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A Chris Ryan los lunes le gustaba llegar temprano a la oficina. Los domingos los dedicaba a la familia, y era habitual que al menos dos de sus seis hijos fueran a visitarlos, a él y a su esposa, y se quedaran a cenar.

Tanto a él como a su mujer les encantaba que a sus nietos les gustara ir a verlos, pero a veces, cuando por fin caían rendidos en la cama, Chris recordaba con satisfacción que las personas que investigaría al día siguiente no discutían sobre a quién le tocaba usar la bicicleta o quién había comenzado una riña.

El día anterior había sido un domingo en familia de lo más fatigoso y, en consecuencia, Chris abrió la puerta de su despacho a las ocho y veinte de la mañana. Entre los mensajes recibidos había algunos que requerían atención inmediata. El primero lo había dejado el sábado una fuente de Atlantic City y contenía información interesante sobre Douglas Layton. El segundo, de Susan Chandler, había llegado a primera hora de aquella misma mañana: «Chris, soy Susan; llámame enseguida».

Susan respondió al primer timbrazo.

—Chris, creo que tengo algo y necesito que investigues a dos sujetos. El primero fue pasajero de un barco de crucero, el Gabrielle, hace tres años; el segundo también estuvo en un crucero, el Seagodiva, hace dos años. La cuestión es que no creo que sean dos personas distintas. Creo que se trata del mismo sujeto y, si llevo razón, estamos hablando de un asesino en serie.

Chris buscó a tientas su pluma en el bolsillo de la chaqueta y cogió una hoja.

—Dame nombres y fechas. —Tras anotarlos, comentó—: Ambos a mediados de octubre. ¿Es temporada baja en los cruceros?

—No había reparado en la coincidencia de fechas, Chris —dijo Susan—. Si mediados de octubre forma parte de la pauta, una mujer podría estar corriendo terrible peligro ahora mismo.

—Deja que lo compruebe. Mis chicos del FBI harán un rastreo rápido. Por cierto, Susan, resulta que tu amigo Doug Layton puede estar metido en un buen lío. Perdió a lo grande en las mesas de Atlantic City la semana pasada.

—Sabes de sobra que no es amigo mío, y ¿qué quieres decir «a lo grande»?

—Pues cuatrocientos mil dólares. Espero que tenga una tía muy rica.

—El problema es que cree tenerla. —La suma la dejó perpleja Un hombre que se permitía el lujo de acumular deudas de juego tan importantes estaba en un grave aprieto. Podía desesperarse y resultar peligroso—. Gracias, Chris, estaremos en contacto.

Colgó y miró la hora en su reloj de pulsera. Le daba tiempo a efectuar una visita breve a la señora Clausen antes de ir al estudio. Tiene que saber lo de Layton de inmediato, pensó Susan. Si debe tanto dinero a unos jugadores, tendrá que devolverlo enseguida, y tratará de sacarlo de la Fundación de la Familia Clausen.