21
Una misión suicida
LA puerta del Consejo de las Aguas estaba cerrada, y Lonerin la miraba retorciéndose las manos. No era la primera vez que asistía a una sesión del Consejo. Por lo demás, ser el discípulo de un mago de la Tierra del Mar implicaba de forma casi automática estar involucrado en la resistencia contra Dohor. Pero en esa ocasión era distinto, la tensión flotaba en el aire.
—Dime, ¿hace mucho que están ahí dentro?
Theana, la chica rubia y delgada que se sentaba a su lado, estaba tanto o más preocupada que él.
—La situación se está volviendo cada vez más dramática.
—Pero ¿saldremos de ésta, Lonerin? ¿Y si fuese el final?
Éste hizo un gesto de contrariedad. Sentía un gran afecto por Theana; sin embargo, aunque ésta le aventajase en cuanto a adiestramiento, solía mostrarse insegura, y entonces él la tranquilizaba pero, en esta ocasión, su ansiedad lo estaba sacando de quicio.
—No tiene ningún sentido estar aquí, preocupándonos. Lo único que podemos hacer es esperar —dijo sin la menor delicadeza.
Theana guardó un angustioso silencio, que se propagó también a la antecámara. Había mucha gente allí fuera. Todos aquellos que no pertenecían al Consejo, pero que formaban parte de la resistencia.
Por lo demás, había motivos para preocuparse. Uno de sus mejores espías, infiltrado en círculos próximos a la Gilda, había hallado un trágico fin, no sin antes haber enviado al Consejo un dramático informe repleto de oscuros presagios.
Sus contenidos no habían sido enteramente divulgados, pero, sin duda, se trataba de algo gravísimo, de una ofensiva final que Dohor estaba decidido a poner en práctica.
Lonerin recordaba bien al espía. Era un joven mago que en el pasado había sido discípulo de su mismo maestro, y durante un tiempo se frecuentaron. Aramon, así se llamaba. Lo había ayudado a menudo con algunos hechizos que se le resistían. Un muchacho regordete, con cara de niño poco desarrollado, pero bastante sagaz y, lo más importante, muy versado en las artes mágicas.
Lo habían hallado asesinado en una espesura cercana, degollado.
A Lonerin le rechinaron los dientes. Sin duda había sido la Gilda. Todos sabían que Aramon estaba investigando en esa dirección. Recordó que pocos días antes, el maestro Folwar lo había interrogado acerca de la Gilda.
—Tú la conoces mejor que todos nosotros.
Lonerin estaba asustado.
—Se trataba de mi madre, Maestro.
—Pero tal vez ella te dijo alguna cosa…
—Era muy pequeño.
—Comprendo tu dolor pero, cuando viniste a mí, me dijiste que desearías que ese dolor diera algún fruto, que se convirtiera en algo de utilidad… pues éste es el momento.
Lonerin recordaba que se apretujó tanto las manos, que los nudillos se le quedaron blancos. Y también fue consciente de que el recuerdo de su madre aún le provocaba demasiada ira, lo cual lo ponía furioso.
—¡Mira!
La voz de Theana interrumpió el hilo de sus pensamientos y lo obligó a dirigir su mirada hacia la puerta de la Sala del Consejo. Estaba abriéndose lentamente.
Entre la luz que se filtraba desde el interior, vio al rey y a los magos sentados alrededor de la gran mesa de piedra, y a su maestro, con expresión sufriente, sentado a uno de los extremos, casi desplomado en su cátedra.
El asistente que había abierto la puerta se dirigió a toda la sala.
—Podéis entrar.
Al principio, los presentes trataron de aparentar cierta contención, pero no pudieron evitar abalanzarse desordenadamente hacia el interior.
Lonerin fue al encuentro de Folwar, su maestro, y se inclinó hasta su altura.
—Os noto fatigado.
Era un anciano que daba una impresión de extrema fragilidad. Tenía las manos huesudas, y la piel tan diáfana que la red de venas se transparentaba. Unos pocos mechones de cabello blanco que le llegaban hasta los hombros poblaban su enjuto craneo. Su cuerpo yacía abandonado en una cátedra pertrechada con dos ruedas de madera.
No sin esfuerzo, se volvió hacia su alumno, lo miró con sus profundos ojos azules y le sonrió con dulzura.
—Sólo estoy un poco cansado, Lonerin, eso es todo. Ha sido una sesión agotadora —dijo.
Éste apoyó una mano en su hombro, y el viejo se la estrechó a su vez con una de las suyas. De pronto, el chico se sintió tranquilo. Ahora sabría la verdad.
Mientras todos se acomodaban en la gran sala circular, Lonerin miró a su alrededor. En seguida dio con la persona que buscaba, y que contaba con toda su admiración: Ido estaba sentado en un rincón, con la habitual indumentaria de campaña, que últimamente llevaba siempre puesta, incluso fuera del campo de batalla: una coraza de cuero viejo y gastado, su espada, bien sujeta en un costado, una sencilla capa sobre los hombros y la capucha medio calada sobre el rostro, pero sin llegar a cubrir la espectral blancura de la cicatriz que le atravesaba más de la mitad de la parte izquierda del rostro. Lonerin estuvo observándolo un buen rato. Era un héroe de los tiempos pasados, «un superviviente incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos», como solía definirse a sí mismo, una figura legendaria, surgida de las historias que tanto le gustaba que le contasen. A pesar de que tenía más de cien años, una edad considerable incluso para un gnomo, en realidad no parecía un viejo. Si no fuera por el sinfín de pequeñas arrugas que surcaban su rostro y por la blancura de su largo pelo, aún parecería estar en la plenitud de sus fuerzas, con un físico vigoroso y sano, y una mirada muy penetrante. Había sido el maestro de Nihal, más de cuarenta años atrás, y había participado directamente en la lucha contra el Tirano, para quien en un tiempo aún más lejano había combatido, hasta que después abrazó la causa de las Tierras Libres. Tras la Gran Guerra fue Supremo General durante muchos años, antes de que Dohor se lanzase a la conquista del Mundo Emergido.
Su observación se vio interrumpida por Dafne, actual soberana de la Marca de los Bosques y sobrina de aquella Astrea que había dado su vida en la Gran Guerra, quien se puso en pie para hablar. Lonerin se detuvo a pensar brevemente que, si algo bueno podía nacer de aquella enésima guerra, era la reunificación de la Tierra del Agua, ahora dividida entre la Marca de los Pantanos, de los humanos, y la Marca de los Bosques, de las ninfas.
Dafne alzó una mano exigiendo silencio.
Era pálida y diáfana, como si estuviera hecha de agua pura, y sutil como el aire, y, sin embargo, hermosa, de una belleza sobrenatural y desconcertante. La palidez de sus carnes se transparentaba como el agua en su cabello líquido, que flotaba alrededor de su cabeza.
—El Consejo ha deliberado —anunció con voz aflautada, repitiendo las palabras rituales—, y ahora expondrá sus decisiones a la directiva de la Alianza de las Aguas.
Hizo una breve pausa, y prosiguió:
—Como ya sabréis, nuestro hermano Aramon ha caído. Antes de ser vendido a la Gilda, nos envió un último informe con todo lo que había descubierto en los territorios de la Tierra del Norte. Sus palabras son bastante oscuras, escritas de prisa y corriendo. Da a entender que, efectivamente, existe una alianza entre la Gilda y Dohor, lo cual ya sospechábamos.
Un murmullo de asombro y preocupación recorrió la sala.
—La cosa ya es en sí muy preocupante, dado el poder que la Gilda detenta en buena parte del Mundo Emergido. Pero aún resulta más preocupante cuando Aramon dice haber reunido indicios de que la secta estaría preparando un gran ritual, algo muy gordo, según palabras de un Asesino de su confianza. En su última parte, Aramon explica que el Asesino hablaba de «el fin de los Tiempos» y de «el advenimiento de Thenaar»…
Los gestos de inquietud fueron generalizados; A Lonerin le llamó la atención que Ido no se inmutase. En efecto, permanecía sentado en su puesto, mirando fijamente a Dafne con el único ojo que le quedaba.
—Nos consta que Dohor ha viajado a la Tierra del Norte, pero podría no significar nada. Asimismo, tenemos noticia de extraños movimientos en la Gran Tierra, así como de que unos hombres de su confianza andan buscando libros en mercados y bibliotecas. Se está preparando algo, y la repentina desaparición de Aramon hace temer lo peor.
Un pesado silencio se apoderó del auditorio.
—Frente a estas señales tan preocupantes, el Consejo ha decidido que hay que continuar investigando y profundizando. Siguiendo las indicaciones del general Ido, nuestras próximas indagaciones irán dirigidas directamente al seno de la Gilda.
Esta vez, Ido reaccionó: le hizo una seña a Dafne y ésta se sentó de inmediato. Fue él quien se puso en pie. Su voz ronca inundó la sala.
—Puesto que la propuesta ha sido mía, será mejor que yo la exponga. Nuestro verdadero problema es la Gilda.
—Pero nadie sabe dónde se encuentra —objetó una voz.
—Pero sabemos qué cara muestra a la gente: ese templo perdido en la Tierra de la Noche —le rebatió rápidamente Ido—. Debemos partir de ahí. Investigar en aquella zona.
—Ya lo hicimos, y no llegamos a ninguna parte —replicó la voz de antes.
—Seamos sinceros, durante todo este tiempo hemos subestimado a la Gilda —prosiguió Ido—. Hemos estado allí, viendo cómo se dedicaban a medrar, cómo se propagaban, igual que un maldito cáncer. Ahora, sin embargo, ha llegado el momento de observar con mayor atención.
—¿Y qué propones, entonces?
—Un plan en dos fases: búsqueda de la base de la Gilda y del modo de entrar, e infiltración en su interior.
—Con todo el respeto que os merecéis, general —dijo un comandante desde el fondo—, creo que es del todo imposible infiltrarse en la Gilda. Son una secta cerrada, no aceptan gente del exterior.
—Existen los Postulantes —intervino Lonerin.
Había hablado impulsivamente, y sintió un brinco en el corazón cuando vio que Ido clavaba sus ojos en él.
—¿Es decir…? —preguntó el general.
El chico esperó un instante, mientras sentía cómo el maestro le estrechaba la mano con fuerza.
—Es algo que pocos saben. Unos cuantos, aquí en la Tierra del Norte, y algún que otro desesperado. Cuando uno tiene algo que pedirles a los dioses y ya lo ha intentado todo, se encomienda al Dios Negro, a Thenaar, lo sé por propia experiencia. Ahora bien, muchos de los que van, ya no regresan jamás…
El silencio se hizo más denso.
—¿Y entonces? ¿De qué nos servirá otro espía muerto? ¿Y cómo podremos saber si la Gilda lo ha capturado? —preguntó el mismo comandante que antes ya había puesto objeciones a la propuesta Ido.
—El general ha dicho que el templo es la fachada de la Gilda, ¿no es así? Pues bien, yo también lo creo; de hecho, lo sé.
—Es una afirmación muy interesante… —observó Ido, y Lonerin se sintió halagado—. Entonces, ¿tú qué propones?… y ¿cuál es tu nombre? —le preguntó Ido.
—Lonerin, discípulo del maestro Folwar.
—Bien, Lonerin, ¿cuál es tu propuesta?
—Enviar a un hombre al templo del Dios Negro para que se ofrezca como Postulante. Los Postulantes participan en los rituales de la Gilda, eso es lo que se comenta en mi tierra. Ellos elegirán al hombre en cuestión y lo meterán en la madriguera.
—Supongamos que los Postulantes son admitidos por la Gilda —planteó Asthay, el consejero de la Tierra del Mar—. ¿Quién nos garantiza que los llevarán a su madriguera? Y aunque los conduzcan allí, ¿quién dice que no los matarán en seguida? Es un suicidio.
—Sé que no funciona así. —Lonerin sintió que un velo de sudor frío le cubría la frente.
—¿Y cómo lo sabes, si no es mucho preguntar?
—Porque… porque conocí a un Postulante. Y vi su… cadáver, mucho… mucho tiempo después… de que hubiera entrado.
El hombre se quedó en silencio, al igual que el resto del auditorio.
—No conozco sus rituales, y no quiero conocerlos. Pero los Postulantes conservan la vida… al menos durante cierto tiempo. No obstante, todos desaparecen al cabo de un año. A veces… hallamos los cuerpos… en nuestras Tierras. —Trataba de no pensar en la visión de aquel cuerpo, cuya imagen seguía provocándole un terror ciego.
Ido retomó la palabra.
—Puede que sea un suicidio, pero nuestra situación es desesperada. Si la misión es voluntaria, no tengo nada que objetar. Durante todos los años que llevo frecuentando campos de batalla, me he visto en peores trances. Desgraciadamente, hay que correr riesgos.
Lonerin guardó silencio. No quería decir ninguna inconveniencia en aquel momento. Hacer que el propio dolor diera sus frutos… el motivo por el cual había emprendido el camino de la magia… y ahí estaba la ocasión.
El general siguió hablando:
—Iría yo mismo, pero mi cara es demasiado conocida, y Dohor daría un brazo y una pierna por poder despedazarme con sus propias manos. No serviría de nada. Necesitamos a alguien que la Gilda desconozca por completo, una cara nueva para Dohor y los suyos. Un voluntario.
Nadie respiró; Ido recorrió la sala con la mirada.
—No es una decisión fácil, soy consciente de ello, y por eso os concederé tiempo. A lo largo de esta semana, quien decida cargar con el peso de esta misión, deberá acudir a un miembro del Consejo y comunicárselo. Se cierra la sesión.
* * *
Resultó difícil llamar a aquella puerta. Lonerin había visto muchas veces a Ido, en todos los Consejos a los que había asistido, pero nunca había tenido el valor de acercarse a él ni de hablarle. Ahora sentía cómo le temblaban las piernas. Se demoró unos instantes, y alzó el puño.
—Supongo que me andabas buscando.
Lonerin se sobresaltó y se volvió de golpe. Ido estaba detrás de él.
—Yo…
—Estaba dando un paseo. A lo largo de mi vida me he pasado demasiado tiempo bajo tierra, y este maldito palacio me deja sin resuello.
Adelantó a Lonerin y abrió la puerta.
—Entra, sabía que vendrías.
La estancia estaba impecable. Ido se acomodó tras una mesa y señaló una silla para que se sentase.
—¿Has venido para ofrecerte como espía?
Lonerin asintió:
—Conozco la Gilda mejor que nadie.
El general se mostró interesado, apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia el muchacho.
—Lo había intuido. Explícamelo todo.
—Conocí a un Postulante. Sé lo que hay que hacer. Y conozco el templo. Bien. He estado allí muchas veces.
—¿Cómo es posible?
El discípulo de Folwar se sentía incómodo.
—Por aquel Postulante que conocía… Veréis… él me llevaba consigo, hasta que lo capturaron.
—Entonces, ¿los Postulantes mueren?
—Sí.
—¿Cómo lo sabes?
Lonerin esperó un instante antes de empezar a hablar de nuevo.
—Existe una fosa común… no muy lejos del templo… y allí… los cuerpos… al cabo de un tiempo… depende…
Ido se apoyó en la silla.
—¿Por qué quieres ir tú?
—¡Para resultar útil, hasta ahora no es que haya hecho mucho, y…!
—¿Quién era el Postulante al que conocías? —preguntó Ido de pronto.
El chico se azoró.
—Mi madre —susurró.
Ido se puso en pie y se acercó al fuego.
—No me pareces la persona más adecuada para esta empresa.
Lonerin se volvió.
—¿Por qué?
—Porque tu madre murió a causa de la Gilda.
—¡Eso no tiene nada que ver!
—¿Ah, no? Pues a mí me parece que sí. Aquí no necesitamos mártires ni vengadores.
—No, yo no…
Ido lo miró, sonriente.
—Escúchame… Lonerin, tú eres joven, y estás lleno de ideas alocadas sobre el heroísmo, alimentadas, además, por el delicado tema de tu madre, pero no vale la pena morir así, te lo aseguro.
El discípulo bajó la cabeza.
—Sí, es cierto que todo ello tiene que ver con mi madre, no podría ser de otro modo, pero es distinto de como os imagináis. La tentación de la venganza es algo que obviamente habita en mí, pero trato de combatirla, desde siempre, desde que sucedió. Y, de hecho, por eso he elegido el camino de la magia, y me he puesto al servicio del maestro Folwar y de este Consejo. Sin embargo, ahora creo que puedo hacer más, que puedo transformar aquello que fue un terrible episodio de mi historia en algo útil. He visto a mi madre en aquel templo, he visto a los hombres que se la llevaron, he visto cómo se hace y puedo volver a hacerlo. Si se los instruye, otros podrían hacerlo, pero ¿por qué no usarme a mí directamente? ¿Quién mejor que yo podría salir con bien de esta empresa?
El general sonrió de nuevo.
—Me haces recordar buenos tiempos… Tiempos pasados… personas a las que amé…
Lonerin no se daba por vencido:
—Dadme esta oportunidad…
Ido suspiró.
—Mañana nos presentaremos ante el Consejo. No creo que les haga demasiada gracia, pero tú trata de mostrarte tan convincente como lo has sido conmigo —le dijo, guiñándole un ojo.
* * *
Y Lonerin así lo hizo. Repitió ante el Consejo todo cuanto le había dicho a Ido, mientras su maestro lo observaba con una mirada indescifrable.
Cuando se sentó, Dafne lo estuvo escrutando unos instantes.
—Folwar, ¿tú qué opinas de él? —le preguntó al fin.
La voz apagada del anciano sonó extrañamente segura.
—Ya es un mago, y sus dotes mágicas son bastante notables. Por otro lado, hace ya tiempo que trabaja para la Alianza de las Aguas, me ayuda a mí y realiza misiones secundarias. Ha estado en contacto con la Gilda, lo cual es algo muy importante, y además es un joven bastante decidido. No tengo nada que oponer a su elección, salvo lo que me dicta el profundo afecto que le profeso.
Lonerin sonrió, y el maestro le correspondió, pero con tristeza.
—¿Y tú, Ido?
Éste se acarició ligeramente la barba con la mano.
—Creo que es adecuado, por su familiaridad con la Gilda y por los fines que lo animan, los cuales me han parecido muy elevados. Sólo cabe esperar que triunfe en su empresa y que esté vivo cuando vuelva con nosotros.
—Bien, Lonerin —dijo Dafne pronunciando lentamente—; abandona la sala, y deja que el Consejo se tome su tiempo para deliberar.
El chico salió y cerró la puerta tras de sí. Al otro lado estaba el gentío de costumbre, y en primera fila, Theana.
—¿Es cierto?
Estaba preocupada; tenía las manos unidas sobre el pecho y los ojos al borde de las lágrimas.
Lonerin no supo qué decir. Habían compartido muchas cosas durante aquellos años de formación y conocimiento. Y había algo que los unía, algo que sin duda Theana consideraba más fuerte que la amistad. Sin embargo, no le había dicho nada. Él apoyó el brazo delicadamente sobre sus hombros y la condujo a una zona más aislada.
—Sí —murmuró.
La muchacha empezó a llorar de repente.
—¿Cómo has podido… y por qué no me lo has dicho? ¿Por qué?
Lonerin tenía la sensación de que algo le estaba estrujando las vísceras.
—Yo…
—¿No has pensado que tal vez no regreses? ¿Lo has pensado en algún momento? ¿Y todo el odio que sientes por aquel lugar? ¿Te has parado a pensarlo?
—El odio no tiene nada que ver…
—¿Y en mí, has pensado en mí? Oh, Lonerin…
Se apoyó con delicadeza en su pecho y empezó a sollozar, de un modo que Lonerin jamás había visto. Despacio, ahogando los gemidos en la tela de su túnica. Era como si de repente hubiera pasado de ser una jovencita insegura a convertirse en mujer.
«El dolor puede hacerlo, el dolor me hizo lo mismo a mí, años atrás».
Le acarició suavemente la cabeza y depositó un ligero beso en su cabello, pero ella parecía no tranquilizarse.
—No quiero morir —susurró Lonerin—. No creas que busco inmolarme. Si lo hago, es porque creo en mí y en mis capacidades.
De repente, la puerta se abrió de par en par, y aquel breve instante que habían logrado compartir ambos jóvenes se esfumó.
Lonerin miró la sala a través de las puertas abiertas, y entró en cuanto Dafne reclamó su presencia.
—Lonerin… —suplicó Theana.
Él besó sus manos.
—Volveré —le aseguró, y fue a escuchar cuál sería su destino.
* * *
Partió de Laodamea, la capital de la Tierra del Agua, al día siguiente.
—Espero tus informes mágicos. Y te recomiendo que sean frecuentes. Pero sobre todo, Lonerin, no te eches a perder. He aprobado cuanto has hecho, y creo que puedes salir vivo de ésta, pero no debes perderte, ¿me comprendes?
Lonerin, conmovido, miraba a Folwar.
—No lo haré, maestro, no lo haré. Vos me habéis enseñado el camino.
El hatillo que llevaba a la espalda contenía provisiones y una muda completa. Tendría que abandonar todas aquellas cosas en las inmediaciones del templo, para poder desempeñar mejor su papel. Únicamente conservaría, en una bolsita cosida bajo la ropa, las piedras para los mensajes mágicos. En el interior llevaba algo más. Un mechón de pelo.
—Tómalo —le había dicho Theana entre llantos. Se había cortado su larga y rubia cabellera—. He hecho una promesa.
Lonerin se sentía más bien incómodo. No estaba preparado para aquella escena.
—Yo…
—Tómalo, y así me sentiré un poco más segura de tu regreso.
Lo sujetaba muy fuerte en la palma de la mano. Tenía mucho que perder si fallaba, razón de más para no dejarse llevar por el deseo de venganza.
—Volveré —dijo con determinación.
«Volveré, y tal vez tú y yo tendremos un futuro».
Ella se arrojó en sus brazos, y le empapó la túnica de lágrimas.
Lonerin la estrechó contra su pecho.
Ella depositó un casto y suave beso en sus labios. Y él la dejó hacer, confuso y halagado, con el corazón palpitándole en desorden.
Volvió a revivir aquel instante mientras recorría a caballo las primeras leguas del largo viaje hacia el templo del Dios Negro.
«Volveré, pase lo que pase».