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Sin un gesto, como una estatua de piedra tallada sobre el puente carcomido, Tereza Batista sigue los preparativos para la partida de la barcaza Ventania: las velas en alto movidas por la brisa, el ancla levantada, los maestros Gunzá y Gereba a la popa y la proa. Hace un rato Januário trepó por un mástil, artista circense, urubu rey, el gran volador, el gigante pájaro del mar. Janu, mi hombre, mi marido, mi amor, mi vida, mi muerte. El corazón de Tereza Batista se encoge, su cuerpo esbelto se estremece, es una estatua de dolorida materia.

El día anterior, sentados en el Café Bar Egipto, a la espera del resultado de la audiencia de la acción ejecutiva planteada por Libório das Neves contra Joana das Folhas, Januário le había dicho: mañana, con la primera marea. Tomando la mano de Tereza en su manaza, agregó, un día volveré.

Ni una palabra más, sólo los labios de Tereza, de pronto descoloridos y fríos, helada en la brisa caliente de la tarde, un sol ceniciento, un presagio de muerte, las manos apretadas, los ojos en la distancia, la certeza de la ausencia. De la calle vienen el abogado y la negra estallantes de alegría por la victoria; ¡vamos a festejarlo!

Mundo contradictorio, alegría y tristeza, todo mezclado. En la casa de Joana, la mesa puesta, las botellas abiertas, Lulu brindando con Tereza, deseándole salud y felicidad, ay, felicidad. ¡Ah, vida desgraciada! En las arenas últimas se arrincona contra el pecho del hombre para quien había nacido y encontró tan tarde. Posesión con el gusto amargo de la separación, violenta y rabiosa. Ella lo muerde, lo araña, él la aprieta contra su pecho como si quisiera metérsela en la piel. En las arenas últimas de la noche de amor, los sollozos estrangulados, está prohibido llorar. Vino una ola y los cubrió, vino el mar y se lo llevó. Adiós marinero.

Januário salta de la barcaza y sube al puente, abraza a Tereza. El último beso calienta los labios fríos, el amor de los marineros dura lo que la marea, en la marea Ventania larga sus velas rumbo al sur, rumbo al muelle de Bahia. Cómo le gustaría preguntar a Tereza por aquella vida, pero ¿para qué preguntar? Las velas izadas, el ancla suspendida, la barcaza se aleja del puente, en el timón el maestro Caetano Gunzá. Lenguas sedientas, dientes hambrientos, bocas desesperadas, la distancia las quema con un beso de fuego, la vida y la muerte se funden, Tereza marca el labio de Januário con su diente de oro.

El beso de fuego se deshace, en el labio de Januário hay una gota de sangre, el recuerdo de Tereza Batista en el borde de la boca, tatuado por su diente de oro. Río y mar, mar y río, un día volveré aunque lluevan cuchillos y el mar se convierta en desierto, vendré en las patas de los cangrejos caminando para atrás, vendré en medio del temporal, náufrago buscando el puerto perdido, tu seno de piedra tierna, tu vientre de ánfora, tu concavidad de nácar, las algas de cobre, la ostra de bronce, la estrella de oro, río y mar, mar y río, aguas de los adioses, olas del nunca más. Desde el puente, desde los brazos de Tereza, el marinero salta a la barcaza, el gigante con gusto a sal, con olor marino, esposas en las muñecas, grillos en los pies.

Como una estatua de piedra, Tereza está inmóvil, los ojos secos. El sol va cayendo en las cenizas del cielo, crepúsculo de rosa triste, noche vacía de estrellas, la luna inútil para siempre jamás. Las velas veloces, el ronco sonido de la sirena en el adiós del maestro Januário Gereba: adiós Tetá muçurumim, gime el grave acento, adiós Janu de mi amor, responde el corazón lacerado en la agonía de la ausencia. Aguas del adiós, adiós, mar y río, adiós, en las patas de los cangrejos, adiós, en la ruta de los náufragos para nunca más, adiós.

El gigante de pie, la sirena rasgando el espacio, comandando el movimiento del mar, allá se va la barcaza Ventania dejando el muelle de Aracaju, de Sergipe del Rey, al timón el maestro Caetano Gunzá, junto al mástil central, fugitivo, Januário Gereba, pájaro de alas cortadas, preso en la cárcel de hierro, con los pies engrillados. En el límite entre las aguas del río y las del mar, el brazo del gigante se alza, la gran mano hace señales. Adiós.

Como una estatua de piedra en el puente de viejas tablas carcomidas por el tiempo, Tereza Batista está inmóvil, con un puñal clavado en el pecho. La noche la envuelve y penetra de luto y vacío, de nostalgia y ausencia, ay, mi amor, mar y río.