Pamela Hastings llegó al hospital Lenox Hill a mediodía del domingo y recorrió los pasillos que ya conocía tan bien hasta la sala de espera de la UCI. Tal como había supuesto, Justin Wells estaba allí, desaliñado, sin afeitar y medio dormido.
—No te fuiste a casa anoche —le reprochó. La miró con ojos inyectados en sangre.
—No pude. Me han dicho que parece haberse estabilizado, pero todavía no me atrevo a separarme de ella mucho rato. Aunque no pienso volver a entrar en su habitación. La opinión general es que el viernes Carolyn empezó a salir del coma, pero que entonces recordó lo ocurrido y el pánico hizo que volviera a hundirse. No obstante, estuvo consciente el tiempo suficiente para decir «No, por favor, ¡no, Justin!».
—Sabes que eso no significa necesariamente «Por favor, no me empujes bajo las ruedas de un coche, Justin» —repuso ella mientras se sentaba junto a él.
—Díselo a los polis y a los médicos y enfermeras. Te lo juro, cada vez que me aproximo a Carolyn, se comportan como si temieran que fuera a desenchufarla.
Pam advirtió que abría y cerraba las manos convulsivamente. Está casi al borde de un colapso nervioso, pensó.
—¿Cenaste al menos con el doctor Richards? —preguntó.
—Sí. Fuimos a la cafetería.
—¿Qué tal te fue?
—Muy bien, y, por supuesto, ahora me doy cuenta de que hace dos años debí haber seguido con él. ¿Has oído alguna vez este poema, Pam?
—¿A cuál te refieres?
—«Por falta de un clavo la herradura se pierde, por falta de una herradura el caballo se pierde, por falta de un caballo el jinete se pierde». O algo por el estilo.
—Justin, eso no viene a cuento.
—Sí viene. Si hubiese resuelto mis quebraderos de cabeza, no habría reaccionado con tanta dureza cuando me enteré de que Carolyn había telefoneado al programa de radio para hablar del tipo que conoció durante el viaje. Si no la hubiese disgustado con mi llamada, quizá no habría cancelado su cita con la doctora Chandler, y por consiguiente habría cogido un taxi enfrente de casa en lugar de ir a pie hasta la oficina de correos.
—¡Justin, ya basta! Te volverás loco si sigues pensando en lo que podría haber pasado. —Le cogió la mano—. Justin, no fuiste el causante de esta trágica situación; deja de culparte.
—Eso es exactamente lo que el doctor Richards me dijo. —Se le llenaron los ojos de lágrimas y no pudo contener un sollozo. Pamela lo rodeó con el brazo.
—Necesitas salir de aquí. Si seguimos así, la gente empezará a hablar de nosotros —dijo con dulzura.
—Ya sólo falta que George también se vuelva contra mí. ¿Cuándo vuelve?
—Esta noche. Y ahora quiero que te vayas a casa, te metas en cama, duermas como mínimo cinco horas y luego te duches, te pongas ropa limpia y regreses. Cuando Carolyn despierte te necesitará, y si te ve con este aspecto se apuntará de inmediato a otro crucero. —Pamela contuvo el aliento, rogando no haberse pasado de la raya, pero finalmente se vio recompensada por una risa entre dientes.
—Eres una gran amiga —dijo Justin.
Lo acompañó hasta el ascensor, no sin antes entrar a ver a Carolyn. La agente de policía los siguió hasta el cubículo.
Justin tomó la mano de su esposa entre las suyas, besó la palma y cerró los dedos envolviendo el beso. No le dijo una palabra. Cuando las puertas del ascensor se cerraron tras él, Pamela se dirigió hacia la sala de espera, pero la detuvo la enfermera del mostrador.
—Ha vuelto a hablar justo después de que ustedes salieran.
—¿Qué ha dicho? —preguntó Pamela, casi temerosa de la respuesta.
—Lo mismo: «Win, oh, Win».
—No se lo diga a su marido.
—No lo haré. Si pregunta, sólo le diré que ha intentado hablar y que eso es un buen síntoma.
Pamela pasó de largo la sala de espera y fue hasta los teléfonos públicos. Antes de que saliera hacia el hospital, Susan Chandler la había llamado y le había explicado que estaba tratando de seguir la pista de Win en la lista de pasajeros del Seagodiva.
—Dígales que escuchen atentamente si Carolyn intenta pronunciar ese nombre de nuevo —le había dicho—. Quizá lo diga entero. Win tiene que ser un mote o el diminutivo de algo como Winston o Winthrop.
Susan no estaba en casa, de modo que Pamela Hastings dejó un mensaje en el contestador: «Carolyn ha vuelto a intentar hablar, pero no ha dicho más que el habitual "Win, oh, Win"».