Alex Wright llamó a Susan a su apartamento a las diez, a las once y a las doce, hasta que por fin la localizó a la una.
—He llamado antes, pero no estabas —dijo.
—Podrías haber dejado un mensaje.
—No me gusta hablar con los contestadores. Quería ver si me permitías invitarte a comer.
—Gracias, pero no habría sido posible —dijo Susan—. He ido a visitar a una amiga al hospital. Ahora que lo recuerdo, Alex, ¿puede ser que exista un orfanato tipo en América Central?
—¿Tipo? No sé muy bien qué quieres decir, pero creo que no. Si te refieres al aspecto, hay ciertas características que son propias de esa clase de instituciones. ¿Por qué?
—Porque tengo unas fotos que me gustaría que vieras. ¿A qué hora te vas mañana?
—Muy temprano, me temo. Por eso quería verte hoy. ¿Qué tal si cenamos?
—Lo siento, tengo planes.
—De acuerdo, por ti soy capaz de atravesar la ciudad. ¿Estarás en casa un rato más?
—Toda la tarde.
—Voy para allá.
Sé que tengo razón, pensó Susan mientras colgaba el auricular. Estos dos edificios no son sólo parecidos, son el mismo, pero de este modo estaré completamente segura.
El libro sobre la Fundación de la Familia Wright estaba sobre su escritorio, abierto por la página de la foto del orfanato de Guatemala que le había llamado la atención. Línea a línea, parecía exactamente igual que el dibujo que Jane Clausen tenía en su habitación del hospital. Pero es un dibujo, no una fotografía, se recordó. Tal vez Alex vea algún rasgo diferenciador que a mí se me ha pasado por alto.
*****
En efecto, cuando Alex examinó las fotografías, vio algo que ella había pasado por alto, pero en lugar de diferenciar un edificio otro, confirmaba el hecho de que se trataba del mismo. En el dibujo que tenía la señora Clausen, el artista había pintado un pequeño animal encima de la puerta principal del orfanato.
—Fíjate en esto —dijo Alex—. Es un antílope. Y ahora mira la fotografía del libro. También aparece ahí. El antílope procede del escudo de armas de mi familia; siempre ponemos uno encima de la puerta de todos los edificios que financiamos.
Estaban sentados al escritorio del estudio de Susan.
—Está claro que delante de vuestro edificio no habría un rótulo con el nombre de Regina Clausen cincelado —exclamó Susan.
—El dibujo del rótulo sin duda es falso. Sospecho que alguien se está embolsando el dinero destinado a construir ese edificio.
—Tenía que asegurarme.
Susan pensó en Jane Clausen, y en lo decepcionada y triste que estaría cuando se diera cuenta de que Douglas Layton la estaba estafando.
—Susan, pareces muy disgustada —dijo Alex.
—Lo estoy, pero no por mí. —Trató de sonreír—. ¿Qué me dices de una taza de café? No sé tú, pero yo necesito una.
—Sí, gracias. De hecho, quiero ver lo bueno que es tu café. Podría tener su importancia.
Ella cerró el libro de la Fundación de la Familia Wright.
—Mañana enseñaré esta fotografía a la señora Clausen. Tiene que saberlo cuanto antes.
Echó un vistazo al escritorio, percatándose de pronto de lo desordenado que debía de parecerle a Alex.
—Normalmente no soy tan desordenada —explicó—. He estado trabajando en un par de asuntos a la vez y los papeles se han amontonado.
Alex cogió el folleto de la lista de pasajeros del Seagodiva y lo abrió.
—¿Esto es de un crucero que hiciste?
—No, nunca he hecho un crucero. —Susan esperaba que Alex no le hiciera más preguntas al respecto.
No quería hablar de lo que estaba haciendo con nadie, ni siquiera con él.
—Yo tampoco —dijo mientras dejaba caer el folleto sobre el escritorio—. Me mareo.
*****
Mientras tomaban el café, Alex contó que Binky lo había llamado para invitarlo a almorzar.
—Le pregunté si tú irías y cuando me dijo que no, rechacé la invitación.
—Me temo que no le caigo muy bien a Binky —dijo Susan—. Y supongo que no puedo culparla. Prácticamente le supliqué a mi padre de rodillas que no se casara con ella.
—¿De rodillas?
—¿Por qué? —Lo miró fijamente, y entonces advirtió la diversión que brillaba en sus ojos.
—Lo pregunto porque yo supliqué de rodillas a mi padre que no se casara con Gerie. Al final tampoco sirvió de nada, y Gerie me odiaba por la misma razón por la que Binky no te soporta.
Se puso en pie.
—Tengo que irme. Yo también debo poner orden en un escritorio desordenado. —Se volvió hacia ella desde la puerta—. Susan, estaré fuera una semana o diez días —dijo—. Puedes estar tan ocupada como quieras durante este tiempo pero no aceptes demasiados compromisos para después. ¿De acuerdo?
Mientras cerraba la puerta tras él, sonó el teléfono. Era Dee, que llamaba para despedirse.
—Mañana salgo hacia Costa Rica. Embarco allí —dijo—, y haré el viaje hasta Callao. ¡Qué bien lo pasamos anoche!
—Sí, fue estupendo.
—He llamado a Alex para darle las gracias y no estaba.
Susan advirtió la pregunta que encerraba el comentario de su hermana, pero no tenía la menor intención de explicarle que Alex había estado con ella, ni de contarle el motivo de su visita.
—Igual lo encuentras más tarde. Pásatelo bien, Dee.
Colgó con la dolorosa conciencia de que la razón por la que no estaba más a gusto con Alex era que seguía teniendo la sensación de que podía pasar algo entre él y Dee, sobre todo si ésta lo seguía acosando. Y Susan no estaba dispuesta a pasar por la congoja de perder a otro hombre por culpa de su hermana.