Las muchachas de ahora son unas descocadas, sin juicio, no piensan en el día de mañana, considera la vieja Adriana, moviendo la cabeza canosa mientras conversa con Lulu Santos.
—Está loca, eso está, está desperdiciando la suerte grande… —la suerte grande era conseguirse un industrial o un senador.
El abogado había ido a visitar a Tereza y la vieja le abrió el corazón.
—Tereza no para en casa, sale después de desayunar, día y noche se la pasa detrás de ese maldito lanchero.
Una mujer con ese porte y esa figura podía conseguir lo que quisiera, lo que le conviniera en Aracaju, donde no faltan hombres de bien, casados, de buena posición, con dinero suficiente para gastar, dispuestos a proteger y a asumir la responsabilidad de apreciar en lo que vale un regalo de la categoría de Tereza.
Ella, Adriana, no se muere por Veneranda, Lulu conoce bien la antipatía que le tiene, pero la verdad debe decirse: esta vez la presumida había actuado correctamente. Le había propuesto a Tereza un discreto encuentro en su residencia, ¿a que no sabe Lulu con quién? Adivine si es capaz. Y bajaba la voz para decir el nombre del industrial y banquero, senador de la República. Por una tarde con Tereza, solamente una tarde, ofrecía una pequeña fortuna, parece que la tiene echado el ojo desde el tiempo en que vivía en Estância, pasión vieja, manjar cocinado a fuego lento. La celestina le había pedido a Adriana que fuera su intermediaria, le había prometido una comisión razonable. Para Tereza había un dineral, más importante todavía porque existía la posibilidad de que el generoso ricachón le pusiera casa y la rodeara de lujos, si quedaba contento con el manejo de caderas de la muchacha, y seguro que iba a quedar contento. Tereza en medio del tinglado y ella, Adriana, amiga del alma, recibiendo las sobras, y sólo con las sobras se sentiría satisfecha. Tereza está reblandecida, ¿dónde tiene la cabeza? No contenta con rechazarlo, como Adriana insistía —tenía que cumplir su palabra empeñada ante Veneranda—, había amenazado con mudarse. Absurdo, no tiene sentido rechazar al hombre más rico de Sergipe por un marinero de agua dulce, ¿dónde se vio una locura igual? ¡Ah! las muchachas de ahora, tienen el pensamiento en las nubes, sólo quieren gozarla pero no con quien valga la pena, sino con enamorados sin ningún valor, se encaprichan por cualquier pobretón. Se olvidan de lo principal, del dinero, el eje del mundo, y terminan todas en el hospital de indigentes.
Lulu Santos se divertía con la desesperación de la vieja y encima insistía sobre la comisión prometida por Veneranda. ¿Es que la vieja Adriana, mujer de principios y tradición discreta, podía transformarse en alcahueta al servicio de la más afamada celestina de Aracaju? ¿Dónde había quedado su orgullo profesional?
—Lulu, los tiempos son difíciles y la cartera no tiene nombre ni olor.
Adriana, mi querida Adriana, deje a la muchacha en paz. Tereza conoce el valor del dinero, no se equivoque, pero también conoce el valor de la vida y del amor. ¿Piensa que sólo el senador la persigue con la cartera en la mano y la polla caliente (disculpe la expresión, se la debo a Veneranda)? Hay un poeta cubierto de versos, y cada estrofa suya vale más que los millones del industrial, que se está muriendo por ella. ¿Si no se dio al poeta por qué habría de darse al fabricante textil? Ni siquiera me quiso a mí, Adriana, que soy el dulcecito de las mujeres de Aracaju Sólo quiere a quien le toque el corazón. Déjela en paz este corto tiempo de amor y alegría y prepárese a cuidarla con cariño dándole el consuelo de su amistad cuando, dentro de pocos días, el marinero se marche y entre en el tiempo inconmensurable de la desesperación, cuando tenga que lamer la escupidera (disculpe la expresión grosera pero también es de nuestra finísima Veneranda).
Y Adriana prometió ser hermana y madre de Tereza y enjugarle las lágrimas (Tereza difícilmente llora, querida vieja), aunque será ella la única culpable de su desgracia, porque es una cabeza a pájaros. Sí, le ofrecerá su hombro y su corazón. En los ojos de Adriana hay un fugaz relámpago de esperanza: con la cabeza fría, libre de la presencia del grandote, quién sabe si Tereza reconsidere su actitud y resuelva aceptar el ofrecimiento del padre de la patria. Adriana quedará satisfecha con las sobras.