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Jane Clausen supo que algo grave pasaba cuando Susan la llamó pidiendo permiso para visitarla tan temprano. También había advertido la tensión de la voz de Douglas Layton cuando la llamó pocos minutos después para decirle que era preciso que pasara a verla camino del aeropuerto. Le había dicho que tenía que firmar otro documento relacionado con el orfanato.

—Tendrá que esperar como mínimo hasta las nueve —respondió ella con firmeza.

—Señora Clausen, me temo que eso puede hacerme perder el avión.

—Y yo me temo que tendría que haberlo pensado antes, Douglas. Susan Chandler vendrá a verme dentro de un momento. —Hizo una pausa, y añadió con tono tranquilo—: Ayer Susan pasó para sacar unas Polaroids del dibujo del orfanato. No quiso decirme para qué las necesitaba, pero me da la impresión de que eso es precisamente lo que viene a contarme ahora. Espero que no haya ningún problema con el edificio, Douglas.

—Por supuesto que no, señora Clausen. Quizá me las pueda arreglar sin esa firma, de momento.

—Bueno, estaré lista para recibirlo a las nueve, Douglas, y lo estaré esperando.

—Gracias, señora Clausen.

*****

Cuando Susan llegó, Jane Clausen le dijo:

—No se preocupe por mi reacción. Dígame lo que tenga que decirme, Susan. He llegado al convencimiento de que Douglas Layton me estafa o, como mínimo, lo intenta. Y tengo interés en ver las pruebas.

Mientras Susan abría el libro de la Fundación de la Familia Wright, Jane Clausen telefoneó a Hubert March, que todavía estaba en casa.

—Hubert, vaya a la oficina, llame a nuestros auditores y asegúrese de que Douglas Layton no pueda echar mano a nuestras cuentas bancarias ni liquidar nuestros activos. ¡Y hágalo de inmediato!

Luego se puso el libro en el regazo y estudió la fotografía del orfanato.

—Todo es exacto salvo el nombre del rótulo —comentó.

—Lo siento —dijo Susan.

—No tiene por qué. Ni siquiera cuando Douglas se mostraba tan solicito dejó de inquietarme.

Cerró el libro y miró la sobrecubierta; entonces rió entre dientes.

—Gerie debe de revolverse en su tumba —dijo—. Quería que la fundación llevara su nombre y el de Alexander. Su verdadero nombre era Virginia Marie, pero todo el mundo la llamaba Gerie. La muy estúpida olvidó que la primera esposa de Alexander también se llamaba Virginia. Y veo que el joven Alex ha puesto el retrato de su madre en todos los impresos de la Fundación Wright.

—¡Bien hecho! —dijo Susan. Ambas rieron.