El sol, alto y brillante, deslumbraba al reflejarse en los cristales y la pintura de los coches que circulaban por la carretera. Pese a no ser mediodía aún, el aire se elevaba ondeando del asfalto por efecto del calor y los gases de escape. Al frente, el tráfico se ralentizaba casi hasta detenerse y pasaba gruñendo junto a las luces de los vehículos de emergencia que cortaban uno de los carriles. En éste, cruzado de medio lado, había un Lexus nuevo que desde atrás se veía inmaculado y cristalino, pero cuya parte delantera estaba hecha un desastre. A pocos metros había algo que hasta poco antes había sido una motocicleta y que se había convertido en un amasijo de partes de motor, cromo y caucho. La superficie de la vía presentaba unas manchas que parecían de aceite, pero que probablemente no lo fueran.
Mientras pasábamos al lado, exhortados por un agente de policía de expresión pétrea, me fijé en que sobre un puente que cruzaba la carretera se había congregado un grupo de mirones asomados a la barrera. En cuanto lo dejamos atrás, el tráfico recuperó el ritmo habitual como si nada hubiera ocurrido.
Durante el trayecto de regreso del cementerio, me pareció que Tom volvía a ser el de siempre. Había en sus ojos un brillo de intriga suscitado por el giro que había tomado el caso. Primero se descubren las huellas dactilares de un muerto en el escenario de un crimen; luego, en su tumba aparece un cuerpo que no es el suyo. Enigmas como aquél hacían las delicias de Tom.
—Todo apunta a que los partes sobre el fallecimiento de Willis Dexter fueron algo prematuros, ¿no te parece? —dijo como quien piensa en voz alta, mientras tamborileaba sobre el volante al ritmo de la pista de Dizzy Gillespie que sonaba en el CD—. Fingir tu propia muerte es una coartada de narices, si te sale bien.
—Entonces ¿quién crees que es el del féretro? ¿Otra víctima?
—No pienso aventurar conclusiones hasta que conozcamos la causa de la muerte, pero yo diría que sí. También cabe la posibilidad de que algún empleado de la funeraria intercambiara los cuerpos por error, pero dadas las circunstancias me parece poco probable. No, aunque odie admitirlo, creo que Irving llevaba razón en lo del asesino en serie. —Y mirándome de lado añadió—: ¿Qué?
—Nada.
—Como actor se te da fatal, David —dijo sonriendo.
En condiciones normales me habría encantado lanzarme a especular con Tom, pero en los últimos tiempos me había vuelto muy cauto a la hora de lanzar hipótesis.
—Quizá me pase de desconfiado, pero ¿no te parece sospechoso que la huella del carrete condujera directamente al cuerpo de otra víctima?
—Los criminales se equivocan como todo el mundo —respondió Tom encogiéndose de hombros.
—Así pues, ¿crees que Willis Dexter puede estar vivo? ¿Que es el asesino?
—¿A ti qué te parece?
—Me había olvidado de cuánto te gusta hacer de abogado del diablo.
Tom se echó a reír.
—Sólo intento contemplar todas las posibilidades. En realidad estoy de acuerdo contigo, me parece un tanto sospechoso. Pero Dan Gardner no es tonto. Tal vez no tenga mucho don de gentes, pero me alegro de que sea él quien lleva el caso.
Gardner y yo no habíamos congeniado, pero Tom no era de los que prodigan alabanzas a la ligera.
—¿Y qué me dices de York? —pregunté.
—Aparte de que me han entrado ganas de lavarme la mano después de estrechársela, no sé qué decirte —sentenció con aire pensativo—. Puede que le den el premio a la funeraria del año, pero no parecía preocuparle la exhumación. Al menos hasta que vio las condiciones del féretro. Sin duda tendrá que contestar a unas cuantas preguntas desagradables, pero dudo que se hubiera mostrado tan flemático de haber sabido lo que íbamos a encontrar.
—Sea como sea, no entiendo cómo se puede enterrar el cuerpo equivocado sin que nadie de la funeraria se dé cuenta.
Tom asintió.
—Es casi imposible, pero por el momento me reservo mi juicio sobre York. —Desaceleró para indicar un cambio de carril y adelantar a una autocaravana—. Por cierto, felicidades. No me había fijado en la cavidad nasal.
—Te habrías fijado si Hicks no te hubiera crispado los nervios.
—Que Hicks te crispe los nervios son gajes del oficio. Ya debería estar acostumbrado. —En ese momento me miró y se le borró la sonrisa—. Bueno, y ahora en serio, ¿qué es lo que te preocupa?
No era mi intención hablar de ello, pero no tenía sentido seguir escondiendo la cabeza bajo el ala.
—No creo que venir aquí haya sido una buena idea. Te agradezco lo que estás haciendo, pero… En fin, seamos sinceros, la cosa no funciona. Creo que debería irme.
Hasta entonces ni yo mismo era consciente de que la decisión ya estaba tomada. En ese momento fue como si todas mis dudas cristalizaran y me obligasen a aceptar lo que llevaba tiempo evitando. Aun así, una parte de mí se sentía contrariada, pues sabía que la decisión tenía otras implicaciones. Si me iba en ese momento, no sólo estaría acortando mi viaje.
Estaría rindiéndome.
Tom guardó silencio unos instantes.
—Todo esto no es tan sólo por lo que ocurrió en la cabaña, ¿verdad?
—En parte, pero no del todo —dije encogiéndome de espaldas y haciendo un esfuerzo por hallar las palabras—. Me da la impresión de que todo esto ha sido un error. No sé, quizás era demasiado pronto.
—La herida está cerrada, ¿no?
—No me refería a eso.
—Ya lo sé —dijo suspirando—. ¿Puedo ser franco contigo?
Asentí con la cabeza; no me fiaba de las palabras que pudieran salir de mi boca.
—Ya intentaste huir una vez y no te salió bien. ¿Qué te hace suponer que esta vez te irá mejor?
Noté que me sonrojaba. «¿Huir?» ¿Ésa era su impresión?
—Si te refieres a la muerte de Kara y Alice, de acuerdo, supongo que intenté huir —dije con voz áspera—. Pero esta vez es distinto. Es como si me faltara algo y no supiera qué es.
—Una crisis de confianza.
—Llámalo como quieras.
—Entonces vuelvo a preguntarte: ¿de qué te servirá huir?
Esta vez fui yo quien guardó silencio.
Tom no apartaba la mirada de la carretera.
—No voy a insultarte intentando animarte con sermones, David. Si crees que es lo correcto, márchate lo antes posible. Creo que te arrepentirás, pero la decisión es tuya. Sea lo que sea, ¿harás antes algo por mí?
—Desde luego.
Tom se ajustó las gafas.
—No le he contado esto a nadie, excepto a Mary y Paul. Me jubilo a finales de verano.
Lo miré desconcertado. Creía que iba a seguir hasta la finalización del curso.
—¿Por tu salud?
—Digamos que se lo he prometido a Mary. La cuestión es que tú has sido uno de mis mejores alumnos y ésta será la última ocasión que tengamos de trabajar juntos. Me harías un gran favor si te quedases una semana más.
Por un momento permanecí admirado ante la habilidad con que me había tendido la celada.
—Me lo he buscado yo solo, ¿verdad?
—Así es —respondió sonriendo—. Pero no serías capaz de faltar a tu palabra con un anciano, ¿a que no?
No pude sino echarme a reír. Curiosamente, eso me hizo sentir mejor de lo que me había sentido en mucho tiempo.
—De acuerdo, entonces. Una semana.
Tom asintió satisfecho. Sus dedos volvieron a tamborilear justo cuando la trompeta atacaba por los altavoces del coche.
—¿Qué te parece la nueva ayudante de Dan?
—¿Jacobsen? —pregunté mirando por la ventanilla—. Parece muy entusiasta.
—Hmm. —Sus dedos seguían bailando por el volante como si resiguieran un tatuaje—. Y atractiva, ¿no crees?
—Sí, supongo. —Tom permanecía callado. Noté que me ruborizaba—. ¿Qué?
—Nada —dijo esbozando una sonrisa.
Tom había llamado a la morgue para avisar de que los restos exhumados estaban en camino. Habría que examinarlos en otra sala de autopsias para evitar que se contaminaran con el cuerpo de la cabaña. La mera existencia de esa posibilidad podía convertirse en una pesadilla a la hora de presentar pruebas cuando atrapasen al asesino.
Suponiendo que lo atraparan.
Cuando llegamos, Kyle estaba hablando con otros dos ayudantes. Interrumpió la conversación para acompañarnos a la sala que había preparado; durante el trayecto no dejó de mirarnos como si esperara —o deseara— ver a alguien más. Al descubrir que sólo éramos nosotros se quedó un poco alicaído.
—¿Summer no viene hoy? —preguntó con indiferencia mal fingida.
—Oh, me imagino que vendrá más tarde —dijo Tom.
—Bien, sólo era curiosidad.
Tom aguantó impasible hasta que Kyle salió de la sala de autopsias.
—Será la primavera —comentó sonriendo—. Van todos con la sangre alterada.
El féretro de Steeple Hill llegó justo cuando acabamos de ponernos el atuendo quirúrgico y los delantales de caucho. Para el traslado lo habían introducido en un contenedor de aluminio; un ataúd dentro de otro, como las muñecas rusas. Antes de nada había que radiografiar el cuerpo, así que Kyle se llevó el ataúd a la sala de radiología con la ayuda de un carrito.
—¿Necesitan ayuda? —preguntó.
—No, gracias, nos las arreglaremos.
—Tom… —dije. Para radiografiar los restos, era necesario sacarlos del féretro. La descomposición había reducido la masa corporal, pero no quería que hiciera grandes esfuerzos.
Tom, que había adivinado mi pensamiento, bufó exasperado.
—Podemos esperar a que venga Summer. Kyle ya se ha metido en problemas una vez por mi culpa.
—Oh, no pasa nada. Martin y Jason pueden cubrirme —dijo Kyle, que se había animado al oír mencionar a Summer—. Además —agregó sonriendo con timidez—, el doctor Hicks no está aquí ahora mismo.
Aunque a regañadientes, Tom accedió.
—Muy bien, de acuerdo. Ayudarás a David a levantar el cuerpo en cuanto lo hayamos fotografiado. —Justo en ese momento le sonó el teléfono. Miró la pantalla—. Es Dan. Será mejor que conteste.
Mientras Tom salía al pasillo para hablar con Gardner, Kyle y yo desenganchamos los cierres que aseguraban la tapa de aluminio.
—Conque británico, ¿eh? —preguntó—. ¿De Londres?
—Sí.
—Guau. ¿Y cómo es Europa?
Me tomé un instante para pensar cómo responder a semejante pregunta mientras me peleaba con un cierre difícil.
—Bueno, la verdad es que hay de todo.
—¿Ah, sí? Me encantaría ir algún día. Ver la torre Eiffel y esas cosas. He viajado por Estados Unidos, pero siempre me he quedado con ganas de salir al extranjero.
—Pues deberías hacerlo.
—Con lo que cobro está difícil —dijo con una sonrisa triste—. Entonces… ¿Summer va para antropóloga forense, como el doctor Lieberman?
—Supongo que ésa es su intención.
El muchacho hablaba con aparente despreocupación, con la atención puesta en desabrochar los cierres.
—¿Eso quiere decir que se quedará en Tennessee?
—¿Por qué no se lo preguntas?
Kyle me miró aterrado y enseguida bajó la mirada.
—Oh, no, no podría. Yo sólo… Pues eso, curiosidad.
Conseguí no sonreír.
—En cualquier caso supongo que se quedará todavía una temporada.
—Claro.
Kyle asentía haciendo movimientos bruscos con la cabeza gacha. Se hacía incómodo verlo tan tímido. No tenía la menor idea de si Summer correspondería a sus atenciones, pero esperaba que por lo menos reuniera valor para averiguarlo.
Cuando Tom volvió estábamos a punto de levantar la tapa de aluminio del contenedor. Traía cara de pocos amigos.
—No os molestéis. Dan no quiere que toquemos el cuerpo por el momento. Por lo visto Alex Irving quiere echarle un vistazo in situ.
—¿Para qué?
Era hasta cierto punto comprensible que el profesor hubiera querido ver el cuerpo de la primera víctima en la cabaña, pero ése estaba tendido en un ataúd. No entendía qué esperaba averiguar que no pudiera apreciarse en las fotografías.
—Vete a saber —dijo Tom rebufando de frustración—. Hicks e Irving en una misma mañana. Señor, menudo día nos espera. Y por cierto, Kyle, tú no has oído nada.
—No, señor —dijo el ayudante de la morgue sonriendo—. ¿Hay algo más que pueda hacer?
—Por ahora no. Te llamaré cuando llegue Irving. Me ha dicho que no tardará.
Deberíamos haber sabido que Irving no era de los que tienen empacho en hacer esperar a alguien. Pasó media hora, una hora, y seguía sin honrarnos con su presencia. Tom y yo matamos el tiempo lavando y secando los restos de la cabaña que habían pasado la noche sumergidos en detergente. Al cabo de casi dos horas el profesor se presentó en la sala de autopsias como si tal cosa, sin llamar a la puerta siquiera. Llevaba una costosa americana de gamuza y una camisa lisa de color negro, y su barba era poco más que una sombra oscura sobre las mejillas redondas y la blanda línea de la mandíbula.
Lo acompañaba una muchacha bonita, de no más de diecinueve o veinte años, que permaneció en todo momento detrás de él, como a su amparo.
Irving fingió una sonrisa.
—Doctor Lieberman, doctor… —dijo haciendo un vago gesto en dirección a mí—. Supongo que Dan Gardner les ha avisado de que venía.
Tom no le devolvió la sonrisa.
—Sí, nos ha avisado. También ha dicho que llegaría enseguida.
Irving levantó las manos en gesto de sumisión y ensayó lo que para él, supongo, debía de ser una sonrisa conciliadora.
—Mea culpa. Cuando Gardner ha telefoneado, estaba a punto de grabar una entrevista para la televisión que se ha alargado más de la cuenta. Ya se sabe cómo son estas cosas.
Tom dio a entender con el gesto que lo sabía muy bien. A continuación miró fijamente a la chica y preguntó:
—¿Y ella es…?
—Ah, es Stacie —respondió Irving colocando una mano posesiva sobre el hombro de la muchacha—, una de mis alumnas. Está escribiendo una tesis sobre mi obra.
—Debe de ser fascinante —dijo Tom—, pero me temo que tendrá que esperar fuera.
El profesor hizo un gesto displicente con la mano.
—No pasa nada. Ya la he advertido de lo que podemos encontrarnos.
—Aun así debo insistir.
A Irving se le congeló la sonrisa mientras él y Tom intercambiaban miradas.
—Le he dicho que podía venir conmigo.
—Pues no debería haberlo hecho. Esto es una morgue, no un salón de conferencias. Lo lamento —añadió Tom con delicadeza, dirigiéndose a la muchacha.
Irving se quedó mirándolo un instante, y luego dirigió una sonrisa amarga a la joven.
—Me temo que aquí no mando yo, Stacie. Tendrás que esperar en el coche.
La muchacha salió a paso ligero con la cabeza gacha de vergüenza. Lo sentí por ella, pero Irving debería haber sabido que no podía llevarla sin consultar antes con Tom. La sonrisa del profesor se evaporó no bien se hubo cerrado la puerta.
—Es una de mis alumnas. Si creyera que puede dejarme en evidencia, no la habría traído.
—Estoy seguro de que no, pero el caso es que no es usted quien decide eso —dijo Tom en un tono categórico—. David, ¿te importaría ir con Kyle a la sala de radiología, por favor? Yo le enseñaré al doctor Irving dónde puede cambiarse.
—No será necesario. No tengo intención de tocar nada.
La voz del profesor se había vuelto fría como un témpano.
—Puede que no, pero somos muy quisquillosos con estas cosas. Además, sería una lástima que se manchase la americana.
Irving echó un vistazo a su cara americana de gamuza.
—Oh. Bien, quizá tenga razón.
Tom me lanzó una sonrisa furtiva mientras salían. Cuando logré dar con Kyle, Tom e Irving estaban ya listos en la sala de radiología, esperando en silencio junto a la caja de aluminio que contenía el féretro.
Irving se había puesto una bata de laboratorio sobre la ropa. Su rostro denotaba preocupación, y con el índice y el pulgar, protegidos con un guante, se masajeaba las narinas. Kyle y yo empezamos a levantar la tapa del contenedor.
—Espero que esto no dure mucho, porque tengo rinitis y con el aire acondicionado se me inflaman los… ¡Dios!
Al apartar la tapa y propagarse el hedor del interior, el profesor dio un paso atrás tapándose la nariz con la mano. En su favor hay que añadir que se recuperó enseguida y que, mientras abríamos el féretro propiamente dicho, apartó la mano y dio un paso adelante.
—¿Pero esto… es esto normal?
—¿Se refiere al estado del cuerpo? —Tom se encogió de espaldas—. Depende de lo que entienda por normal. El tipo de descomposición es normal para un cuerpo sepultado. Sólo que no para uno que ha sido enterrado hace sólo seis meses.
—Me imagino que tendrá alguna explicación.
—Todavía no.
—De modo que tenemos dos cuerpos —dijo Irving forzando cara de asombro— que por razones misteriosas están más descompuestos de lo normal. Yo diría que esto es un patrón. Entiendo además que éste no es el inquilino legítimo de la tumba.
—Por lo visto, no lo es. Éste es un varón negro. Willis Dexter era blanco.
—Le tocaría al daltónico de la funeraria —murmuró Irving, y señalando la mugrienta sábana de algodón que lo cubría todo menos la cabeza del cadáver, añadió—: ¿Serían tan amables de…?
—Un momento. David, ¿te importa sacar unas cuantas fotografías?
Saqué las fotografías del cuerpo con la cámara de Tom y en cuanto hube terminado Tom le hizo una señal con la cabeza a Kyle para que retirase la sábana. El ayudante de la morgue agarró el borde del improvisado sudario. Los fluidos emanados durante la descomposición la habían adherido al cuerpo de tal modo que no fue fácil separarla.
Cuando el muchacho vio lo que había debajo se detuvo y lanzó una mirada interrogativa a Tom.
El cuerpo estaba desnudo.
—Oh, sin duda tenemos un patrón —dijo Irving, divertido.
—Continúa —dijo Tom, haciéndole un gesto a Kyle.
El ayudante retiró el resto de la sábana. Irving se frotó la barba mientras observaba el cuerpo. Me pareció un gesto de una afectación deliberada, pero tal vez eran prejuicios míos.
—Bien, dejando de lado por el momento la… hmm… cuestión de la desnudez, a primer golpe de vista hay unas cuantas cosas que resultan obvias —afirmó—. El cuerpo ha sido dispuesto con cuidado. Las manos unidas sobre el pecho a la manera convencional, las piernas estiradas como si se tratara de un enterramiento al uso. Cosa que, por supuesto, no es. Es evidente que el cuerpo ha sido tratado con respeto, lo cual constituye una diferencia clara con la primera víctima. Cosas como ésta son las que hacen la vida más interesante, ¿no?
«No para ellos». Noté que la actitud de Irving irritaba también a Tom.
—El cuerpo que encontramos en la cabaña no fue la primera víctima —dijo.
—¿Perdón?
—En el supuesto de que este individuo haya sido asesinado, cosa que no podemos asegurar hasta que conozcamos la causa de la muerte, llevaría muerto mucho más tiempo que el hombre al que encontramos ayer —dijo Tom—. Fuera quien fuera, éste murió antes.
—Rectifico, pues —concedió Irving con una sonrisa vítrea—. De hecho eso respalda mi teoría. Hay una progresión clara. Y si ese tal Dexter fingió su propia muerte hace seis meses, como parece probable, estaríamos ante un hecho altamente simbólico. Al principio creía que tal vez el asesino negara su sexualidad y sublimase sus necesidades sexuales reprimidas por la vía de la violencia. Sin embargo, lo que tenemos aquí nos da una perspectiva distinta. La primera víctima aparece enterrada y envuelta en un sudario, escondida casi de pura vergüenza. Ahora, seis meses después, el cuerpo de la cabaña queda a la vista de todo el mundo. Está gritándonos: «¡Miradme! ¡Mirad lo que he hecho!». Tras «enterrar» a su yo anterior, ahora el asesino sale del armario, por decirlo de alguna manera. Y a la vista del distinto trato dispensado a cada una de las víctimas, no me extrañaría que entre medio hubiera otras de las que nada sabemos.
Parecía muy entusiasmado ante esa posibilidad.
—De modo que sigue creyendo que son asesinatos homosexuales —dijo Tom.
—Casi seguro. Esto no hace sino confirmarlo.
—Parece usted muy seguro. —No quería implicarme, pero la conducta de Irving me estaba sacando de mis casillas.
—Tenemos dos cuerpos desnudos, varones ambos. Todo parece apuntar en esa dirección, ¿no le parece?
—A veces los cuerpos salen desnudos de la morgue. Si no hay familia que facilite la ropa, los entierran tal cual.
—Entonces ¿este segundo cuerpo de varón desnudo es mera coincidencia? Interesante teoría —dijo dirigiéndome una sonrisa condescendiente—. Tal vez también quiera explicarnos por qué la huella que Dexter dejó en la cajita del carrete estaba pringada de aceite de bebé.
Mi sorpresa halló correspondencia en el rostro de Tom.
—Oh, lo siento, ¿Gardner no se lo había dicho? —preguntó con fingido estupor—. Supongo que no tenía por qué. El caso es que a menos que al asesino le vayan los humectantes, sólo se me ocurre una razón por la que pudiera untarse aceite de bebé en la cabaña.
La insinuación quedó en el aire, pero antes de seguir se aseguró de que la hubiéramos cazado.
—En cualquier caso, la motivación sexual explicaría también el distinto perfil racial de las víctimas: el denominador común crucial aquí no es el color de la piel, sino el hecho de que sean hombres. Sí, señores, nos enfrentamos a un depredador sexual, y teniendo en cuenta la ausencia notoria del tal Willis Dexter en su propia tumba, yo diría que es el candidato más plausible.
—Por lo que Dan me ha dicho, creo que, a excepción de los cargos de conducción bajo los efectos del alcohol, Dexter no tenía antecedentes ni un historial violento —dijo Tom.
Irving reaccionó sonriendo con petulancia.
—Siempre es así con los depredadores más inteligentes. Permanecen en la sombra, a menudo como miembros respetables de la sociedad, hasta que cometen un error o salen a la palestra de forma deliberada. El narcisismo patológico no es un rasgo infrecuente entre los asesinos en serie. Se hartan de que su luz se quede en un cajón y deciden actuar en público, si es necesario. Por suerte, la mayoría terminan tropezando con su propia vanidad. Como éste.
Irving señaló con ademán teatral el cadáver del féretro. A todo esto, había empezado a adoptar cierto tono profesoral, como si Tom y yo fuéramos dos alumnos de primer año no muy brillantes.
—Considerando las implicaciones logísticas, resulta imposible que Dexter haya podido hacer esto sin la ayuda, por lo menos, de alguien de la funeraria —continuó con resolución—. O bien Dexter trabajaba ahí, cosa que a la vista de su experiencia como mecánico o lo que fuera se antoja poco probable, o bien tiene un cómplice. Acaso un amante. Cabe la posibilidad de que trabajaran en equipo; un dominante y un sumiso. Eso sí sería interesante.
—Fascinante —murmuró Tom.
Irving le lanzó una mirada cortante, como si sólo entonces empezara a sospechar que quizás estaba ofreciendo perlas a los cerdos. La llegada de Summer nos privó de cualesquiera otras observaciones que el profesor estuviera dispuesto a compartir con nosotros.
Entró en la sala de radiología pero se paró en seco cuando nos vio reunidos en torno al féretro.
—¡Oh! Perdón, ¿quieren que espere fuera?
—Por mí no es necesario —dijo Irving exhibiendo una amplia sonrisa—. Aunque esa decisión atañe al doctor Lieberman, por supuesto. El doctor parece más bien partidario de mantener a los estudiantes al margen de la vida real.
—Summer es una de mis estudiantes de posgrado —dijo Tom haciendo caso omiso de la pulla—. Viene a ayudarnos.
—Desde luego —dijo Irving ensanchando la sonrisa al ver las tachuelas y anillos que adornaban el rostro de Summer—. Debo decir que siempre me ha fascinado el arte corporal. Yo mismo consideré la posibilidad de hacerme un tatuaje en cierta ocasión, pero la gente de mi entorno no ve esas prácticas con buenos ojos. No obstante, me fascina la vertiente pagana de los piercings, esa idea de lo moderno primitivo. Resulta refrescante encontrar esta clase de individualismo en los tiempos que corren.
Summer se ruborizó, pero de satisfacción más que de vergüenza.
—Gracias.
—No se merecen —replicó Irving dando rienda suelta a sus encantos—. Tengo un par de manuales sobre arte corporal primitivo que acaso podrían interesarte. Quizá…
—Si ha terminado, profesor Irving, deberíamos ir empezando —interrumpió Tom.
Por un instante, la sonrisa de Irving se vio empañada por una sombra de fastidio.
—Por supuesto. Encantado de conocerla, señorita…
—Summer.
—Mi estación favorita —dijo Irving exhibiendo de nuevo los dientes.
El profesor se quitó los guantes y miró en derredor, buscando dónde dejarlos. A falta de un sitio apropiado, se los alargó a Kyle. El joven ayudante de la morgue puso cara de extrañeza, pero los aceptó sin protestar.
Tras dirigir una última sonrisa a Summer, Irving se marchó. Cuando la puerta se hubo cerrado detrás de él, se hizo el silencio. Summer sonreía, y al hacerlo se le formaban hoyuelos y se le arrebolaban las mejillas bajo el cabello teñido de rubio. Kyle, alicaído, todavía no se había deshecho de los guantes del profesor.
—Bien, ¿por dónde íbamos…? —dijo Tom tras aclararse la garganta.
Mientras yo tomaba unas cuantas fotografías más de los restos desnudos, él salió a telefonear a Gardner. El equipo forense tendría que inspeccionar el féretro, pero, según el procedimiento, antes había que retirar el cuerpo. El hecho de que estuviera desnudo seguramente no alteraba el protocolo, pero no podía culpar a Tom por querer verificarlo antes con el agente del TBI.
Kyle se quedó en la sala de radiología. A decir verdad no era necesario que permaneciera allí más tiempo, pero viendo cómo miraba a Summer me incomodaba decirle que su presencia ya no era requerida. Su expresión invitaba a pensar en un cachorro abandonado.
Tom no tardó mucho y volvió lleno de brío.
—Dan dice que adelante. Saquemos el cuerpo.
Al intentar acercarme al contenedor, Tom me detuvo.
—Kyle, ¿te importaría ayudar a Summer?
—¿Yo? —preguntó el ayudante ruborizándose. Y lanzando una mirada fugaz hacia ella agregó—: Oh, esto, claro… No hay problema.
Tom me guiñó un ojo, y Kyle y Summer se colocaron junto al contenedor de aluminio.
—Te falta el arco y la flecha —musité mientras se preparaban para levantar el cuerpo.
—A veces estas cosas requieren un empujoncito. —Su sonrisa se esfumó—: Dan quiere que nos pongamos en marcha. Si las circunstancias fueran otras, dejaría estos restos para cuando hubiera terminado con los de la cabaña, pero tal y como están las cosas…
De repente se oyó una exclamación. Levantamos la vista y vimos a Kyle junto al féretro mirándose una de las manos enguantadas.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Tom, acercándose.
—Algo me ha picado al tocar el cuerpo.
—¿Ha salido de debajo de la piel?
—No estoy seguro…
—Trae, déjame ver —dije.
Los guantes eran de caucho grueso y llegaban casi hasta el codo. El de Kyle estaba pringado de fluidos del cuerpo en descomposición, pero en la palma se apreciaba claramente un agujero de contornos irregulares.
—De verdad, no es nada —dijo Kyle.
Haciendo oídos sordos, empecé a bajarle el guante. Tenía la mano arrugada y pálida por el calor del caucho. En el centro de la palma había una mancha de sangre oscura.
—Vamos a lavar esto. ¿Tenemos botiquín? —pregunté.
—Debería haber uno en la sala de autopsias. Summer, ¿te importa ir a buscarlo? —dijo Tom.
Kyle se dejó llevar hasta el grifo. Puse su mano bajo un fuerte chorro de agua fría y le lavé la sangre. La herida era pequeña, poco más que una punzada de alfiler. Pero no por eso era menor el peligro.
—¿Qué tal? —preguntó al volver Summer con el botiquín.
—Si estás vacunado no tiene por qué pasar nada —dije con toda la confianza que pude—. ¿Estás vacunado?
Kyle asintió mientras observaba con ansiedad cómo yo le iba lavando la herida con antiséptico. Tom estaba junto al féretro.
—¿Por dónde has agarrado el cuerpo?
—Por el hombro. El derecho.
Tom se inclinó para verlo más de cerca, pero sin llegar a tocar el cadáver.
—Aquí hay algo. Summer, ¿me acercas los fórceps?
Bajó la tenaza y asió lo que fuera que estuviera incrustado en la carne putrefacta. Dando un ligero tirón, consiguió extraerlo.
—¿Qué es? —preguntó Kyle.
—Parece una aguja hipodérmica —respondió Tom con estudiada neutralidad.
—¿Una aguja? —exclamó Summer—. Ay, Dios mío, ¿acaba de clavarse una aguja?
Tom la fulminó con la mirada, pero en realidad a todos nos había asaltado la misma idea. Como trabajador de la morgue, Kyle debía de estar inmunizado contra algunas de las enfermedades susceptibles de transmitirse a través de los cadáveres, pero existen otras para las que no existe protección posible. En general, si se obra con cuidado, los riesgos son mínimos.
A menos que haya una herida abierta.
—Estoy seguro de que no hay por qué preocuparse, pero de todos modos lo mejor será ir a urgencias —dijo Tom aparentando serenidad—. ¿Por qué no te cambias y te espero fuera?
Kyle se había quedado pálido.
—No, yo… de verdad, estoy bien.
—Claro que sí, pero vamos a que te examinen para asegurarnos. —Su tono no admitía discusión. Aturdido, Kyle obedeció. Tom esperó hasta que la puerta se hubo cerrado detrás de él—. Summer, ¿estás totalmente segura de que tú no has tocado nada?
Ella, pálida también, asintió con la cabeza.
—No he tenido tiempo. Iba a ayudar a Kyle a levantar el cuerpo cuando… Ay, Señor, ¿cree que puede ser grave?
Tom no respondió.
—Será mejor que te cambies tú también. Si te necesito para algo más, ya te avisaré.
La muchacha no protestó. Mientras salía, Tom depositó la aguja en un frasco de muestras.
—¿Quieres que acompañe a Kyle? —pregunté.
—No, eso es responsabilidad mía. Tú de momento ocúpate de los otros restos. No quiero que nadie se acerque a este féretro hasta que yo en persona haya radiografiado el cuerpo.
Habló con una gravedad poco acostumbrada. Cabía la posibilidad de que la aguja hipodérmica se hubiera separado y clavado en el cuerpo por accidente, pero parecía poco probable. No sabía qué me inquietaba más: si la idea de que la aguja hubiera sido colocada ahí de forma premeditada o lo que eso implicaba.
Que alguien esperaba que el cuerpo fuera exhumado.
La primera vez fue una mujer. Te doblaba la edad e iba bebida. La viste en un bar, el alcohol se le había subido tanto a la cabeza que apenas lograba mantenerse sentada. Su rechoncha y ordinaria figura se balanceaba en la punta del taburete mientras con los dedos manchados de nicotina sujetaba una colilla encendida junto a su rostro ojeroso y congestionado. En un momento dado, echó la cabeza hacia atrás en dirección al televisor que había encima de la barra y soltó una carcajada flemosa que sonó como una sirena. La deseaste de inmediato.
La observaste desde el otro lado del local, dándole la espalda pero sin apartar en ningún momento tus ojos del espejo donde se reflejaba. Envuelta en humo de cigarrillos, se acercaba tambaleando a los hombres del bar y los rodeaba con el brazo a modo de invitación. Cada vez que lo hacía notabas la tensión y los celos quemándote como ácido el estómago. Todos y cada uno de ellos, no obstante, eludieron su abrazo y rechazaron sus provocaciones. Dando tumbos, volvió a su taburete y pidió otra bebida en voz alta para ahogar su frustración. Tus nervios iban en aumento porque sabías que ésa era tu noche.
Era inevitable.
Te tomaste tu tiempo y esperaste a que al camarero se le agotase la paciencia. Saliste del local sin que nadie se diera cuenta mientras ella seguía gritándole obscenidades mezcladas con patéticas súplicas. Fuera, te levantaste el cuello y corriste a resguardarte bajo un portal cercano. Era otoño, y la lluvia había llenado las calles de niebla y rodeado las farolas de penumbra amarilla.
La noche no podía ser más propicia.
Tardó más de lo que esperabas en aparecer. Esperaste, temblando del frío y la adrenalina. La impaciencia y los nervios te roían por dentro, pero te mantuviste firme. Llevabas demasiado tiempo postergando el momento. Temías que si no lo hacías entonces, tal vez no lo harías nunca.
Entonces la viste salir del bar con paso vacilante mientras intentaba ponerse un abrigo demasiado delgado para la estación. Pasó por delante del portal sin reparar en tu presencia. Saliste corriendo tras ella con el corazón latiendo en contrapunto con tus pasos y la seguiste por las calles desiertas.
Cuando viste la luz del letrero de un bar supiste que el momento había llegado. Te colocaste a su altura y te pusiste a caminar a su lado. Habías planeado decir algo, pero la lengua, entumecida, no te obedecía. No hizo falta: sus ojos empañados te miraron con sorpresa y sus labios pintarrajeados dejaron escapar una risita sin deshacerse del cigarrillo.
Hola, cariño. ¿Invitarías a una chica a tomar algo?
La furgoneta estaba aparcada a unas cuantas manzanas, pero no podías esperar. Al llegar a la altura de un callejón, la empujaste hacia sus negras fauces y con mano temblorosa sacaste el cuchillo.
Después de eso todo fue caos y confusión, una penetración rápida seguida de un torrente de fluidos. Fue tan breve que terminó antes de empezar de verdad. Te quedaste sobre ella jadeando y de pronto la excitación empezó a transformarse en algo gris y flácido. ¿Eso era todo? ¿En eso consistía todo?
Saliste huyendo del callejón acosado por el asco y la decepción. Sólo más tarde, ya con la cabeza más despejada, analizaste en qué te habías equivocado. Estabas demasiado impaciente, demasiado acelerado. Esas cosas hay que hacerlas despacio; hay que saborearlas. ¿Cómo, si no, ibas a aprender? Con las prisas, ni siquiera te había dado tiempo de sacar la cámara de debajo del abrigo. Y en cuanto al cuchillo, pensaste, recordando la celeridad con que había ocurrido todo…
No, sin duda lo del cuchillo fue un error.
Desde entonces mucha agua ha corrido bajo el puente. Has refinado tu técnica y perfeccionado tu estilo hasta convertirlo en una forma de arte. Ahora sabes exactamente qué es lo que quieres y qué debes hacer para conseguirlo. Con todo, recuerdas aquel torpe intento del callejón con algo semejante al afecto. Fue tu primera vez, y las primeras veces son siempre un desastre.
La perfección llega con la práctica.