A pesar de lo agotada que estaba, o quizá por eso, Susan no consiguió dormir bien. Se despertó tres veces durante la noche y se sorprendió escuchando algún ruido que delatara la presencia de un intruso en el apartamento. La primera vez que despertó, creyó ha oído que la puerta principal se abría. La sensación fue tan vívida que se levantó y fue hasta la puerta, que tenía el cerrojo echado. Luego aunque se sintió un poco tonta, comprobó los pestillos de las ven nos del salón; el estudio y la cocina.
Regresó al dormitorio con la sensación de que algo malo pasa pero decidida a no cerrar las ventanas del cuarto. Estoy en un segundo piso, se dijo. A no ser que Spiderman haya venido al barrio, harto improbable que alguien trepe por la fachada.
La temperatura había bajado notablemente desde que se ha acostado, y la habitación estaba casi helada. Se tapó con las mantas hasta el cuello, recordando el sueño que la había inquietado hasta el punto de despertarla. Tiffany salía corriendo por una puerta hacia espacio mal iluminado. Tenía el anillo de turquesas y lo lanzabais aire. Entonces una mano surgía de las sombras, cogía el anillo y Tiffany gritaba «¡No! ¡No te lo lleves! Quiero guardarlo. A lo mejor Matt me llama». En aquel momento despertó y gritó.
Susan sintió un escalofrío. Tiffany estaba muerta porque la había llamado, pensó.
De pronto la persiana de la ventana golpeteó, empujada por ráfaga de viento. Esto es lo que me ha sobresaltado, se dijo, y estuvo tentada de levantarse y cerrar también aquella ventana. En lugar de hacerlo, se arrebujó bien y al cabo de un momento se durmió.
La segunda vez que Susan despertó, se incorporó de golpe en la cama, convencida de haber visto a alguien en la ventana. Procura controlarte, pensó, mientras alisaba la cama una vez más y tiraba de las mantas casi hasta cubrirse la cabeza.
Se despertó por tercera vez a las seis. Aunque había dormido, su mente había estado activa. En algún momento entre las interrupciones del sueño el subconciente había hecho hincapié en la lista de pasajeros del Seagodiva. La había hallado en el archivo de Carolyn Wells, y Justin le había permitido llevársela.
Al despertar, su mente se había fijado en que Carolyn había escrito el nombre «Win» en uno de los boletines diarios de noticias de a bordo. Win era el hombre con quien había planeado ir a Argel, pensó Susan. Tendría que haber examinado la lista de pasajeros mucho antes. Si el tipo que conoció era pasajero del barco, su nombre tiene que figurar en la lista, pensó.
Desvelada y sin esperanzas de volver a dormirse, decidió que una taza de café la ayudaría a despejarse. Una vez preparado, se llevó una taza de vuelta a la cama, dispuso las almohadas a modo de respaldo y comenzó a examinar la lista de pasajeros del barco. Win debe de ser un diminutivo de otro nombre, pensó. Repasó la lista en busca de un Winston o Winthrop, pero no encontró a nadie con esos nombres. Podría ser un mote, pensó. Había pasajeros con apellidos que se prestaban, como Winne y Winfrey, pero ambos viajaban en compañía de sus esposas. La lista de pasajeros incluía las iniciales del segundo nombre de varios viajeros, de manera que si al hombre que había conocido Carolyn lo llamaban Win debido a su segundo nombre, la lista le sería de poca ayuda.
Los nombres de las parejas casadas figuraban en orden alfabético, de modo que la señora Alice Jones iba delante del señor Robert Jones, y así sucesivamente. Eliminando a cuantos resultaba obvio que estaban casados, clasificó los nombres de hombre que no figuraban precedidos o seguidos por el de una mujer. El primer nombre de la lista que parecía ser el de un soltero era el de Owen Adams. Interesante, pensó cuando hubo terminado de repasar la lista de pasajeros; de las seiscientas personas del pasaje, había ciento veinticinco mujeres que viajaban solas y, en cambio, sólo dieciséis hombres. Aquello estrechaba el círculo considerablemente.
Entonces se le ocurrió otra idea: ¿estaría la lista de pasajeros del Gabrielle entre los efectos personales de Regina Clausen? En ese caso, ¿sería posible que uno de tos dieciséis hombres del Seagodiva también hubiese sido pasajero de aquel buque?
Susan se encaminó a la ducha. Aunque la señora Clausen no quería verla, iría a preguntarle sobre la lista de pasajeros del Gabrielle, y si se la había devuelto con las cosas de Regina le rogaría que permitiese que su asistenta se la entregase.