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Los nombres de las calles que había recorrido resonaban como una letanía en su cabeza: Christopher, Grove, Barrow, Commerce, Morton. A diferencia de la cuadrícula en la que estaban dispuestas las calles de la zona alta de Manhattan, las del Village obedecían a un trazado irregular y caprichoso. Susan terminó dándose por vencida, compró el Post y entró en el Tutta Pasta de la calle Carmine para cenar.

Bebió una copa de chianti mientras leía el periódico. En la página tres vio un retrato de Tiffany, procedente del anuario de su graduación, que ilustraba un artículo sobre la marcha de la investigación de su asesinato. La acusación no se haría esperar, decía.

Luego, en la página seis, se quedó perpleja al ver la fotografía de Justin Wells y la noticia de que lo estaban interrogando sobre las circunstancias que rodeaban al accidente sufrido por su esposa.

Hasta que localice esa tienda de souvenirs y hable con el vendedor, pensó, no podré convencer a nadie de que existe una conexión entre estos dos casos. Y ojalá el lunes pueda enseñarle la foto del crucero. Esta noche no he podido encontrar esa tienda, pero seguiré buscando a primera hora de la mañana.

Llegó a su casa a las diez y dejó caer el bolso sobre la mesa del recibidor. ¿Por qué llevaré siempre tan cargado este trasto?, se preguntó mientras se masajeaba los hombros. Pesa más que un muerto. Y no es una ocurrencia graciosa, se dijo mientras la imagen de Tiffany le venía a la mente. Tiene exactamente el mismo aspecto que me imaginaba: demasiado lápiz de ojos, el pelo cardado a dos dedos de la raíz, pero aun así es guapa y fresca.

Fue hasta el contestador automático que parpadeaba. Alex Wright había llamado a las nueve: «Sólo llamaba para saludar. Ojalá ya fuese mañana por la noche. En caso de que no nos hablemos durante el día, pasaré a recogerte a las seis y media». Me hace saber que esta noche se queda en casa, pensó Susan. Eso está bien.

La llamada siguiente era de su madre. «Son las nueve y mediar Volveré a llamar más tarde, cariño». Seguramente en cuanto me meta en la ducha, pensó Susan, y decidió devolverle la llamada cuanto antes. El tono de su madre daba a entender que no estaba contenta.

—Susan, ¿sabías que Dee no sólo tiene planes de mudarse otra vez a Nueva York sino que ya ha alquilado un apartamento?

—No —dijo Susan—. ¿No es un poco repentino?

—Sí, en efecto. Siempre ha sido más bien inquieta, pero quería decirte que me ha ofendido que hoy se llevara al trofeo para que la acompañara a firmar el contrato.

—¿Se ha llevado a Binky? ¿Cómo es posible?

—«Para oír la opinión de otra mujer», dijo. Así que le recordé que no estoy ciega y que me habría gustado verlo, pero Dee me ha dicho que había otra persona interesada en el piso y que tenía que actuar deprisa.

—Sin duda lo ha hecho —ironizó Susan—. Mamá, por favor, no permitas que este tipo de cosas te irriten. No merece la pena. Sabes de sobra que te encantará tener a Dee otra vez en Nueva York.

—Sí, es verdad —admitió su madre con tono más calmado—. Pero me preocupa… Bueno, ya sabes, eso que hablamos la otra noche.

Dios, dame fuerzas, pensó Susan.

—Mamá, si te refieres a Alex Wright, sólo salí con él una vez. No creo que pueda decirse que tengamos una relación de compromiso.

—Ya lo sé. Aun así, creo que este regreso tan precipitado a Nueva York es un poco raro, hasta para Dee. Y otra cosa, Susan: si necesitas dinero, no es preciso que recurras a tu padre. Sé cuánto daño te ha hecho. Yo también tengo dinero en el banco, así que ya sabes.

—¿A qué viene eso?

—¿Acaso no le pediste a Charley que enviara una transferencia a Londres?

—¿Cómo te has enterado?

—No ha sido a través de tu padre, desde luego. Me lo contó Dee..

Y ella se enteró por Binky, sin duda, pensó Susan. No tiene importancia, pero ¡qué tontería!

—Mamá, no necesito dinero. Sólo tenía que efectuar un pedido de entrega inmediata y no me daba tiempo a solicitar una transferencia de fondos de mi cuenta corriente, así que le pedí la suma a papá. Además, se la devolveré la semana que viene.

—¿Pero qué dices? No seas tonta. Él tiene de sobra y además invita a Dee a un crucero. No seas tan quisquillosa, Susan. Acepta ese dinero como propio.

Hace un instante me estabas diciendo que no aceptara dinero de él, pensó Susan.

—Mamá, acabo de llegar y estoy muy cansada. Te llamaré mañana o el domingo. ¿Tienes planes para el fin de semana?

—Una cita a ciegas, Dios me asista. Helen Evan la ha organizado. Jamás imaginé que a mi edad estaría dispuesta a algo así..

Susan sonrió al detectar placer en la voz de su madre.

—Me alegro —dijo—. Pásatelo bien.

Esta noche nada de ducha, pensó mientras colgaba el teléfono. Después de semejante jornada, se impone una larga sesión de bañera caliente. No hay una sola parte física o mental de mi cuerpo que no esté preocupada, triste, irritada o dolida.

Cuarenta minutos después, abrió las ventanas del dormitorio, tal como solía hacer antes de meterse en la cama. Echó un vistazo a la calle y advirtió que estaba desierta salvo por un paseante solitario.

Ese hombre nunca conseguiría ganar el maratón, pensó. Si caminara un poco más lento avanzaría hacia atrás.