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Jane Clausen, exhausta por los efectos de la quimioterapia, consiguió sonreír débilmente.

—Sólo estoy un poco atontada, Vera.

El ama de llaves que la acompañaba desde hacía veinte años no quería marcharse.

—No se preocupe. Estaré bien. Sólo tengo que descansar —añadió para tranquilizarla.

—Casi se me olvida, señora Clausen —dijo Vera, nerviosa—. Es posible que la llame la doctora Chandler. Telefoneó antes de que saliera de casa y le dije que estaba en el hospital. Parece una mujer muy agradable.

—Lo es.

—No quiero dejarla sola —suspiró Vera—. ¿Puedo quedarme para hacerle compañía?

Ya tengo compañía, pensó Jane Clausen mientras echaba un vistazo a la mesilla con el retrato de Regina que Vera le había llevado. En la foto se veía a Regina junto al capitán del Gabrielle.

—Me quedaré dormida dentro de cinco minutos, Vera. Será mejor que se vaya.

—Si es así, buenas noches, señora Clausen. Si necesita algo, llámeme.

Cuando se marchó el ama de llaves, Jane Clausen alargó la mano y cogió la fotografía. No tengo un buen día, Regina, pensó. Me estoy apagando y lo sé. Sin embargo, es como si algo me obligara a continuar. No sé muy bien qué es pero veremos qué pasa.

Sonó el teléfono. La mujer dejó la foto y atendió pensando que sería Douglas Layton. Pero era Susan Chandler, y su amabilidad le recordó de nuevo a Regina. Se sorprendió confesándole a Susan que no había tenido un buen día.

—Supongo que mañana será mejor —añadió—. Douglas Layton me ha dicho que tiene una sorpresa para mí. Estoy ansiosa por saber qué es.

Susan notó una ligera animación en la señora Clausen y se dio cuenta de que no podía decirle que había encargado una investigación sobre Layton.

—Me gustaría pasar a verla —le dijo en cambio—. Siempre y cuando a usted le parezca bien.

—Hablemos mañana —propuso Jane Clausen— y veamos cómo me siento. Últimamente trato de no planificar por adelantado… Mi ama de llaves acaba de traerme una foto de Regina. A veces me entristece mirar fotos de Regina, pero hoy, en cambio, es un consuelo. ¿No es extraño? —Y agregó con tono de disculpa—: Doctora Chandler, no me cabe duda de que es usted una muy buena psicóloga. No suelo hablar de mis sentimientos, pero con usted me resulta muy fácil.

—Tener una foto de un ser querido puede servir de gran consuelo. ¿Es una foto de las dos?

—No, es una de esas que sacan en los cruceros y que después exponen para que la gente compre. Por la fecha del reverso se ve que la hicieron en el Gabrielle, dos días antes de la desaparición de Regina.

La conversación terminó con la promesa de Susan de llamar día siguiente. Después de despedirse y mientras Jane Clausen colgaba, Susan la oyó decir:

—Ah, Douglas, qué amable de tu parte pasar a verme.

Susan suspiró. Se inclinó hacia adelante y se masajeó las sienes Eran las seis y todavía estaba en su escritorio. El recipiente de sopa que seguía intacto, y que se suponía había sido su almuerzo, le recordaba la razón de su incipiente dolor de cabeza.

El despacho estaba en silencio. Hacía rato que Janet se había ido. Susan a veces se imaginaba que a las cinco en punto sonaba una especie de alarma en la cabeza de su secretaria y ésta salía corriendo Por hoy ya se ha hecho demasiado daño, pensó y se preguntó por qué se le ocurrió esa frase con reminiscencias bíblicas. Es fácil de saber, se dijo: el día empezó con el asesinato de Tiffany.

Si no me hubiera llamado para hablar del anillo de turquesa aún estaría viva, pensó Susan, mientras se levantaba y desperezaba. Qué hambre. Tendría que haber ido a reunirme con Alex y Dee. Estoy segura de que Dee no lo dejará escapar invitándolo sólo a una cerveza.

En cierto modo estaba arrepentida de no haberle devuelto sus llamadas.

«Alex, perdona, pero es uno de esos días malos —le había dicho mientras rechazaba una cita con él—. Esta noche no seré una buena compañía para nadie», le explicó con la certeza de que era verdad.

Mientras se marchaba, vio que la luz de la oficina de Nedda estaba encendida. No pensaba hacerle una visita, pero se detuvo impulsivamente y giró el pomo de la puerta, satisfecha de ver que esta vez estaba cerrada con llave. Golpeó en el cristal suavemente. Al cabo de cinco minutos, las dos mordisqueaban unas galletas con queso acompañadas de una copa de chardonnay.

Le contó a Nedda los acontecimientos del día y añadió:

—Acabo de darme cuenta de algo. Es curioso, pero tanto la señora Clausen como el doctor Richards me han hablado hoy de las fotos que suelen tomarse en los cruceros. Ella tiene una de su hija a bordo del Gabrielle, y él me recordó que Carolyn Wells, cuando llamó el lunes al programa, prometió mandarme una en que aparecía el hombre que conoció en el barco, el que quería que ella desembarca en Argel.

—¿Adónde quieres llegar, Susan?

—Me pregunto si el fotógrafo o los fotógrafos de esos cruceros conservarán los negativos. Don Richards ha viajado mucho en barco. Se lo preguntaré.