El miércoles por la tarde, cuando Justin Wells regresó del hospital su despacho, lo sorprendió el mensaje de que llamara al capitán Shea, de la comisaría Diecinueve, para hablar del accidente de su esposa. El mensaje concluía con la alarmante frase: «Ya sabe dónde estamos».
Justin nunca se permitía recordar aquella terrible noche en que Carolyn había puesto una denuncia contra él.
No tendría que haberla amenazado con matarla, pensó mientras estrujaba el mensaje. En realidad no quería hacerle daño, sólo la cogí del brazo cuando se quiso ir de casa pero no para torcérselo. Se lo doblé porque quiso soltarse.
Después se había encerrado en el cuarto y llamado a la policía; El resto fue una pesadilla. Al día siguiente Carolyn le dejó una nota en la que le decía que retiraba la denuncia pero en cambio solicitaba el divorcio. Después desapareció.
Le había rogado a Pamela Hastings que le dijera dónde estaba Carolyn, pero ella se negó a darle ninguna información. Sólo cuando se le ocurrió llamar a la agencia de viajes de su mujer y decir que no encontraba el número que le había dejado, le dieron el teléfono del barco en que navegaba y pudo llamarla.
Habían pasado exactamente dos años.
Una de las promesas que le había hecho a Carolyn en ese momento era empezar una psicoterapia, y la cumplió, pero… no soportaba la idea de hablar de sus cosas, ni siquiera a alguien tan comprensivo como el doctor Richards, y ahí acabó todo.
Claro que nunca se lo dijo a Carolyn. Ella pensaba que todavía seguía la terapia con el doctor Richards.
Justin empezó a pasearse por el despacho mientras recordaba que Carolyn había estado diferente durante el fin de semana, más callada, nerviosa. Y la semana anterior, un día había vuelto tarde a casa, porque, según ella, había tenido que enseñarle unos planos a un cliente al que le estaba decorando la casa en East Hampton. Luego, Bárbara, la recepcionista, le había dicho el lunes —delante de sus socios— que estaba segura de que Carolyn había llamado al programa Pregúntale a la doctora Susan para hablar de un hombre que había conocido en un crucero cuando se había separado de su marido.
Llamó a su mujer y se lo preguntó, y sabía que la había alterado. Ahora Carolyn estaba en el hospital, en coma, intentando decir el nombre de alguien. Algo como «Win». ¿El nombre del tipo con el que se había liado en el barco? El mero hecho de pensar en ello le oprimió el pecho. Las gotas de sudor le cubrían la frente.
Alisó la nota y volvió a leerla. Tenía que llamar al capitán Shea. No quería que volviera a llamarlo otra vez al trabajo. Bárbara ya lo había mirado de una manera rara al darle el mensaje.
El recuerdo de esa noche espantosa de hacía dos años casi le daba náuseas: la policía que lo detenía y lo llevaba a la comisaría esposado como un vulgar ladrón.
Justin cogió el auricular y volvió a colgar. Al final se obligó a hacer la llamada.
*****
Una hora más tarde le estaba dando su nombre al sargento del mostrador de la comisaría Diecinueve, perfectamente consciente de que algunos polis se acordarían de su cara.
Lo hicieron pasar al despacho del capitán Shea y empezó el interrogatorio.
—¿Ha vuelto a tener problemas con su mujer desde la última vez, señor Wells?
—Absolutamente ninguno.
—¿Dónde estuvo el lunes entre las de la tarde?
—Dando un paseo.
—¿Pasó por su casa?
—Sí. ¿Por qué?
—¿Vio a su esposa?
—No; había salido.
—¿Entonces qué hizo?
—Volví a la oficina.
—¿Por casualidad estaba en la esquina de la calle Ochenta y uno Park a las cuatro y cuarto?
—No, estaba andando por la Quinta Avenida.
—¿Conocía a la difunta Hilda Johnson?
—¿A quién? —Hizo una pausa—. Espere un minuto. ¿No es la mujer que dijo que Carolyn no se había caído sino que había sido empujada? La vi por televisión. Aunque deduzco que nadie le hizo caso.
—Sí —respondió Shea en voz baja—. Es la mujer que insistió en que habían empujado a su esposa al paso de la camioneta. Hilda era una mujer muy cuidadosa, señor Wells. Jamás le habría abierto la Puerta del edificio ni de su apartamento a nadie, a menos que confiara en esa persona. —Tom Shea se inclinó sobre el escritorio añadió con tono de confidencia—: Señor Wells, yo conocía a Hilda. Era todo un personaje de este barrio. Estoy seguro de que le hubiera abierto las puertas de par en par al marido de la mujer a la que, según ella, habían empujado. Seguramente habría querido contarle, personalmente su versión de los hechos. Por casualidad, ¿no visitó anoche a Hilda Johnson?