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El jueves a primera hora de la mañana, Pamela Hastings se detuvo en el hospital para visitar a Carolyn Wells, con la esperanza de encontrarla mejor. Pero le dijeron que seguía igual.

—Volvió a llamar a ese Win —le dijo Gladys, la jefa de enfermeras del turno de la mañana—. Pero a mí me sonó a algo así como «Oh, Win», como si intentara hablar con él.

—Gladys, ¿su marido la oyó cuando lo dijo?

—No, no ha vuelto desde ayer por la tarde.

—Vaya. ¿Sabe si ha llamado? ¿Está enfermo?

—No tenemos ninguna noticia suya.

—Pero bueno —dijo Pam como para sí misma—. Lo llamaré. ¿Puedo ver a Carolyn?

—Por supuesto.

Habían pasado sólo dos días y medio desde el accidente, pero estaba muy familiarizada con la unidad de cuidados intensivos. El día anterior estaban corridas las cortinas de un cubículo en el que había un hombre con un infarto agudo. Ese día la cama estaba vacía. Pamela decidió no preguntar; estaba segura de que había muerto durante la noche.

La parte sin vendar de la cara de Carolyn esa mañana parecía más morada e hinchada que el día anterior. A Pam todavía le resultaba imposible creer que esa mujer llena de vendas y tubos fuera su amiga de toda la vida, tan guapa y entusiasta. Carolyn tenían las manos sobre la colcha. Pam entrelazó los dedos con los de su amiga y notó que le faltaba la sencilla alianza de oro. Recordó lo poco que a su amiga le gustaba llevar joyas. Algunos broches, unos pendientes y el sencillo collar de perlas de su abuela era lo máximo que se permitía usar.

—Carolyn —dijo en voz baja—. Soy yo, Pam. Sólo quería saber cómo estabas. Todo el mundo me pregunta por ti. En cuanto mejores vendrán a verte. Vicky y Lynn están organizando una fiesta de convalecencia. Champán, caviar, salmón ahumado… La «banda de las cuatro» sabe cómo divertirse, ¿no?

Pam sabía que era pura cháchara, pero le habían dicho que a lo mejor Carolyn la escuchaba. No quería hablar de Justin. Se le ocurrió que si éste la había empujado delante de la camioneta y Carolyn lo sabía, estaría aterrorizada.

—Tengo que irme, Carolyn —dijo—, pero volveré mas tarde. Te quiero.

Le rozó la mejilla con los labios y no percibió ninguna reacción.

Salió de la UCI secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Al pasar por la sala de espera, se quedó pasmada de ver allí a Justin, cabizbajo en una silla. Estaba sin afeitar y con la misma ropa que la tarde anterior. Al verla, salió al pasillo.

—¿Te ha dicho algo Carolyn? —le preguntó ansioso.

—No, nada. Justin, por el amor de Dios, ¿qué pasa? ¿Por qué no viniste anoche?

Él dudó antes de responder.

—Creo que la policía, aunque aún no me ha acusado formalmente de nada, piensa que yo empujé a Carolyn bajo esa camioneta: —Miró a Pamela fijamente a los ojos—. Te impresiona, ¿no es así, Pam? Te impresiona pero no te sorprende. A ti también te había pasado por la cabeza esa posibilidad, ¿no? —Torció el gesto y empezó a sollozar—. Nadie comprende cómo me siento y lo que siento por ella. —Meneó la cabeza y señaló la UCI—. No pienso volver a entrar allí. Si alguien la empujó, y si Carolyn se dio cuenta de que la empujaban pero no vio quién era, hasta ella puede pensar que fui yo. Pero tengo una pregunta que haceros a todos vosotros. Si está liada con ese tipo, con ese Win ¿por qué diablos no está aquí con ella ahora?