Aunque Emily Chandler siguió siendo socia del Club de Campo Westchester después del divorcio, no iba muy a menudo por miedo a toparse con su sucesora, Binky. Pero como le encantaba el golf y Binky no era golfista, el único peligro era encontrársela en la sede del club. Como a Emily de vez en cuando le gustaba comer allí con amigos, había ideado un sistema para evitar situaciones desagradables: llamaba al máitre y preguntaba si el trofeo esposa tenía previsto aparecer. Si decía que no, entonces Emily reservaba una mesa. Así resultó aquel miércoles y, como consecuencia, quedó para almorzar con Nan Lake, una vieja amiga cuyo marido solía jugar al golf con Charles.
Emily se había vestido con especial cuidado para la comida. Siempre cabía la posibilidad de que Charles apareciera por allí. Ese día escogió un traje chaqueta de pantalón a cuadros azul y blanco, que sabía que combinaba con su pelo rubio ceniza. Mientras se vestía, se miró en el espejo y recordó cuántas veces la gente se había sorprendido de que fuera la madre de Dee. «¡Pero si parecéis hermanas!», solían exclamar, lo que la hacía sentirse orgullosa aunque supiera que exageraban.
Emily también sabía que ya era hora de dejar atrás el divorcio y retomar su vida. En muchas cosas había logrado superar la indignación y la amargura que había sentido al principio por lo que consideraba una traición de Charles. Incluso al cabo de cuatro años, aún se despertaba algunas noches y se quedaba tumbada sin dormir durante horas. Sin enfado pero con una infinita tristeza, recordaba que durante mucho tiempo Charles y ella habían sido felices de verdad.
Nos divertíamos, pensó mientras se preparaba para ir al club y ponía la alarma de la casa que había comprado tras la ruptura. Nos divertimos de verdad. Estábamos enamorados. Hicimos cosas juntos. Por el amor de Dios, ¿qué lo hizo cambiar de la noche a la mañana? ¿Por qué tiró por la borda nuestra vida en común?
La sensación de abandono era tan grande que Emily sabía que, aunque le resultara casi imposible reconocerlo, habría sido más fácil si su marido, en lugar de dejarla, hubiera muerto. Pero por muy duro de admitir que fuera, así era, y además sabía que Susan se lo imaginaba y lo comprendía.
No sabía lo que hubiera hecho sin Susan. La había apoyado desde el primer día, cuando Emily no se veía con fuerzas para continuar. Había sido un proceso largo, pero ahora se sentía capaz de seguir adelante sola.
Había seguido el consejo de su hija de hacer una lista de las actividades en las que siempre había querido participar, y después intentar ponerlas en práctica. Como consecuencia, ahora era voluntaria en un hospital y presidía la campaña anual de recaudación de fondos. El año anterior había participado activamente en la reelección del gobernador.
Otra de las actividades a las que se dedicaba pero que guardaba en secreto —ni siquiera se lo había contado a Susan—, quizá porque era lo más importante que había hecho en su vida, era trabajar como voluntaria con niños que padecían enfermedades crónicas. Era una experiencia gratificante y le ayudaba a ver las cosas en su justa medida. Le recordaba un proverbio: uno se compadece del hombre que no tiene zapatos hasta que conoce al que no tiene pies. Cuando volvía del hospital, se daba cuenta de todas las cosas que tenía para estar agradecida todos y cada uno de los días.
Llegó al club antes que Nan. Se sentía culpable desde el domingo, la fecha del cuadragésimo aniversario de su boda con Charley. Estaba deprimida y entregada a la autocompasión. Sabía que su ataque de llanto del sábado había fastidiado a Susan, y, para colmo, Dee lo había empeorado diciéndole que no sabía lo que significaba perder a alguien.
Susan sabe mucho más de lo que Dee quiere creer, se dijo. Cuando Charley y yo rompimos, Dee estaba en California con Jack, ocupada y feliz. Primero, Susan tuvo que superar la traición de Jack y después ocuparse de mí. Además, una vez Binky entró en escena, Charley ya no tenía tiempo para ella, y seguramente se habrá sentido dolida, porque siempre ha estado muy unida a su padre.
—¿Estás soñando despierta? —bromeó una voz.
—¡Nan! —Emily se levantó con un respingo y abrazó a su amiga—. Sí, creo que sí. —La miró con cariño—. Estás estupenda.
Era verdad. Nan, una morena delgada y de rostro fino, a los sesenta aún era una mujer bella.
—¡Y tú también! —Exclamó su amiga—. Tenemos que reconocer que nos conservamos.
—Y no estamos tan mal —coincidió Emily—. Una arruguita por aquí, un pliegue por allá. Envejecer bien y no demasiado rápido.
—Bueno, ¿me has echado de menos? —preguntó Nan, que había estado un mes en Florida con su madre enferma.
—Sabes que sí. He tenido unos días con altibajos —le confió Emily.
Decidieron olvidarse de las calorías y pidieron sendas copas de chardonnay para acompañar los bocadillos. Cuando llegó el vino, empezó el cotilleo en serio. Emily le contó lo triste que se había sentido el domingo.
—Lo que más me afectó fue que el trofeo hubiera organizado la fiesta el día de nuestro cuadragésimo aniversario y que Charley la dejase.
—Seguro que lo hizo a propósito, es típico de Binky. Tengo que confesarte que hasta yo estuve un ratito en la fiesta. Aunque no vi a Susan. Creo que ya se había marchado. Me parece que sólo pasó a saludar. —Algo en el tono de Nan denotaba preocupación, y Emily no tuvo que esperar para descubrir qué era—. A la larga seguramente no importará, pero Binky no soporta a Susan. Sabe que fue ella quien convenció a Charles de que se fuera de vacaciones solo para pensar las cosas tranquilamente cuando te dijo que quería separarse, Aunque Binky se ha quedado con él, no se lo perdona.
Emily asintió.
—Sin embargo, Dee le cae bien. Así que invitó a Alex Wright a la fiesta para presentárselo. Sólo que Dee no estaba allí cuando él llegó, así que terminó hablando con Susan y, por lo que me han dicho, parece muy interesado en ella. Lo que sin duda no era parte del plan original.
—¿Y eso qué significa?
—Significa que si por casualidad Susan tiene noticias de Alex y empiezan una relación, es importante que sepa que Binky hará lo que pueda para sabotearla. Le encanta enfrentar a la gente. Es una manipuladora por excelencia.
—¿Con enfrentar a la gente te refieres a Susan y Dee?
—Así es. Para que Binky esté tan furiosa, Alex Wright le habrá dicho bastante claro que le gustaba Susan. Porque, créeme, estaba furiosa. No conozco mucho a Alex. Por lo que sé no es muy aficionado a las fiestas. Pero sí sé que la Fundación de la Familia Wright, que él dirige, ha hecho mucho bien. Y mientras muchos hijos de grandes fortunas se convierten en playboys, él parece muy serio con las cosas importantes. Es el tipo de hombre del que me gustaría que se enamorara Susan, ya que no lo he logrado con Bobby.
Bobby era el hijo mayor de Nan. Susan y él eran amigos desde la infancia, pero nunca había habido nada entre ellos. Bobby ahora estaba casado, pero su madre aún seguía bromeando con que ella y Emily habían perdido la oportunidad de compartir nietos.
—Ojalá tanto Susan como Dee encuentren a alguien con quien ser felices —dijo Emily, incómoda porque sabía que si a Dee le interesaba Alex Wright, iría tras él incluso sin que Binky la pinchara. También era consciente de que Nan, sutil pero deliberadamente, lo había dado a entender. Su mensaje era que Susan debía tener en cuenta las maquinaciones de Binky y que había que decirle a Dee que dejara tranquilo a Alex.
—Y ahora te contaré un chisme que te va a interesar —dijo Nan acercándose a su amiga y echando un vistazo para cerciorarse de que el camarero no andaba cerca—. Charley y Dan ayer fueron a jugar al golf. ¡Charley está pensando en retirarse! Parece que el consejo de administración de Comidas Bannister quiere un director ejecutivo más joven y le han hecho insinuaciones con una buena oferta. Charley le dijo a Dan que preferiría irse por su cuenta a que lo obligaran a hacerlo. Pero hay un problema: cuando se lo comentó a Binky, ésta tuvo un ataque. Charles le contó a Dan que le dijo que vivir con un marido jubilado es como tener un piano en la cocina. Lo que se traduciría como «inútil y molesto». —Se apoyó contra el respaldo. Luego, levantando las cejas, añadió—: ¿Crees que hay problemas en el paraíso?