34
El consejo de las aguas
ALGUIEN lo llamaba con insistencia. Lo sacudía, tal vez, pero no podría asegurarlo. Habría querido hablar o, cuando menos, abrir los ojos. Pero ambas empresas le resultaban titánicas.
—Lonerin, maldita sea…
—¿Está muerto?
«Sí, estoy muerto».
Sin embargo, oía un lejano latido, y un zumbido en los oídos.
Movió levemente una mano.
—No, por suerte, no.
Por fin, Lonerin abrió los ojos. Había una luz inmensa, que no era capaz de soportar.
—Eh, jovencito, ¿va todo bien? Yo diría que no. Nos has dado un buen susto. En cualquier caso, ahora mismo nos vamos a Laodamea, y rápido, antes de que alguien nos vea por estos andurriales.
Notó que lo levantaban. Trató de hablar.
—¿Qué dices?
—Du… bhe…
—¿La chica? Está con nosotros, no temas.
Lo apoyaron encima de algo, y volvió a perder el conocimiento.
* * *
Dubhe se despertó en una cama bastante mullida, en una habitación muy luminosa. Le dolía la cabeza, pero no tardó en recordar. Cerró los ojos. Había vuelto a suceder. Otra matanza, otro cuerpo destrozado que debería olvidar.
Trató de darse la vuelta en la cama, pero una punzada en el costado la paralizó.
—No te conviene hacerlo, estate quieta.
Se volvió hacia la voz.
Era una ninfa. Había visto poquísimas en su vida. Y siempre de lejos. Poseía una belleza absolutamente deslumbrante. El cabello era de agua purísima y la piel, tan diáfana y transparente que parecía irreal. Era como una aparición.
—¿Quién eres?
—La sanadora del Palacio Real de Dafne, Chloe.
La muchacha se sorprendió al oír aquel nombre. Dafne era la reina de la Marca de las Aguas. Así pues, ¿estaban en Laodamea? Sus recuerdos eran muy confusos, y después de cada carnicería se formaba una gran laguna en su mente.
—¿Estoy en Laodamea?
La ninfa asintió con solemnidad. Todos sus movimientos eran elegantes.
—Llegaste aquí hace dos días, bajo el efecto de un poderoso encantamiento. Dormías profundamente. Te despertamos y cuidamos de que tuvieras cuanto necesitabas.
«¿La poción, tal vez?».
—Yo estoy…
La ninfa alzó una mano.
—El mago del Consejo y yo examinamos tu marca y obramos en consecuencia.
Una buena noticia, por fin. No de gran alcance pero buena, en cualquier caso.
—Estás herida en un costado, por suerte no es grave. Mañana podrás levantarte, pero antes debes descansar un poco más.
De aquella herida no recordaba nada en absoluto. Fuera como fuese, siempre que se transformaba sucedía lo mismo. No sentía dolor, ignoraba las heridas, incluso las más graves.
—¿Y Lonerin? —preguntó de repente.
—Estaba contigo. Os localizamos gracias a él. Haciendo acopio de las últimas fuerzas que le quedaban, realizó un encantamiento para comunicarnos vuestra situación. Os encontramos cerca de la Marca, perdidos en medio de una de las últimas estribaciones de la Gran Tierra; los dos estabais heridos.
—¿Y ahora? ¿Cómo está?
La última imagen que tenía de él era su rostro convertido en el de un enemigo por efecto de la maldición.
—No muy bien. Tiene una herida leve en el hombro, pero agotó todas sus energías cuando cargó contigo para ponerte a salvo mientras dormías y al indicarnos vuestra posición.
¿Herido? Dubhe recordaba perfectamente que el asesino sólo había tenido tiempo de herirla a ella, y a nadie más. Así pues, ¿quién había herido a Lonerin? Fue como un destello. La imagen del chico, pálido, delante de ella, con las manos unidas, y su cuchillo sajándole la carne, mientras su mente libraba una desesperada batalla con su cuerpo, tratando de detenerlo.
Había herido a su salvador. Hasta ese extremo había llegado la maldición, así de incontrolable se había vuelto.
—Quiero verlo.
—Ahora no.
—Pues entonces dime cómo está, si vivirá o si va a morir, ¡dímelo!
—No morirá, pero tiene que recuperarse.
Aquella respuesta no la consoló en absoluto. Su rostro expresaba un profundo dolor, y la ninfa debió de reparar en ello.
—Imagino que ahora desearás estar sola con tus pensamientos. Volveré esta noche para la cura.
Chloe cruzó el umbral describiendo lentos movimientos, y cerró delicadamente la puerta tras de sí.
Dubhe se quedó sola. Al instante comprendió que haberse creído libre no había sido más que una terrible ilusión. Huir de la Gilda sólo había comportado librarse de una prisión. Pero había otras muchas prisiones esperándola fuera, y, como siempre, seguía siendo esclava de su destino.
* * *
Lonerin se sentía bastante mal. Nunca antes había forzado sus poderes hasta el límite, y ahora la recuperación se presentaba harto complicada. Le dolía la espalda, pero resultaba soportable. Lo que realmente le molestaba era el cansancio, un cansancio tan extremo que le impedía levantarse y realizar hasta la más simple operación.
Theana estaba junto a su cama, graciosa e indefensa, tal como él la recordaba. Y pensar que unos días atrás estaba totalmente seguro de que no volvería a verla…
Le sujetaba una mano y lo miraba como si fuera un moribundo, lo cual a Lonerin le resultaba en parte divertido y en parte embarazoso. Sin embargo, pese a aquella actitud de enfermera compungida, la chica no había tenido manías a la hora de involucrarlo en una discusión que lo estaba agotando.
—Realmente, si has acabado así, es que no deben de importarte demasiado ni mi persona ni tu vida…
—Lo exigía la misión, ya te lo he dicho.
—No creo que tu misión haya consistido jamás en arriesgar la vida por una persona desconocida.
Ése era el verdadero quid de la discusión. Theana no paraba de darle vueltas desde que Lonerin había empezado a hablar de nuevo con alguna soltura. El problema era Dubhe.
—¿Y qué habría tenido que hacer? ¿Dejarla allí?
—Tal vez, con no arriesgarte tanto ya habría bastado.
—Todo lo que ahora sabemos se lo debemos a ella. Me pareció que salvarle la vida era lo mínimo que podía hacer.
—No a costa de la tuya.
Él mismo ya se había planteado aquella cuestión. ¿A qué venía preocuparse tanto por aquella chica? No tenía ningunas ganas de responder a esa pregunta ni de hacer frente a los absurdos celos de Theana.
—No tenía más elección que huir con ella.
—¿Y también tenías que darle tu capa, y privarte de agua por ella?
El mago hizo un gesto de contrariedad que le costó una punzada en el hombro.
—No estoy de humor para discutir sobre algo tan inútil. Procura cambiar de tema.
Theana pareció tomarse a mal aquellas palabras. Bajó la mirada. Él se preguntó si no habría sido demasiado duro con ella, pero se sentía confuso. Ella había sido su luz mientras estuvo preso en la Gilda, y también durante la fuga. No obstante, sentía que eso no era suficiente, y volvió a preguntarse qué representaba aquella chica para él. Sonrió para sus adentros. Posiblemente sería una de las últimas veces que podría permitirse el lujo de pensar en cosas similares durante los próximos meses: la lucha iba a convertirse por fin en guerra.
* * *
Dubhe se presentó ante la cabecera de su cama, azorada, retorciéndose las manos. No se atrevía a mirarlo a la cara, mantenía la vista clavada en el suelo.
—¿Estás mejor?
—Sí, pronto podré levantarme. ¿Y tú?
Dubhe se encogió de hombros, sin apartar los ojos del suelo.
—En realidad no he llegado a estar mal en ningún momento.
Se impuso un incómodo silencio entre ambos. El chico prefirió cambiar radicalmente de tema.
—Dentro de tres días se celebrará el Consejo y discutirán acerca de lo que descubrimos. ¿Vendrás?
Ella por fin alzó los ojos y puso cara de asombro.
—¿Yo?
—¿Y quién, si no?
Sacudió la cabeza, y aquel gesto le dio un aire infantil.
—No hay motivo para que yo participe, ni uno solo. Yo soy una criminal; ya resulta bastante extraño el hecho de encontrarme aquí dentro…
—Nos has alertado de un gran peligro; ¿crees que a alguien de aquí dentro le importa cuál es tu oficio? Yo quiero que vengas, es de justicia que tus méritos sean reconocidos.
Volvió a sacudir la cabeza, pero con más decisión.
—¿Es que acaso estás empeñado en no querer ver la realidad? Yo no he hecho nada, y si algo he hecho, ha sido únicamente en mi propio interés. Sólo deseo mi salvación. No existe ningún otro motivo por el cual haya indagado en la Gilda y te haya seguido.
—Los motivos no cuentan, has hecho algo muy importante. El Mundo Emergido te debe su gratitud.
—Pero yo te he herido, y…
Se dio cuenta de que iba a adentrarse en un tema tabú, y optó por mantener un repentino silencio.
Lonerin se ruborizó. Haberla visto en aquel estado no había hecho más que aumentar el entusiasmo que ella despertaba en él; aquella pena tan viva que transmitía lo impelía a desear salvarla. No le importaba en absoluto que lo hubiera herido. Si estaba en aquella cama sólo era por la decisión que había tomado después.
—No eras tú. Y en cualquier caso no tiene importancia.
—Sin embargo, creo que te equivocas, porque sí soy yo. Es la peor parte de mí, que aflora.
—No me lo creería ni aunque lo estuviera viendo.
—Es la naturaleza de la maldición.
Lonerin trató de zanjar el asunto.
—Deja ya de evadirte y de decir tonterías. Te mereces mucho más que yo los elogios del Consejo. Por eso vendrás.
Dubhe guardó silencio, pero era evidente que no estaba convencida.
—Lo siento, siento muchísimo que tuvieras que ver lo que viste, y haber intentado asesinarte… tú me has salvado la vida, gracias. Estoy en deuda contigo.
Lo miró con intensidad, y esta vez fue él quien desvió la mirada. De algún modo era una chica que no se andaba con tapujos, directa, y mirarla era como descender a unos abismos en los que Lonerin sabía muy bien que podría perderse.
—Entonces, estamos en paz. Sea como fuere, antes del Consejo quiero que conozcas a mi maestro.
La muchacha se mostró repentinamente interesada.
—Es Folwar, el gran mago del que te hablé; seguro que él será capaza de ayudarte. Ya le he explicado a grandes rasgos cuál es la situación.
—Gracias de nuevo…
Estaba muy guapa cuando se sonrojaba. Parecía como si las nubes que siempre ensombrecían sus ojos se disiparan de golpe.
—Es lo menos que puedo hacer.
—Te dejo descansar, he hablado demasiado.
Lonerin sonrió, pero ella no le correspondió. Hizo un breve gesto de salutación y abandonó la estancia sin decir nada más. El mago siguió su espalda con la mirada hasta que desapareció de su campo visual.
* * *
Dubhe se había detenido delante de una puerta, en los sótanos del palacio real de Laodamea. Aquel año era allí donde el Consejo de las Aguas tomaba sus decisiones, y era allí donde el maestro de Lonerin tenía su estudio.
No sabía qué pensar exactamente de aquel muchacho. La hacía sentir extrañamente incómoda. Hacía cosas por ella que nadie más había hecho, y además sin conocerla. Se debatía entre una gratitud incondicional y una peculiar desconfianza, propia de quien está lo bastante acostumbrado a salir solo de todos los atolladeros para creer en la buena fe del prójimo. Le parecía tan extraordinario que alguien hubiera arriesgado su vida por ella…
Pero en ese momento, ante la puerta, tenía el corazón en un puño. Allí estaba la respuesta definitiva, en cuanto traspasara aquel umbral, muerte o vida, y tenía miedo. ¿Qué pasaría si descubría que no había nada que hacer, que la maldición era eterna? No quería ni planteárselo. Creyera lo que creyese Lonerin, todo cuanto ella había hecho, lo había hecho pensando sólo en ese momento.
Llamó enérgicamente. Le respondió una voz débil y fatigada. Abrió la puerta con delicadeza.
—Soy Dubhe, la chica que llegó aquí con Lonerin.
Se quedó inmóvil. Aquella sala no se diferenciaba en nada del estudio de cualquier otro mago. Incluso podría decirse que se parecía al de Yeshol, con todos aquellos libros en los anaqueles, el escritorio atestado de volúmenes, los pergaminos escampados por todas partes… Pero lo que la dejó boquiabierta fue, por encima de todo, el mago que se hallaba en ella. Era un anciano de una delgadez impresionante, tan frágil como su propia voz. Estaba sentado en una cátedra con dos grandes ruedas de madera y yacía abandonado sobre el respaldo, como si careciera de fuerza. Le sonrió con dulzura y ella se quedó embelesada, con las manos apoyadas en la puerta.
—¿Me buscabas a mí?
Dubhe se preguntó si sería él, aquel mago tan poderoso.
Sabía que el aspecto físico no tenía mucho que ver con la magia, pero también tenía claro que para poder recitar los encantamientos se requería fuerza.
—¿Vos sois Folwar?
—En efecto.
Dubhe se sintió como una boba. Desde que había puesto el pie en aquel palacio, no sabía cómo comportarse, todos la trataban con tal cortesía que casi la ponían furiosa.
—¿No quieres sentarte? Ponte cómoda y deja de estar ahí plantada, indecisa.
El viejo volvió a sonreír, y Dubhe se acomodó en una silla de madera, con la espalda forzadamente erguida.
Y a continuación, ¿qué le diría?
Folwar la sacó del apuro.
—Lonerin me ha hablado de ti. Estás aquí por la maldición, ¿no es así?
Dubhe asintió.
—Vuestro alumno me ha comentado que sois un mago muy poderoso y que podéis ayudarme.
No perdió el tiempo: con un ágil movimiento se subió la manga, y a continuación le mostró el brazo y el símbolo que había sobre su piel.
Folwar acercó su silla y lo observó.
Dubhe contuvo la respiración ¿Acaso Lonerin se había equivocado? ¿Acaso no era un sello, sino una maldición?
Los minutos que Folwar dedicó a examinarle el brazo con sus frágiles dedos se le hicieron larguísimos.
—Un sello bastante complejo…
Dubhe no pudo evitar intranquilizarse. No era una buena noticia.
—¿Ha sido la Gilda?
—Sí, pero no sé quién lo hizo exactamente.
Folwar seguía observando el símbolo; su rostro ya no era bondadoso, sino reconcentrado, severo.
—No ha sido un mago cualquiera, al menos a primera vista, aunque haría falta verificarlo con más detalle.
Se alejó y buscó algo en los anaqueles. Se movía con extraordinaria facilidad en su silla de ruedas. Además, todos los estantes estaban diseñados a su medida. Cogió varias ampollas de un gran aparador que había en una esquina.
El análisis no fue muy distinto del que ya le realizó Magara, sólo un poco más complicado. Folwar pasó un tizón ardiendo por encima del símbolo; después hizo lo mismo con humo e incluso con alguna que otra extraña mixtura. Dubhe experimentó una extraña sensación de desaliento. ¿Qué podría desentrañar aquel viejo que no se supiese ya?
Cuando hubo acabado, Folwar le limpió el brazo. Puso en su sitio las ampollas, consultó un par de manuales… Por fin levantó la vista de aquellos volúmenes. Parecía muy cansado.
—Es un sello, como ya te había dicho, y bastante bien elaborado. No he hallado fallos ni puntos débiles.
Dubhe cerró los ojos y trató de impedir que su cuerpo empezase a temblar.
—El mago ha sido muy hábil, y poderoso. La marca es resistente. Un sello se hace para que dure eternamente, creo que eso ya lo sabías.
Dubhe apartó el brazo y se bajó la manga con rabia.
—Todo son historias inútiles. ¿Por qué no me decís la verdad? ¿Por qué no me decís que no hay nada que hacer?
Se había puesto en pie y estaba gritando. Sin embargo, por mucho que chillase, había algo en la joven que se alzaba por encima de su voz.
Folwar se mantuvo impertérrito.
—No te lo digo porque ése no es el quid de la cuestión.
Dubhe permaneció en su puesto, con un profundo sentimiento de impotencia y de rabia oprimiéndole el pecho.
—Siéntate y tranquilízate.
—Decid todo cuanto tengáis que decirme y acabemos de una vez —le ordenó ella sin sentarse.
Folwar sonrió benévolo.
—Los jóvenes sois siempre tan absolutos, ¿no es así? Tú, igual que Lonerin…
Dubhe cerró los puños. No era eso… no era eso…
—Existe constancia de algunos sellos rotos. Son casos excepcionales que pueden darse bajo dos condiciones distintas: errores en la imposición del sello, escasa potencia del mago que lo ha creado o gran potencia del mago que lo rompe. Yo no soy un experto en la materia. Sin pecar de falsa modestia, te diré que soy muy bueno en las prácticas curativas, pero mi conocimiento de las fórmulas prohibidas es más bien limitado. Hasta donde yo alcanzo, no hay errores en tu sello, pero sí hay algo muy extraño, que no logro identificar con exactitud. Creo que ha sido impuesto por un mago de potencia media y, por consiguiente, es posible que exista alguna posibilidad de romperlo.
Dubhe contuvo la respiración un instante.
—¿Vos seríais capaz de hacerlo?
Lo preguntó con un hilo de voz. No se atrevía a albergar esperanzas.
Folwar sonrió con tristeza.
—Lo siento, pero no soy lo bastante fuerte. Lonerin tiene mucha fe en mí, pero mis poderes no son superiores a los de cualquier otro mago ordinario del Consejo. Nunca podría conseguirlo. Moriría inútilmente en el intento.
—Y entonces, quién…
El viejo sacudió la cabeza.
—No lo sé. En nuestros tiempos, los grandes magos no abundan, más bien al contrario.
Dubhe suspiró. No había conseguido nada, una vez más. Tendría que seguir conviviendo con la Bestia.
Sin que ella lo esperara, Folwar apoyó una mano reseca en su brazo. Sus dedos estaban marchitos, pero transmitían calidez.
—No desesperes. Cuando una persona deja de tener esperanza, muere, y tú eres tan joven y tienes tantas cosas por vivir…
Retiró el brazo. Las lágrimas pugnaban por abrirse paso hasta sus ojos. ¿Acaso había albergado alguna esperanza en su vida?
Se puso en pie.
—Os estoy inmensamente agradecida. Lo intentaré, y encontraré a alguien que pueda ayudarme.
Trató de sonreír, y Folwar le correspondió.
—Entonces, nos veremos en el Consejo.
Dubhe asintió tímidamente.
* * *
Dubhe nunca había estado en un Consejo, y no sentía el menor deseo de asistir a uno. Todas aquellas personas importantes, a las que por lo general sólo veía cuando entraba en sus casas o recibía un pago por algún trabajo…
Además, sin la capa se sentía desnuda. Ya había perdido la costumbre de mostrar el rostro. ¡Cualquiera sabía lo que Lonerin habría explicado de ella a toda aquella gente…! Probablemente, la verdad. Por lo demás, allí mismo, frente a las puertas cerradas de la gran sala, ya había personas que la miraban de un modo extraño. Casi todos eran jóvenes, pero Dubhe rehuyó sus miradas. No soportaba el contacto con la gente, lo detestaba.
A su lado, todavía pálido, estaba Lonerin. Sin duda sería él quien la presentaría, quien daría todas las explicaciones. Tenía un porte muy sereno y distinguido. Dubhe se preguntó, una vez más, qué era lo que le confería ese aire de determinación, de dónde sacaba la fuerza con que afrontaba todo lo relacionado con su trabajo.
De entre todas aquellas miradas, había una que le llamó la atención por encima de las demás. Era una muchacha bastante bonita, delgada y esbelta, con el pelo rubio. La miraba con cierto rencor. Recordó que la había visto salir de la habitación de Lonerin durante su convalecencia. No le dio más importancia. No tenía tiempo que perder con los resentimientos de una novia celosa.
—¿Por qué tenemos que esperar aquí? —le preguntó a Lonerin, tomando la iniciativa.
—Nosotros no pertenecemos al Consejo, somos gente normal que es admitida en la sesión. Ahora, el Consejo está deliberando sobre otros temas; después nos llamarán.
Ella se encogió de hombros. Pamplinas. Conocía el aparato del poder desde fuera, lo había visto durante años por su trabajo, y también conocía su naturaleza efímera. Los había observado tantas veces en la intimidad de sus casas, que a esas alturas todos le parecían vulnerables y mezquinos.
Se abrieron las puertas, y Dubhe pudo distinguir una mesa circular de piedra en el centro de una gran sala en forma de hemiciclo. Había varias personas sentadas a la mesa, y la mayoría le resultaban desconocidas.
Todos se dispusieron a entrar, y ella los siguió. El público se acomodó en las gradas; ellos, en cambio, no.
Lonerin le cogió una mano.
—Nosotros tenemos que informar.
Se situaron cerca de un podio próximo a la mesa, ubicado en un punto donde todos podían verlos.
Dubhe percibía miradas gélidas e indiferentes. Allí dentro estaban al corriente, y le tenían miedo, y eso era algo que, por una vez, no le producía la menor satisfacción. Sólo había una persona que se limitaba a mirarla, sin suspicacias.
Era un viejo gnomo más bien achacoso al que le faltaba un ojo y que lucía varias cicatrices. Un gnomo corpulento, vestido de guerrero. Dubhe sabía quién era porque había oído hablar de él. Tuvo una vaga sensación de vértigo. Se hallaba ante una leyenda viviente, un hombre que había conocido a Aster, ¡que incluso había hablado con él!
Una ninfa se puso en pie y se hizo el silencio entre el auditorio. Dubhe aparcó sus pensamientos y prestó atención. La joven se parecía mucho a la que la había curado, pero tenía un aspecto bastante más regio, y era más hermosa. Llevaba una diadema blanca en la cabeza. Dafne, sin duda.
—El motivo por el que nos hemos reunido es de todos conocido. Probablemente, muchos de vosotros ya estaréis al corriente de las malas noticias que Lonerin nos ha traído, pero aún no conocemos los detalles. A tal fin, lo hemos convocado a él y a su compañera Dubhe, porque ambos vienen de la Gilda y allí han recabado una serie de informaciones. A continuación, nos iluminarán acerca de lo que han descubierto.
Las miradas se aguzaron. Dubhe miró al suelo. La ninfa se sentó, y Lonerin se aclaró la voz. Empezó a hablar con decisión. Estaba emocionado, lo notaba por el leve temblor de sus manos pálidas; aun así, sabía controlarse.
Siguió un orden, empezando por su llegada a la Gilda y sus primeras indagaciones. A continuación llegó el momento de hablar de Dubhe. Explicó cómo la había conocido, y también habló del pacto que habían establecido. Dubhe iba haciéndose pequeña a su lado, a medida que las miradas se volvían más penetrantes y gélidas.
—Ella investigó para mí, y se introdujo en lugares a los que yo jamás habría podido acceder. Descubrió los planes de Yeshol, y, por lo tanto, le cedo la palabra.
Dubhe lo miró, como si la cosa no fuera con ella. Él le hizo un gesto benevolente, indicándole que le cedía el puesto. Odiaba todo aquello. No estaba acostumbrada a hablar en público, y aquel lugar y la hostilidad de la gente que había allí sentada la hacían sentirse descolocada. Decidió que lo mejor sería acabar cuanto antes.
—Yeshol, el Supremo Guardián, el jefe de la Gilda, pretende resucitar al Tirano. Necesita un cuerpo en el que introducir su espíritu, que ya ha sido invocado y se halla entre la vida y la muerte, en una sala secreta, en la Casa. Está buscando el cuerpo de un semielfo. Creo que ha utilizado alguna clase de Magia Prohibida, probablemente inventada por el propio Tirano. Ha recopilado una ingente cantidad de libros en una biblioteca, todos provenientes de la vieja biblioteca de Aster, y muchos le han sido entregados por Dohor. Tuve ocasión de consultar un registro en el que Yeshol anotaba todos los libros de la biblioteca, y cómo los había conseguido. Recientemente ha recibido del rey de la Tierra del Sol un grueso volumen negro: creo que de ahí ha extraído la magia que ha empleado para invocar al Tirano.
Continuó con la voz rota; tenía la clara impresión de que no daba con las palabras adecuadas mientras explicaba todo lo que había descubierto. Había sido demasiado escueta, lo sabía, y también poco convincente. Liquidó su larga y laboriosa investigación en la biblioteca con unas pocas palabras desabridas. Habló de los vínculos entre Dohor y Yeshol, y explicó que aquél había sido visto en la Gilda.
—Y eso… eso es todo.
Terminó, y un silencio sepulcral flotó por toda la sala. Había hablado poco, demasiado poco.
Lonerin la miró más bien sorprendido, y ella esquivó su mirada. Sin duda, podría haberlo hecho mejor.
—¿Y las pruebas?
La pregunta provenía de alguien que debía de ser un general.
—Dubhe lo ha visto todo con sus propios ojos, ¿no es así?
Ella asintió.
—He visto el espíritu de Aster.
—¿Cómo puedes asegurar que era él? No existen imágenes o descripciones.
—La Gilda está llena de estatuas suyas. Yeshol lo conoció.
El general sonrió burlón.
—De acuerdo, pero ¿qué pruebas nos aportas?
Se quedó cortada.
—Ninguna; logramos escapar de milagro, creía que ya lo sabíais… no hubo tiempo de reunir pruebas.
El general se aclaró la voz, y se dirigió a Lonerin:
—Déjame que resuma la situación. Disponemos de esta candente revelación hecha por una persona que pertenece a la Gilda, un sicario, en consecuencia, unida a ti por un pacto bastante extraño y marcada por una maldición. No existen pruebas que sustenten su historia, sólo la palabra de la chica, ¿no es así?
La coraza de Lonerin pareció resquebrajarse.
—Exactamente —respondió, tratando de parecer convencido, aunque su voz sonaba insegura.
—¿Y por qué deberíamos creerla?
Dubhe sonrió. Por supuesto, era una objeción bastante razonable.
El chico parecía azorado, y el auditorio guardaba silencio.
—Porque es la verdad… explica la muerte de Aramon, nuestras sospechas…
—Ésa no es respuesta, Lonerin —objetó el general—. Déjame que plantee una hipótesis. Nuestra amiga aquí presente está marcada por una maldición, necesita ayuda o morirá. Conoce casualmente a un mago que puede ayudarla. El mago necesita revelaciones, cierto tipo de revelaciones; si ella le ayuda a encontrar lo que busca, él también la ayudará. Entonces, la chica le dice al mago aquello que quiere oír, logra salir de la Gilda, explica sus embustes al Consejo de las Aguas y obtiene lo que desea. Quizá la chica ha sido enviada por la propia Gilda… a fin de cuentas pertenece a la secta. Le han enseñado lo que tiene que decir para engañarnos. Ella cuenta con el apoyo de un joven al que cuenta todas sus mentiras.
Los asistentes seguían en silencio. Lonerin estaba de pie, con la boca abierta.
—Pero la Gilda ha maldecido a Dubhe y…
—Eso es lo que te ha dicho a ti. La maldición le puede haber sido impuesta en cualquier otra circunstancia. La patraña sólo sirve para despistarnos, para hacer que creamos en ella, al igual que la historia que nos cuenta, que permite a Yeshol lanzarnos sobre una pista falsa, para de ese modo poder seguir adelante con sus asuntos sin ser molestado.
Dubhe miró a los consejeros y al público, uno a uno. No la creían, y las palabras del general estaban siendo bien recibidas. Los comprendía perfectamente. Además, ella se había pasado la vida matándolos por dinero; ¿por qué habrían de creerla? Su mirada se encontró con la de Ido. El gnomo seguía mirándola exactamente igual que antes, sin juzgarla, con curiosidad. Sintió que aquella mirada la atravesaba.
—Me parece un plan demasiado complicado y…
—¡Es un sicario, Lonerin, abre los ojos! Miente por oficio, y además pertenece a la Gilda. A mí me parece que está todo clarísimo.
En la sala se alzó un murmullo.
—¿Acaso tú lo has visto con tus propios ojos?
—Fest tiene razón; ¿con qué pruebas contamos?
—Las únicas informaciones que tenemos de la Gilda son las que ella nos ha proporcionado…
Dubhe sonrió para sus adentros.
—No tengo la menor intención de convenceros.
Su voz, aunque débil entre aquel guirigay, logró acallar a todos los presentes. Era esa aura de muerte que la envolvía, estaba segura de ello, esa atmósfera amenazadora que todos podían percibir.
—A mí no me interesan los destinos del Mundo Emergido, no me interesa el Consejo.
Las miradas de odio se multiplicaron.
—Estoy aquí porque Lonerin me lo ha pedido, pero por lo que a mí respecta, mi misión ha concluido. Ya tengo lo que buscaba, y me da igual que creáis o no en mis palabras. Ahora bien, debéis tener en cuenta lo siguiente: si vuestro general tiene razón, entonces ¿por qué os he hablado también de Dohor, cuando el rey siempre se ha declarado ajeno a las actividades de la Gilda?
La mirada de Ido se hizo más penetrante, y Dubhe se sintió incómoda.
—De acuerdo, pero aunque no te haya enviado Yeshol, igualmente puedes haber contado una sarta de mentiras.
—Una vez he llegado a este lugar, una vez curada, ¿qué necesidad tendría de venir aquí a hablaros, cuando, además, tal como os dije antes, ya he obtenido lo que deseaba?
—¿Cuánto tiempo has pasado en la Gilda?
La voz ronca de Ido la sobresaltó. Se volvió en su dirección, con cierto temor.
—Seis meses.
—¿Estás dispuesta a contarnos todo lo que sabes de la secta?
Eran sus enemigos, no deseaba otra cosa. Asintió enérgicamente.
—Opino que necesitamos saber más. El resumen de la muchacha ha sido escueto, hay que seguir indagando. Solicito poder interrogarla.
—Pero, Ido, ¿realmente piensas fiarte…?
El gnomo alzó una mano e hizo callar al general.
—La chica tiene razón, lo que está haciendo no le reporta provecho alguno. Podría haberse marchado antes, sin presentarse ante el Consejo. Además, bajo interrogatorio podrá proporcionarnos informaciones verificables. Votemos.
Tenía una voz rotunda, y aunque tal vez no fuera el hombre más poderoso, estaba claro que allí dentro era el jefe espiritual, al que todos tomaban como referente.
Votaron, y se decidió que sería interrogada.
* * *
Estuvieron mucho rato con ella, le preguntaron un sinfín de cosas. Dubhe fue precisa en sus respuestas, colaboró como mejor pudo. No entendía muy bien por qué lo hacía. La maldición pendía sobre su futuro y le impedía pensar en nada que fuera más allá de unos pocos meses. El retorno del Tirano la aterrorizaba, evidentemente, pero era bastante más probable que antes muriera devorada por la Bestia. Así pues, no la movía el deseo de salvar el Mundo Emergido. Posiblemente lo hiciera como una simple muestra de reconocimiento hacia Lonerin, por haberla ayudado, y hacia aquella gente que, aun temiéndola y desconfiando de ella, la habían curado y le habían dado la poción.
Le hicieron un sinfín de preguntas. Quisieron saber muchas cosas acerca de la Gilda, de su estructura, su organización, y también sobre lo que había visto en la cámara secreta.
Folwar fue quien más a fondo se empleó con ese tema.
Cuando acabaron, ya había oscurecido. Dubhe se sentía exhausta, vacía. Ido la miraba complacido, pero había un matiz de preocupación en su único ojo.
—¿Convencidos? —preguntó la joven con voz sarcástica mientras le lanzaba una intensa mirada al general Fest, el mismo que había cuestionado su declaración durante el Consejo.
—Las nociones de magia que ha citado son exactas y avanzadas, es imposible que estén al alcance de un simple sicario —dijo Folwar.
Dubhe se sentía desnuda ante aquella palabra, «sicario», que en su crudeza encerraba todo cuanto ella era.
—La cita de textos también es correcta —apuntó la segunda ninfa del comité de autoridades, la mismísima Chloe.
—No me parece que existan dudas acerca de su credibilidad, ¿estamos de acuerdo?
Ido miró a Fest con un punto de ironía.
—No —admitió éste con brusquedad.
—¿Y bien? —habló Ido—. ¿Conclusiones?
Folwar tomó la palabra.
—Puede tratarse de una magia similar a la evocación, pero no la conozco.
A continuación habló otro mago, un hombre más bien barrigudo y de aspecto afable:
—No es una magia que se cite en los textos. El Libro Negro que vio Dubhe, sin embargo, podría ser un volumen del que habla la tradición popular. Aster dio un gran impulso a la Magia Prohibida, como todos sabemos. Además, él fue quien invocó a los espectros, una magia que hoy en día conocemos gracias, precisamente, a un fragmento de aquel texto perdido.
—Por lo tanto, sabes de qué magia se trata.
El hombre sacudió la cabeza, haciendo temblar su papada de forma sincronizada.
—Me resulta desconocida, pero tal vez algún mago más poderoso posea más información.
Chloe intervino:
—En cualquier caso, ¿estáis seguros de que debemos estar preocupados a este respecto? Al parecer está buscando a un semielfo, pero todos sabemos que ya no existen.
Ido compuso una extraña expresión. Dubhe notó que se le ensombrecía el rostro.
—Eso no es del todo cierto.
Todos los presentes se volvieron hacia él.
—Puede que aún quede un semielfo.
—Explícate —le exigió el general, que acababa de quedarse helado.
Ido exhaló un breve suspiro.
—Al acabar la guerra, Nihal y Sennar abandonaron el Mundo Emergido, como bien sabéis, y se fueron a vivir más allá del Saar. Durante algún tiempo tuve noticias de ellos; Sennar me las enviaba empleando la magia. —Hizo una pausa—. Tuvieron un hijo, me consta que es cierto. Después se produjeron algunos hechos… —dudaba acerca de qué palabra utilizar—… hubo un litigio… según las últimas noticias que tengo, el chico regresó al Mundo Emergido tras una serie de desavenencias con su padre.
Dubhe escuchaba atentamente. Nihal y Sennar eran personajes históricos, estatuas en el centro de las plazas. Oír hablar de ellos como si fueran personas reales y vivas le producía un extraño efecto.
—¿A cuándo se remontan estas noticias?
Quien preguntaba era el rey de la Marca de los Pantanos, que había permanecido en silencio hasta ese momento.
Al gnomo parecía fatigarle el mero hecho de conversar.
—Hace diez años.
—¿Y por qué no nos dijiste nunca que seguías manteniendo contacto con ellos? En muchas ocasiones nos habría resultado de gran utilidad poder contar con Nihal y con Sennar.
Ése era Kharepa, el sobrino del viejo rey de la Tierra del Mar; Dubhe lo reconoció.
—Está muerta.
A Ido le tembló la voz.
—Nihal murió hace más de veinte años. Desde entonces Sennar me ha escrito en muy contadas ocasiones. Hace tiempo que no logro contactar con él.
Nihal y Sennar habían desaparecido del Mundo Emergido casi cuarenta años atrás y, sin embargo, su presencia seguía flotando en aquella tierra martirizada por tantas décadas de sufrimientos. Pero los semidioses también deben ir al encuentro de su destino, y ahora Nihal estaba muerta.
Dubhe vio como Lonerin cerraba los puños y agachaba la cabeza. Lo comprendía. Ella tampoco era inmune a la fascinación que provocaba aquella historia antigua y heroica.
—El hijo de Nihal y Sennar vino a vivir aquí. No sé adónde, Sennar no lo sabía. Ignoro si está vivo, jamás he visto su cara, pero ha regresado al Mundo Emergido. Los semielfos no se han extinguido. Sin duda lo buscan a él. A él o a uno de su estirpe.
La tragedia iba adquiriendo consistencia.
—Pero Sennar aún está vivo, ¿no es así?
El gnomo asintió.
Dubhe comprendía su dolor. Fue el maestro de Nihal durante muchos años. No había nada que pudiera romper un vínculo tan fuerte.
Esta vez fue Folwar quien tomó la palabra, con voz triste y rostro exhausto.
—Sennar conoció al Tirano, recabó información sobre él, antes de marcharse. Tal vez él sepa algo.
Ido se encogió de hombros.
—Es probable.
Se puso en pie.
—Creo que mi buen Folwar está agotado, y nuestra joven invitada también parece muy cansada —señaló, mirando a Dubhe con simpatía—. Nos hemos enterado de muchas cosas, y tal vez será mejor que las dejemos reposar. Mañana reanudaremos la sesión y decidiremos qué hacer.
La reunión se dio por concluida, cada uno volvió a su habitación. Dubhe también tenía la suya, no muy alejada de la de Lonerin.
Hicieron el camino juntos.
—Has estado muy bien —dijo él—, sobre todo cuando defendiste tus posiciones. Si los hemos convencido, ha sido sólo gracias a ti.
Dubhe se encogió de hombros.
—No tenía intención de convencer a nadie.
Él sonrió.
—Pero a ti también te da miedo Aster, ¿no es así?
—Me da mucho más miedo el sello.
La sonrisa de Lonerin se enfrió en sus labios.
—Perdóname.
Dubhe sacudió la cabeza. No tenía importancia.
Se despidieron frente a su puerta.
—Hasta mañana, pues.
Dubhe asintió. No tenía motivos para seguir permaneciendo allí, pero aún no se sentía del todo en forma y, además, quería saber en qué acabaría la cosa. A fin de cuentas, ahora todo aquello también era asunto suyo.
Sin embargo, por encima de todo, un pensamiento rondaba en su cabeza: estuvo agobiándola mientras se desnudaba e incluso la acompañó a la cama. Sennar estaba vivo… Sennar era uno de los grandes magos vivientes. Un gran mago. Justo lo que ella necesitaba.