amor, ay, amor, ¿cuándo otra vez?