Epílogo
LA sala, la asamblea, todo era idéntico al día anterior. Parecía como si la noche ni siquiera hubiera transcurrido. Puede que Folwar estuviera menos cansado, las caras se veían más relajadas, Lonerin iba más erguido y estaba menos pálido. No obstante, el ambiente seguía tenso. Dubhe lo sentía en sus huesos.
No había dormido mucho. Había estado toda la noche pensando en Sennar, en sus conocimientos, en el sello. Era su única esperanza. Pero también había pensado en el Mundo Emergido, en su destino y en Aster. No lograba olvidar su rostro oscilando en la esfera, allí, en las entrañas de la tierra. Un rostro sin odio ni fiereza, tan distinto de como lo había imaginado y, aun así, tan terrible…
Reinaba un silencio denso que, como el día anterior, fue roto por la dueña de la casa, Dafne. Sin embargo, fue Ido quien habló el primero.
—Supongo que ninguno de nosotros habrá pasado lo que se dice una buena noche, ¿me equivoco?
Barrió con una mirada pícara a todos los asistentes.
—Yo no he pegado ojo. Y he reflexionado mucho. Así pues, os voy a exponer mi propuesta.
Inspiró profundamente.
—Folwar habló con propiedad ayer por la tarde. Sennar tiene que estar al corriente. No olvidemos que, en sus tiempos, Nihal y él derrotaron al Tirano. Propongo ir a verlo y pedirle ayuda.
Kharepa sacudió la cabeza.
—No tenemos tiempo, ¿es que no lo entiendes? Entretanto, la Gilda seguirá adelante con su propio plan…
—¿Tenéis alguna otra propuesta para detener a Yeshol? ¿Atacar la Gilda? ¿Cómo? Dohor nos detendría antes de llegar a la Casa. ¿Y qué hacemos con la magia? ¿Tenéis alguna propuesta para expulsar al espíritu de Aster?
El silencio era tan profundo que casi parecía haberse solidificado.
—No disponemos de armas.
El Consejo no se pronunció.
—Excepto una. El hijo de Nihal. Debemos buscarlo y ponerlo a buen recaudo. Sin él, el plan no funcionará. Es el único modo que tenemos de defendernos.
Muchos asintieron. Dubhe sintió admiración por Ido. Era capaz de estimular, de tranquilizar, de imponerse. En sus palabras vislumbraba la sombra de su pasado glorioso de indómito combatiente, un pasado que aún no había consumido del todo. Seguía luchando, ahora ya prácticamente solo, por aquello en lo que creía.
—¿Otras propuestas?
La muchacha alzó lentamente el brazo. No sabía de dónde había sacado el coraje para hacerlo. Actuó impulsivamente, tal vez bajo el influjo de aquellas palabras, que habían encendido algo desconocido en lo más profundo de su estómago, o tal vez había sido desesperación pura y dura, la fuerza que siempre solía estimularla.
El auditorio la observaba consternado. Ido le cedió la palabra.
—Quisiera ofrecerme voluntaria para ir a buscar a Sennar.
Se alzó un murmullo entre los desconcertados asistentes.
—Hasta ahora te hemos brindado mucha confianza, pero ¿no crees que esto ya es demasiado?
Era Fest quien hablaba.
—Se trata de una misión extremadamente delicada, de la que depende nuestra supervivencia, y has de comprender que no podemos depositar toda esa responsabilidad en tus manos.
Dubhe asintió.
—Pero yo no pienso ir en nombre del Mundo Emergido. Tal vez Sennar pueda curarme. Así pues, nadie podrá discutirme que soy la persona más motivada. Le llevaré vuestro mensaje.
—¿Y quién nos garantiza que volverás? —inquirió Venna, el rey de la Marca de los Pantanos.
Ido sacudió la cabeza.
—No puedes ir sola, lo comprendes, ¿verdad? ¿Y si murieras? Se requieren al menos dos personas.
—Podría ir yo.
Dubhe se lo esperaba. No sabía por qué, pero estaba segura de que sería así. Lonerin tenía que estar siempre en primera línea, la chica ya lo había calado, tenía que actuar, sentir que estaba haciendo algo.
Ido se permitió esbozar una sonrisa.
—Estás enganchado a la acción, ¿no es así, muchacho?
Lonerin se puso más rojo que un pimiento. Sin duda, se había sentido muy abochornado.
El gnomo alzó las manos.
—No tengo nada que objetar, realizaste tu anterior misión de forma muy satisfactoria.
Dicho lo cual, recuperó inmediatamente la seriedad.
—En cuanto al hijo de Nihal y de Sennar, me ofrezco yo mismo.
Esta vez, el estupor que se generó en el Consejo aún fue mayor.
—Pero ¡si vos sois el pilar del Consejo!
—¡Sin vos, la resistencia dejará de existir!
—¡Os necesitamos aquí!
Ido hizo callar a todos los presentes con un gesto.
—Soy un guerrero. Llevo demasiado tiempo encerrado aquí, limitándome a recordar los días en que luchaba, los amigos y compañeros que he perdido.
Guardó silencio un instante.
—Tengo una cuenta pendiente con Dohor, todos lo sabéis. ¡Y no renuncio a satisfacerla!
Los murmullos se propagaron por toda la sala, hasta que volvió a imponerse el silencio y Dafne se puso en pie.
—Votemos, pues, este plan de acción: Lonerin y la chica irán en busca de Sennar, mientras que Ido buscará al hijo de éste y de Nihal. Que cada uno exprese su parecer.
Hubo una aplastante mayoría a favor. Estaba decidido.
* * *
—Te vuelves a despedir de mí.
Theana ya estaba llorando. Esta vez Lonerin no tenía ni idea de qué podía decirle. Tenía razón. Sin embargo, no podía quedarse mirando, por muchos motivos. En la anterior misión había resultado ser un inútil, y eso lo enfurecía. Había llegado hasta el corazón de la Gilda para destruirla y para probarse a sí mismo que sería capaz de superar el odio y el rencor, que lograría sublimarlo todo en su deseo de salvar el Mundo Emergido. Había fracasado en ambos cometidos. Y ahora, ¿qué podía hacer?
Siguió preparando el equipaje. Le habría gustado ser capaz de explicárselo, de contarle todo lo que bullía en su cabeza.
—Tengo que ir. Si me conoces, si me quieres, ya tendrías que saberlo.
Theana bajó la cabeza; sus rizos acompañaron el movimiento.
—No, al contrario. Me dijiste que volverías a mí, pero si ahora te vas, es como si no lo hubieras hecho. Creía que íbamos a tener tiempo para nosotros.
En efecto, él también lo había creído. Se detuvo y la miró.
—Han pasado muchas cosas.
La chica dejó correr las lágrimas.
—¿Es por ella?
—¿Por quién?
Lo sabía perfectamente.
—Lo sabes.
—No, en absoluto.
Theana se incorporó.
—Tienes que decidir, pensar.
—No seas tonta, no hay nada que pensar, nada en absoluto.
Theana sacudió la cabeza.
—Pues yo creo que sí. Porque yo ni siquiera soy capaz de tenerte aquí conmigo, de retenerte a mi lado, mientras que tú has arriesgado la vida por ella.
Lonerin sacudió la cabeza.
—No son más que imaginaciones tuyas.
Ella sonrió con tristeza.
—Procura volver, pero, aunque lo hagas, sé que ya no serás mío.
* * *
Dubhe estaba sentada fuera, en una galería de palacio que permitía admirar el paisaje de la lejana Tierra del Viento. Apenas se divisaba, hacia el horizonte, la inmensa llanura que delineaba la frontera entre las dos Tierras. Se decía que aquella estepa ya no era como tiempo atrás. La Gran Guerra había dejado en ella huellas imborrables. Menos árboles, mayor escasez de hierba, un aspecto más triste.
Era el mismo paisaje que habían observado Sennar y Nihal, posiblemente con el mismo estado de ánimo que la embargaba a ella mientras lo contemplaba, la tristeza y el sentimiento de dispersión de quien ha de partir.
Se preguntó si al final del viaje sería libre, por fin. Aún no se atrevía a pensar en el mañana, cuando finalmente la maldición estuviera rota. Ni quiera sabía si ese día iba a llegar alguna vez. Aun así, también se preguntó si la ruptura del sello le procuraría aquello que deseaba. Antes de que todo empezase, cuando todavía era una simple ladrona, pensaba «¿Hasta cuando?» sin acabar de comprender el porqué de aquella pregunta. Ahora lo entendía. Estaba cansada. Y no se trataba sólo del sello. Estaba cansada de actuar tal como le imponían las circunstancias, y de moverse como si alguien la manipulase, de avanzar empujada sólo por el deseo de sobrevivir. Y aunque el sello tal vez pudiera romperse, su esclavitud, en cambio, no tenía fin.
—¿Estás pensativa?
Dubhe se sobresaltó. Era Ido. Iba vestido igual que en la asamblea, con uniforme militar. Alguien le había comentado que nunca se quitaba aquella indumentaria. Sostenía una larga pipa humeante.
—Un poco.
—Partir siempre es morir un poco, dice un dicho popular.
Dubhe asintió. Era una situación más bien paradójica. La pequeña ladrona, la asesina, hablando con el gran héroe.
—Sennar es un gran mago, estoy seguro de que sabrá ayudarte.
«Ya».
—Eso espero.
—En cualquier caso, depende únicamente de ti, pero estoy seguro de que ya lo sabes.
Dubhe lo miró con extrañeza.
La pipa de Ido soltó una voluta de humo.
—Uno no vive tanto como yo he vivido, entre guerras y batallas, sobreviviendo a todos sus amigos, sin acabar entendiendo un poco a la gente.
Dubhe miró a lo lejos.
—No sé si puedo daros la razón. Siempre existe un camino para cada uno de nosotros.
—¿Y tu camino te conduce a luchar por el Mundo Emergido?
—No parto para combatir. Parto para salvar el pellejo.
—¿Seguro?
Ido liberó una bocanada más.
—Yo he cambiado de camino tantas veces… y he ido en contra de mi destino, también, durante toda mi vida.
«Pero hay quien no tiene esa posibilidad», pensó Dubhe.
Con todo, agradecía igualmente aquellas palabras.
Ido dejó escapar una postrer fumarada.
—Hace frío, y los viejos como yo deben guarecerse. Espero volver a verte, cuando esto acabe. Por ti y por el Mundo Emergido.
Dubhe asintió. Ido se encaminó hacia la salida.
—Gracias —le dijo ella sin volverse—, por cómo me tratasteis en el Consejo. No me despreciasteis ni sentisteis lástima de mí.
—No hay nada en ti que te haga merecedora ni de lo uno ni de lo otro.
Alzó una mano y se despidió.
Se quedó sola en la baranda. La brisa de la mañana se le enredaba en el pelo, que aún llevaba corto tras los tijeretazos de la Gilda. Estaba manteniéndose en equilibrio al borde de un precipicio y, sin embargo, en aquel instante se sentía ligera, como si finalmente pudiese volar hasta más allá del barranco.
* * *
La luz azulada titilaba en las paredes manchadas de sangre. El rostro dentro de la esfera aún tenía una apariencia informe, casi sufriente, pero en aquel marasmo Yeshol podía reconocer perfectamente la fisonomía de Aster, aquella cara que tanto había amado. Estrechaba el libro entre sus manos. Desde la fuga de la chica y del Postulante nunca se separaba de él.
—Turno ha fracasado. Su cadáver yace destrozado en la Gran Tierra.
—Ha sido ella.
—Las heridas no dejan lugar a dudas.
Tras recibir la noticia, la pluma que tenía en la mano quedó hecha añicos.
—Debe morir. Deben morir los dos. Es necesario. Thenaar así lo desea. Lanzad tras ellos a todos los Asesinos que creáis necesarios, los mejores, pero quiero que mueran entre atroces sufrimientos. Traedme aquí a uno de ellos, por lo menos.
Sin embargo, la orden que acababa de dar no lo había tranquilizado en absoluto. Alguien había movido los libros de su estudio de la biblioteca, alguien había estado investigando. ¿Qué sabía Dubhe? ¿Y qué relación tenía con el Postulante? Aquellas preguntas atormentaban sus noches, lo hacían enloquecer. Estaba a un paso de hacer realidad sus sueños, no podía irse todo al traste por una jovencita que no quería someterse.
Por eso había bajado a la sala donde se encontraba Aster. Verlo le infundía calor y confianza.
—No pienso permitir que lo destruya todo —dijo apretando los dientes, furioso—. Mi señor, ahora que nos hemos reencontrado después de tantos años, no toleraré que nadie vuelva a relegarte al olvido. Aunque me cueste la vida, tú regresarás y serás resarcido por tu sufrimiento.
Yeshol puso las manos sobre el cristal y apoyó la frente.
—Estamos tras la pista del cuerpo, ya nos hallamos cerca, mi Señor, muy cerca. Ni la descreída ni su compañero podrán hacer nada cuando tenga en mis manos al chico y a su padre. Los tiempos ya están cerca.
Dos cálidas lágrimas descendieron por sus mejillas, lágrimas de cansancio y sufrimiento, pero también de alegría.
—Los tiempos ya están cerca.