Dímelo el último día, le pidió Tereza, no quiero saberlo antes. Hacen como que la partida no sucederá, como si fuesen a pasarse toda la vida juntos, sin prever una separación cercana o remota, como si la barcaza Ventania debiera quedar anclada para siempre en el puerto de Aracaju. En la arena de la playa, en la mata de coqueiros[55], en los escondrijos de la isla, en la habitación de Tereza, en la quilla de la barcaza, viven sus días de fiesta en un frenesí. Los ayes de amor pueblan toda Sergipe.
Januário comparte toda la vida de Tereza, en el ensayo le enseña pases de capoeira, esguinces corporales, le da gracia, elegancia y atrevimiento a los movimientos de samba de Tereza, todavía tímidos: movimientos de samba de Angola, de maestro de saveiro, y de capoeira, de bailarín de afoxé[56].
Acompaña, tenso de interés, los mínimos progresos de Joana das Folhas, riendo alegremente cuando comprueba que la mano finalmente está domada y es capaz de dirigir el lápiz o la pluma, arrastrando todavía el papel pero sin romperlo ya, desparramando todavía la tinta pero sin convertir las letras en borrones ilegibles. Siempre hay un instante durante la clase vespertina para que los tres rían juntos, Tereza, Januário y Joana das Folhas.
Se besan en el autobús, pasean cogidos de la mano por el puerto, se sientan a charlar en el Ponte do Imperador, en la popa de la barcaza Ventania. Una noche, en un bote, Januário la embarcó río abajo y allí abandonando los remos, en una confusión de salpicones de agua y de risas, la tuvo entre sus brazos, vestidos los dos, el bote a la deriva. Después atracaron en la Ilha dos Coqueiros y salieron a descubrir escondrijos. En la noche de la Atalaia persiguen a la luna, solos en la inmensa playa, se quitan la ropa, se meten en el mar. Tereza se entrega en medio de las aguas, toda de sal y espuma.
—Ahora ya no eres Yansã, solamente eres Yansã cuando estás en la pelea. Ahora eres Janaína, la reina del mar —le dice Januário que conoce a los orixás.
Tereza tenía ganas de hacer preguntas sobre el saveiro Flor das Aguas, sobre las travesías, sobre el río Paraguaçu, la Isla de Itaparica, los puertos de atraque y sobre la vida de por allá, de Bahia. Pero desde la primera noche en Atalaia, cuando le contó lo más importante, no volvieron a hablar de esos asuntos ni de los saveiros, ni del río Paraguaçu, ni de Maragogipe, ni de Santo Amaro y Cachoeira, ni de las islas y las playas y la ciudad de Bahia, ni de las aguas del mar de Todos os Santos. Conversan sobre las cosas de Aracaju, sobre la audiencia final del proceso de Joana das Folhas que tiene fecha marcada por el juez, sobre el París Alegre, los ensayos de los números de danza, el próximo estreno, el diente de oro que ya está debidamente cincelado, ¿dentista o escultor Jamil Najar? Artista de la prótesis dentaria, responde él exhibiendo su ópera prima. Sobre tales temas hablan como si nunca se fueran a separar, como si la vida se hubiera detenido en la hora del amor.
El domingo, con Lulu Santos y el maestro Caetano Gunzá, se presentan en la casa de Tião para el almuerzo convenido. Feijoada completa, digna de cualquier superlativo. Animadísima y con diversos invitados: chóferes de taxi, músicos aficionados de guitarra y flauta, otro que toca el cavaquinho[57], muchachas de la vecindad, amigas de la mujer de Tião, alborotadoras. Cachaça y cerveza, gaseosas para las mujeres. Comen, beben, cantan y bailan finalmente al son de un tocadiscos. Todos tratan a Januário y Tereza como si fueran marido y mujer.
—Ésa tan bonita es la mujer del grandote.
—Marinero, se ve enseguida.
—¡Qué mujer!
—Es un guayabo, Cavalcânti, pero no te metas con ella, está casada con ese gigante.
Mujer de marinero, ¿quién no lo sabe? dentro de poco será viuda, el marido muere en el mar o se va para siempre. Amor de marinero dura como la marea. Ni sabiendo que era fugaz, momentánea alegría, huyó de él Tereza Batista.
Es costoso el precio, una vida de luto. Pero ni así lo desechó. Valía la pena la efímera madrugada de amor. Aunque pagara el precio más alto, era barato.