23
Sangre sacrificial
EL viaje de regreso fue una fuga en toda regla. Dubhe caminaba todo lo de prisa que podía, dejando atrás a Toph. De vez en cuando el joven la reprendía irritado, pero ella no paraba. Una rabia oscura invadía su pecho, acompañada de un sordo sentimiento de culpabilidad. Siempre se sentía culpable, todas las veces que había matado, pero en esa ocasión era distinto. Tal vez porque se veía reflejada en aquella muchacha que Toph había asesinado con tanta ligereza, o quizá porque la Bestia que la poseía había gozado de aquel espectáculo.
—¿Quieres dejar de caminar tan rápido? ¡Para, maldita sea!
La voz de Toph le provocaba náuseas, y aquellas náuseas se sumaban al asco que sentía de ella misma, y del mundo entero, y de aquella maldita Gilda que le había arrebatado la libertad y la dignidad, que la arrastraba hacia el fondo un día tras otro.
Notó que la sujetaban violentamente.
—Te he dicho que no corras.
Tuvo que reprimirse para no saltarle al cuello.
—¡Nos están persiguiendo, imbécil!
Toph intensificó la presión y le hizo daño, pero Dubhe se mordió los labios para no gritar.
—No te atrevas a llamarme así nunca más, y camina más despacio, que no puedo seguirte.
Dubhe aminoró el paso, pero siguió manteniendo la cabeza obstinadamente gacha. Nunca como en ese instante había sido tan consciente de su condición de esclava.
* * *
Finalmente, se encontraban de nuevo en las proximidades de la Casa. Dubhe había permanecido silenciosa durante todo el trayecto y aún seguía callada. Caminaba lentamente, con pasos pesados. La larga marcha la había agotado. Volvía a caer una espesa aguanieve.
—No le diré a nadie nada de lo que ha pasado —murmuró Toph.
Dubhe se volvió y lo miró atónita.
—El primer homicidio tampoco me resultó fácil… y aunque tú ya hayas matado, bueno, una cosa es matar por cuenta propia, y otra cosa es hacerlo a una escala mayor, por Thenaar. Y además, Rekla no te daría la poción… te vi allí, el día de la iniciación… en definitiva… no debe de ser nada agradable.
Dubhe concentró la mirada en sus botas negras que avanzaban a través de la nieve.
«No, en absoluto».
—Rekla es terrible, lo sé —siguió diciendo Toph—, pero es un genio, ¿comprendes? Hace mucho por Thenaar, por glorificarlo.
Acto seguido sacó la ampolla con la sangre que habían recogido la noche del homicidio.
—Mira esto.
Dubhe obedeció con renuencia. No tenía el menor deseo de recordar. Miró de soslayo, y comprendió de inmediato. La sangre seguía estando líquida.
—¿Lo ves? —Toph agitó el vial y la sangre bailó en su interior—. Es aquel líquido verde que había antes, el mismo que utilizamos las Noches de la Carencia o en la piscina que hay a los pies de la estatua de Thenaar. Es una poción inventada por ella que impide que la sangre se coagule. Gracias a ésta, la sangre que hemos recogido logrará llegar a la piscina. También puede ser un terrible veneno, cuando conviene. Provoca que mueras desangrado.
Dubhe se imaginó por un instante aquella muerte horrible y se arrebujó en la capa. Su alma de botánica se iluminó y pasó revista con rapidez a todas las plantas con propiedades anticoagulantes.
—Y la cosa no acaba aquí. ¿Cuántos años dirías que tiene Rekla?
Dubhe se quedó descolocada. Nunca se lo había planteado.
—¿Unos años más que yo, tal vez?
Toph sonrió.
—Es mayor que yo, y desde que yo recuerdo, siempre ha estado como ahora… no sabría decirte cuántos años tiene, pero es como si fuera… inmutable.
Dubhe no supo qué decir.
—Nadie sabe a ciencia cierta cómo lo logra, pero seguro que es una de sus pociones. Yo sé lo que me digo, porque fue mi maestra, como ahora es la tuya. Y… creo que la vi. Es una poción azulada, que toma de vez en cuando. Produce extraños efectos. Tú tal vez no te hayas percatado, pero en ocasiones desaparece durante horas o, más raramente, unos días. Creo que es porque se siente mal. Una vez me pareció verla durante uno de esos períodos, y estaba… irreconocible.
Dubhe almacenó de inmediato aquel dato, que podría resultarle útil con vistas a su fuga.
—¿Irreconocible, en qué sentido?
De pronto, Toph parecía mostrarse más reticente.
—La vi de lejos, pero andaba encorvada, y su piel… era como si de repente hubiera recuperado su auténtica edad. Sí, creo que debe de ser algo por el estilo.
—¿Dónde la viste?
—¿Por qué quieres saberlo?
—Por curiosidad… Después de todo es mi maestra, ¿no?
—Cerca de la sala de las piscinas, corría hacia un rincón.
Por consiguiente, allí era donde tenía que buscar. Conseguir la poción era el primer paso hacia la fuga.
Dubhe se detuvo, y Toph hizo lo mismo.
De pronto, la silueta del templo se recortaba ante ellos, inmensa y oscura, y los batientes de bronce de las puertas brillaban levemente en la oscuridad.
Habían llegado.
* * *
Las pesadas puertas se abrieron y volvieron a cerrarse lentamente detrás de Dubhe, y de nuevo reinó aquel olor a cerrado que, para ella, ya se había convertido en el olor de la Gilda. La estatua la miraba con severidad desde el fondo del templo. Pero en esa ocasión había alguien más: una persona en uno de los bancos, arrodillada, como siempre. Un Postulante. Dubhe recordó de inmediato a la mujer que vio la primera vez que puso los pies en aquel lugar, cuando aún creía que podría librarse de la maldición sólo con amenazar a Yeshol.
Mientras recorría la nave al lado de Toph, tuvo tiempo de mirar aquel cuerpo postrado. Tenía los hombros erguidos, propios de un joven. Movía ligeramente uno de los pies, que mantenía apoyados en el suelo negro. Tenía las manos enlazadas, y enrojecidas por la falta de circulación sanguínea. Había llevado a cabo el ritual.
Murmuraba algo en voz baja, pero Dubhe no logró oírlo. Sólo vio su rostro un instante, mientras Toph y ella se dirigían a la parte trasera de la estatua.
Tenía el pelo negro y sedoso, la cara era propia de un chico que había crecido de prisa, y mantenía una postura extraña, recta, como si aún no hubiese perdido la esperanza por completo.
En cuanto pasó por su lado, el chico alzó la cabeza ligeramente, y sus miradas se encontraron. Unos profundos ojos verdes y alguna que otra peca diseminada por sus sonrosadas mejillas de campesino llamaron su atención, pero no tanto como esa mirada, que no reflejaba desesperación: era más bien vivaz y decidida.
«¿Qué estará haciendo aquí con esta pinta?», se preguntó Dubhe.
El chico bajó la vista y se entregó de nuevo a la oración, y esta vez lo hizo a mayor volumen y con mayor fervor en la entonación. Dubhe siguió mirándolo hasta que llegaron bajo la estatua de Thenaar.
Toph la sujetó por un brazo.
—¿Qué haces? ¿Se puede saber qué miras? Es un Perdedor, no es digno de tu atención.
Dubhe asintió, confundida, se arrodilló y pensó en otra cosa, mientras su compañero repetía la plegaria habitual.
Una vez finalizada, se pusieron en pie.
El chico seguía allí, exactamente en la misma posición de antes.
* * *
La vida volvió a ser como siempre, monótona. Toph mantuvo su palabra, y Rekla no supo nada. El día acordado, mientras estaban en el templo para la lección de rigor, la mujer extrajo de su chaleco una ampolla.
—Tu poción.
De ese modo Dubhe se ahorró los sufrimientos que había tenido que padecer la vez anterior, cuando desobedeció.
Se dedicó preferentemente a proseguir con sus indagaciones. Ahora tenía un lugar donde buscar.
Empezó poniendo por escrito todo cuanto sabía sobre la estructura de la Casa. Hasta el momento, había procedido sin un método propiamente dicho, vagando de aquí para allá por las noches. Había llegado la hora de parar y de sacar mayor partido a sus aptitudes.
Tomó el plano que Rekla le había dado la primera noche. En uno de los laterales de la Sala Grande, la sala de las piscinas, no había nada indicado. La casa empezaba y acababa en aquel único e inconmensurable plano que tenía ante sus ojos. Y sin embargo, tenía que haber alguna cosa, una puerta secreta, tal vez…
* * *
LA CASA. PRIMER NIVEL
* * *
En el plano no aparecía indicado el laboratorio de Rekla, lo cual significaba que aquel mapa era parcial.
Así pues, había que hacer dos cosas: tratar de averiguar qué había en el lateral de la Sala Grande hacia donde había salido corriendo Rekla, y dar con su habitación. Probablemente, ambas cosas estaban relacionadas.
Dubhe empezó por la Sala Grande. La primera vez fue allí de día, después del almuerzo.
No había mucha gente. Algunos estaban vertiendo el fruto de su trabajo en las piscinas; dos personas se movían rítmicamente al son de la plegaria, junto a una de las piletas. Dubhe se sentó en un rincón.
El techo debía de tener al menos veinte metros de altura y estaba lleno de estalactitas. El suelo, liso y pulido, hacia los extremos de la gruta presentaba varias estalagmitas torcidas que se elevaban hacia sus hermanas que colgaban del techo. A lo largo de las paredes había unos bancos rudimentarios. Dubhe se acomodó en uno de ellos.
Nadie la miraba. En cualquier caso, pensó, sería más prudente fingir que estaba rezando, de modo que empezó a orar con los ojos entrecerrados. Bajo los párpados seguía estudiando aquel espacio.
La sala la ocupaban casi por entero las piscinas; dos, de enormes dimensiones. Eran ovaladas, y la estatua de Thenaar tenía un pie metido en cada una de ellas. Era inmensa y rozaba el techo. En comparación, la estatua de Aster parecía la de un enano, aun siendo el triple de alta que una persona normal. Las dos figuras estaban adosadas a la pared, de modo que ésta no quedaba a la vista.
¿A qué rincón de la sala en concreto se refería Toph?
Rekla interrumpió el hilo de sus pensamientos:
—Bien, me satisface verte rezando.
Dubhe se sobresaltó. Tenía la sensación de que la habían descubierto, aunque no hubiera motivo para ello.
—¿Y eso? ¿A qué viene esa cara?
La chica trató de recuperar la compostura de inmediato.
—Estaba muy absorta, discúlpame.
Rekla asintió con gravedad.
—Buena chica. Los tiempos se aproximan y debes rezar.
—¿A qué se aproximan?
—Lo sabrás en su momento. Ahora ven conmigo.
Dubhe salió de la sala lanzándole una última mirada escrutadora.
* * *
Volvió allí por la noche, cuando todo estaba en silencio. En los corredores reinaba una oscuridad casi total, y cada paso parecía retumbar mil veces en las paredes. Tenía la sensación de que todo el mundo podía oírla.
«No te preocupes, no estás haciendo nada malo… Te estás dirigiendo a la Sala para rezar, es algo que los demás juzgan loable…».
En esa ocasión no se limitó a quedarse mirando la estancia desde un rincón: la recorrió por entero. Bordeó las paredes y también siguió el contorno de las piscinas. Una insoportable sensación de náuseas le subió hasta la garganta en cuanto olió la sangre, y tuvo que apoyarse en la pared.
«¿Quieres marcharte de aquí o no? ¡Ánimo!».
Siguió adelante, bordeó de nuevo las piscinas, ambas, hasta el final, pese al sudor frío que le recorría la espalda. Nada. No había otros pasajes, las paredes eran perfectamente lisas. Sólo los tres corredores, nada más. Tal vez no hubo un verdadero motivo para que Rekla corriera hasta allí cuando el efecto de la poción ya estaba en las últimas. Tal vez, siendo fanática como era, sólo fuera a rezar. Tal vez el laboratorio estaba en otra parte.
Dubhe sintió una punzada que le llegó por sorpresa. Se llevó la mano al pecho. La cabeza le daba vueltas. A continuación notó otra punzada, de nuevo unas zarpas clavándose en la carne de su pecho. Su corazón enloqueció.
Lo hizo sin pensarlo. Se apartó automáticamente de la piscina. La sensación de opresión remitió un poco. Pero no así el terror ciego que la embargaba. No hacía ni tres días que se había tomado la poción, ¿cómo era posible que la Bestia ya estuviera tan fuerte? ¿Acaso Rekla le había dado menos dosis sin decírselo?
Cerró los ojos y trató de tranquilizarse.
«Todo va bien».
En efecto, la zarpa ya no la apresaba.
Esa noche volvió lentamente a su habitación, adoptando las mismas precauciones que a la ida, pero cuando se acostó tuvo cierta dificultad para conciliar el sueño. La Bestia dormía, pero le parecía que se encontraba intolerablemente cerca de ella.
* * *
No mucho después de aquella noche, la Casa empezó a animarse de nuevo. Había más agitación en los corredores, y Rekla parecía estar casi en estado febril.
—Ha llegado el momento del sacrificio.
Aquella palabra, por sí sola, hizo temblar a Dubhe.
—¿Y eso qué significa?
—Hay poca sangre en las piscinas, me parece que tú ya lo viste el otro día, cuando fuiste a rezar.
Dubhe asintió tímidamente.
—Es hora de ofrecer sangre nueva a Thenaar, y un Postulante está a punto de ser elegido. En esta ocasión será Toph quien lleve a cabo el ritual. Un gran honor. Es su primera vez.
A Dubhe empezaron a temblarle levemente las manos. No iba a poder resistirlo. Se sentía saturada de tantos horrores, y ya le había resultado suficientemente difícil soportar la misión con Toph.
—Tiemblas… —observó Rekla, despreciativa—. Tú aún no eres una Victoriosa, estás muy lejos de serlo… pese a todos mis esfuerzos por conseguirlo. Deberías temblar de alegría…
Dubhe miró al suelo.
—Dentro de tres noches habrá luna nueva, y reinará la más absoluta oscuridad. Asistirás al sacrificio, y entonces comprenderás.
* * *
Aquellos tres días se hicieron eternos. Dubhe rezaba para que no acabasen nunca, para que el tiempo se dilatase hasta el infinito, pero, por mucho que intentase saborear cada instante, posponer las horas, el tiempo seguía corriendo demasiado de prisa, inexorable.
—No estás concentrada —le decía Sherva frunciendo el cejo.
—Perdóname… —se disculpaba Dubhe, pero su cabeza estaba en otra parte.
Sherva era el único con quien podía mantener algo parecido a una relación de amistad, el único en quien podría llegar a confiar.
—¿Qué pasará la noche de novilunio?
El hombre sonrió amargamente.
—¿Es por eso? ¿Por eso estás tan distraída?
Dubhe se retorció las manos.
—Si todo esto te resulta tan intolerable, aprende de mí. Expúlsalo de tu mente, exclúyelo. Esta casa, la gente que la habita, incluso Thenaar, sólo son medios al servicio de tus fines.
Fines. ¿Qué fines? ¿Acaso ella había tenido un fin alguna vez? ¿Y cuál era en ese momento?
—Pero si tú también odias todo esto, ¿por qué sigues aquí? —le preguntó con voz triste.
—Porque yo tengo un objetivo, y haré cuanto sea necesario para alcanzarlo. Quiero superar mis límites, llegar a ser el mejor. Me trasladé a donde había guerra, y después seguí a los mejores maestros, hasta que fui capaz de matarlos. Y cuando me convertí en alguien tan poderoso que nadie fuera de este entorno podía estar a mi altura, entré en la Gilda como Niño de la Muerte. Aquí están los mejores, aquí está la gente con quien debo medirme. Y no me interesan las atrocidades que llevan a cabo. Todo cuanto está más allá de mí, carece de importancia. Y tú, Dubhe, tú que tiemblas a cada momento, que odias este lugar, ¿por qué estás aquí?
Ella desvió la mirada al suelo. No sabía qué decir. Lo que Sherva acababa de contarle escapaba a su comprensión y, de repente, abría una distancia entre ambos. No era un fanático, eso estaba claro, pero quizá fuese algo peor.
—¿Y bien?
—Para salvar la vida —contestó impulsivamente.
—Pues entonces piensa sólo en eso y deja el resto fuera. Siempre que estés realmente convencida de que quieres vivir. ¿Lo estás?
Dubhe lo miró perpleja.
—Por supuesto…
Sherva le sonrió.
—No tiene sentido continuar hoy. Puedes volver a tu habitación a reflexionar.
Hizo el gesto de marcharse.
—Pero ¿qué sucederá la noche de novilunio?
Su voz se perdió en la estancia vacía.
* * *
La luna nueva llegó demasiado pronto.
—Hoy dedicaremos buena parte de la jornada a rezar, todas las actividades quedan suspendidas, incluidas nuestras clases —le comunicó Rekla en el refectorio.
Dubhe removía la escudilla de la leche sin conseguir despertar las ganas de beber.
—¿Será esta noche?
—Exactamente.
La jornada se desarrolló lenta, y durante toda ella Dubhe se sintió como en trance.
Pasaron la mañana orando en el templo. El chico que le había llamado la atención el día de su regreso había desaparecido, quién podía saberlo, tal vez había sido aceptado entre los Postulantes, o quizá lo habían rechazado. Los bancos estaban atestados de hombres vestidos de negro, envueltos en sus capas. Todos se movían al unísono, balanceando sus cabezas al ritmo de las oraciones: era un mar de cabezas, como escamas de un mismo cuerpo. La letanía llenaba el aire, densa, entusiástica, y deformaba el contorno de los objetos. Dubhe ocupó su puesto junto a Rekla, como siempre.
—Reza —le ordenó ella, y Dubhe se limitó a obedecer.
Toph no estaba con los demás. Estaba sentado al lado de Yeshol, delante del altar.
—Da gracias por la alta misión que le ha tocado en suerte, y reza para que Thenaar le dé la fuerza —murmuró la Guardiana de los Venenos.
A media tarde, ésta le pasó la ampolla de siempre, pero en esa ocasión más llena de lo habitual.
Dubhe le lanzó una mirada interrogativa mientras sostenía el vial entre las manos.
—La necesitarás. A la Bestia le encantan nuestros rituales —le aclaró esbozando una sonrisa maligna.
Dubhe sujetó la ampolla con los dedos. La abrió con manos temblorosas y bebió ávidamente hasta la última gota. El líquido descendió gélido por su garganta.
—Vamos, sígueme.
Todo se desarrolló igual que por la mañana. Primero horas de plegarias salmodiadas. Los cuerpos que se hacinaban en el templo eran idénticos, e idéntica la posición de Yeshol y de Toph, delante del altar, como si no hubieran llegado a moverse de allí.
Entonces, de improviso, la masa se puso en movimiento.
—Apresúrate, será en la Sala Grande —la apremió Rekla.
Dubhe siguió el flujo de personas que recorrían en una única dirección los húmedos corredores de la Casa.
La Sala Grande se abrió ante sus ojos, inmensa y amenazadora. Estaba impregnada de un intenso olor a incienso que se le subió a la cabeza de golpe, y empezó a sudar a causa del calor de aquellos cuerpos agolpados y de los grandes braseros dispuestos en las cuatro esquinas de la sala para iluminarla. Encima de cada brasero habían colocado una pantalla de gasa roja: de ese modo la sala, y las personas allí amontonadas, adquirían el color de la sangre.
Rekla la sujetaba firmemente del brazo. La llevó a las primeras filas, para que pudiera ver mejor.
Yeshol estaba sentado delante de las piscinas, en una cátedra de ébano, absorto. El runrún era ensordecedor. Las voces sonaban excitadas, felices.
Yeshol se puso en pie, y se hizo el silencio.
—Tras largas noches de espera, ha llegado nuevamente el momento del sacrificio. Éstos han sido unos buenos meses. El regreso de una hermana, perdida durante mucho tiempo, gran cantidad de nuevos encargos para la Gilda, mucha sangre… Un día tras otro, va acercándose la hora en que el Heraldo de Thenaar volverá a nosotros y nos mostrará el camino.
Hizo una pausa teatral, y todos, incluida Dubhe, contuvieron la respiración.
—El sacrificio de esta noche servirá para eso: para agradecer a Thenaar que no nos haya abandonado durante los largos años del exilio, y que finalmente nos permita renacer. Elevamos a él nuestras plegarias para que siga otorgándonos su favor, para que nos ayude a dar el último paso que nos separa de la victoria final, para que su gloria resplandezca al fin.
Dicho lo cual, guardó silencio y se sentó.
De algún lugar que Dubhe no supo identificar con claridad, surgieron los dos energúmenos que habían oficiado el día de su iniciación. Llevaban a un hombre con ellos, cogido por los brazos. Dubhe lo reconoció. Lo había visto entre las filas de los Postulantes. Iba vestido con una túnica inmaculada, y su cuerpo estaba totalmente abandonado en manos de aquellos dos hombres. Arrastraba los pies por el suelo, y su cabeza se balanceaba a cada paso. Sin embargo, aún no había perdido por completo el conocimiento; movía la boca lentamente, como si mascullara algo, y tenía los ojos entreabiertos.
Detrás del hombre, iba Toph, con un largo puñal negro sujeto entre las manos.
Dubhe comprendió. Agachó la cabeza, pero Rekla la cogió por el mentón y se lo levantó.
—Es un gran momento. Mira y reza.
El pequeño grupo avanzó hasta situarse frente a las dos piscinas. Toph se detuvo y se arrodilló ante Yeshol.
—Que Thenaar te bendiga, pues Él te ha elegido para esta gran misión —dijo el Supremo Guardián con voz solemne—, y que guíe tu mano en el sacrificio.
Toph se puso en pie de nuevo y dio la espalda a la multitud. Yeshol se apartó y empezó a dirigir los rezos.
Esta vez la plegaria fue distinta de las que habían recitado por la mañana y por la tarde. Las voces se elevaron, intensas, atronadoras, y la excitación recorrió toda la asamblea de un extremo al otro.
Había dos cadenas colgando de las manos de la estatua de Thenaar. Los dos hombres arrastraron al Postulante hasta allí, con los pies ya sumergidos en la sangre de la piscina, y lo encadenaron. El hombre no se rebeló. Sumiso, se dejó hacer todo cuanto aquellos corpulentos hombres quisieron. Sus labios seguían moviéndose sin cesar, tenía la cabeza gacha, como vencida por un cansancio extremo. Ni siquiera miró a su alrededor, y siguió absorto en su aturdimiento.
Dubhe volvió a pensar en el joven que había visto en el templo, en sus ojos avispados, en su aire seguro. Lo imaginó a él, en lugar del hombre, y, como en un destello, se vio a sí misma atada a la estatua, y a la Bestia, frente a ella, a punto de devorarla.
Tuvo un vahído, pero la férrea presa que Rekla ejercía sobre su brazo le impidió caerse.
—Déjame… —murmuró.
La Guardiana presionó hasta hacerle daño.
—¡Mira, mira el triunfo de Thenaar!
La oración fue elevándose más y más, y en ese instante ya era casi un grito. El hombre estaba solo a los pies de la estatua. Toph empezó a caminar hacia él, con pasos lentos y el puñal en la mano. La habitual expresión de arrogancia de su cara se había transfigurado en una alegría demencial, en una seguridad que únicamente podía ser fruto del delirio.
Le asestó la cuchillada en el pecho. Una cuchillada de maestro, de auténtico asesino. El hombre ni siquiera profirió un gemido. Sólo alzó la cabeza y mostró su rostro atónito. Todo se detuvo por un instante. La sangre en la hoja, el puñal, las voces. Cuando Toph extrajo el arma, el gentío explotó a la par que la sangre, que empezó a manar, precipitándose en la piscina.
Fue el delirio. Todos a su alrededor gritaban de alegría, y Rekla soltó su presa para unirse al júbilo del resto de la congregación. Y Dubhe pudo oír claramente a la Bestia, moviéndose al unísono con la muchedumbre, y no podía apartar los ojos de aquel espectáculo que le repugnaba y le atraía a un tiempo. Se debatía entre aquel anhelo de sangre, el horror hacia todo cuanto la rodeaba, y la piedad que le inspiraba aquel hombre asesinado sin motivo.
Probablemente acabó venciendo el miedo a la Bestia porque, en un último esfuerzo, reunió las fuerzas suficientes para despegar los pies del suelo, darse la vuelta y emprender una huida descontrolada. Tropezó contra los cuerpos exultantes de los asistentes, los apartó de sí con rabia y desesperación, y por fin logró salir de aquel lugar. Corrió y corrió, hasta que enfiló un pasillo sin salida, y fue a toparse con la enésima estatua de Thenaar, una de las muchas que jalonaban la Casa.
Su mueca maléfica iba dedicada enteramente a ella. Era la sonrisa insolente del vencedor.
Dubhe se hincó de rodillas y lloró desconsoladamente.