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Ya que me lo preguntas con tanta delicadeza, te digo, mozo, que cuando viene la desgracia no viene sola. Empieza y no hay quien la pare, crece como cosa barata, de amplio consumo. La alegría, en cambio, amigo mío, es planta mañosa, de cría difícil, de poca sombra, de duración breve, no se da bien ni con el sol ni con la lluvia ni con el viento, exige cuidados cotidianos y tierra abonada, ni seca ni húmeda, es un cultivo caro, de gente rica, con mucho dinero. La alegría se conserva en champaña; la cachaça[8] sólo consuela las desgracias, si es que las consuela. La desgracia es planta resistente, se mantiene sin requerir cuidados, crece sola, se hace frondosa, se la encuentra en todos los caminos. En donde hay pobres, compadre, la desgracia se da en abundancia, no se ve otra planta. Si el tipo no tiene la piel curtida y la espalda endurecida, con callos por dentro y por fuera, no gana nada liándose con encantamientos, no hay ebó[9] que dé resultado. Y te digo más, compañero, y no es por alabarme sino porque es la pura verdad: sólo los pobres tienen fuerza para cargar con tantas desgracias y seguir viviendo. Hablé y no me contestaron. Ahora yo pregunto: ¿qué te interesa conocer de las desventuras de Tereza Batista? ¿Acaso puede arreglar cosas pasadas?

Tereza cargó con fardo tan penoso que pocos machos aguantarían semejante peso; ella lo soportó y salió adelante, nadie la vio quejarse ni pedir compasión; si alguna vez la ayudaron, rara vez, fue por amistad y no porque se quejara; donde ella andaba ahuyentaba la tristeza. A la desgracia no le hacía caso, compadre; para Tereza solamente la alegría tenía valor. ¿Quiere saber si Tereza estaba hecha de hierro y con el corazón de acero? Por el color hermoso de la piel, era de cobre, no de hierro; el corazón de manteca, mejor dicho, de miel. El dueño de la fábrica, nadie la conoció mejor, le dio dos nombres: Tereza Mel de Engenho[10] y Tereza Favo-de-Mel[11]. Fue la única herencia que le dejó.

En la vida de Tereza la desgracia floreció temprano, hermano, y me gustaría saber cuántos valientes resistirían lo que ella resistió sin morirse en la casa del capitán.

¿Qué capitán? El capitán Justo, o sea, el finado Justiniano Duarte da Rosa. ¿Capitán de qué arma? Sus armas eran el látigo de cuero crudo, el puñal, la pistola alemana, el engaño y la maldad; patente de rico, de dueño de tierra; no tan rico ni con tantas leguas como para andar galardonado de coronel, pero lo suficiente para no ser un simple paisano, para ponerse divisas en el apellido. Tierras de Coronel, leguas y leguas de campo, de verde cañaveral, tenía Emiliano, el mayor de los Guedes, el dueño de la fábrica; sin embargo, siendo doctor graduado, aunque no ejercía, no aceptaba otro título. Los tiempos modernos son así, cuñado, pero no se achique, los títulos cambian, el coronel es doctor ahora, el capataz es gerente, la fazenda[12] es empresa, pero el resto no cambia, la riqueza sigue siendo riqueza, y la pobreza pobreza y con hartas desgracias.

Te puedo garantizar, hermano, que en el comienzo, las penurias de Tereza Batista pocos las pasaron en el infierno. Huérfana de padre y madre, sola en el mundo, sola contra Dios y el Diablo, y ni el mismo Dios le tuvo lástima. Y ya lo ve, esa niña atravesó lo peor del camino, las cosas más ruines entre las ruines y llegó sana y salva a la otra orilla, con una sonrisa en los labios. Bueno, eso de la sonrisa en los labios, no lo digo porque yo lo sepa, sino porque así lo oí decir. Si quieres saber más detalles del caso, sobre los comienzos de Tereza Batista, embárcate en el tren de la Leste Brasileña que va para el sertón, porque allá sucedieron las cosas, y quien lo vio que te lo cuente punto por punto.

Para Tereza fue difícil aprender a llorar porque había nacido para reír y vivir alegremente. No quisieron dejarla, pero ella se emperró, cabeza dura que ni un borrico esa Tereza Batista. Por mala comparación, porque de borrico no tenía nada más que la cabeza dura, pues no era marimacho, ni boca sucia —ay de su boca limpia y perfumada—, ni buscalíos, ni desordenada. Si alguien le dijo cosas de esa calaña o lo quiso engañar o no conocía a Tereza Batista. Tirana sólo en casos de amor; como te digo, nació para amar y en el amor fue estricta. ¿Por qué entonces la llamaban Tereza Boa de Briga[13], me pregunta? Bueno, compadre, por eso mismo, por ser luchadora; no hubo otra con su valentía y su altivez, ni con corazón tan de miel. Nunca soportó peleas, nunca provocó alborotos, pero seguro que por todo lo que soportó en su infancia, tampoco toleraba que un hombre le pegara a una mujer.