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La semana había resultado muy emocionante para Oliver Baker. Su breve aparición en televisión la tarde del lunes le había cambiado la vida. De súbito se había convertido en una especie de celebridad. Todos los clientes del supermercado querían conversar sobre el accidente. La mujer que trabajaba en la tintorería del barrio se deshizo en atenciones como si fuese una estrella. Incluso recibió un escueto saludo del envarado ejecutivo de Wall Street que hasta entonces jamás se había dignado saludarlo.

En casa, Oliver era todo un héroe para Betty y las chicas. Hasta la hermana de Betty, que siempre refunfuñaba y hacía muecas cuando él expresaba su opinión sobre cualquier asunto, llamó para que le contara cómo era aquello de testificar en comisaría. Por supuesto, la cuñada no se conformó con satisfacer su curiosidad, sino que se explayó sobre la coincidencia de que otro testigo, la anciana que había dicho que no se trataba de un accidente, hubiese sido asesinada, para terminar previniéndolo:

—Ándate con ojo, no vaya a ser que te ocurra lo mismo.

Él no estaba preocupado, pero naturalmente su cuñada consiguió asustarlo un poco.

Oliver, en efecto, disfrutaba de su contacto con la policía, y manifestaba una clara predilección por el capitán Shea. Era la clase de representante de la autoridad que lo hacía sentir cómodo y seguro. Le había causado una grata impresión sentarse a solas con él en su despacho y constatar la atención que éste prestaba a sus palabras.

El viernes, en la página seis del Post se informaba de que el arquitecto Justin Wells estaba siendo interrogado por el accidente de su esposa. El artículo incluía una fotografía en la que se le veía saliendo del hospital.

Oliver tuvo toda la mañana el Post encima del escritorio de oficina, abierto por la página del artículo. Poco antes de las doce, telefoneó al capitán Shea para decirle que le gustaría verlo después del trabajo.

De ahí que a las cinco y media de la tarde del viernes Oliver Baker se hallara de nuevo en el despacho del capitán Shea, con fotografía del periódico en la mano. Saboreando su regreso a aquel centro de poder, refirió por qué había solicitado otra entrevista.

—Capitán, cuanto más miro la foto de este hombre, más convencido estoy de que lo vi coger el sobre cuando trataba, o eso pensé entonces, de sostener a la mujer que cayó delante de la camioneta.

Oliver sonrió a los ojos comprensivos de Shea.

—Capitán, quizá yo estuviera más afectado de lo que pensaba —dijo—. ¿Cree que esto explica, en un principio, que se me borrara su cara?