La tensión en el estudio de arquitectura Bemier, Pierce y Wells de la calle 58 Este era palpable, pensó Susan mientras esperaba en la recepción que una joven empleada informara a Justin Wells de su presencia. No se asombró cuando la chica le dijo:
—Doctora Susan, perdón, doctora Chandler, el señor Wells no la esperaba y me temo que no podrá recibirla.
Al darse cuenta de que la chica la conocía por el programa de radio, Susan decidió arriesgarse.
—El señor Wells llamó al productor de mi programa y le pidió una copia de la emisión del lunes de Pregúntale a la doctora Susan. Sólo quería dársela personalmente.
—Le dije que Carolyn, su esposa, la había llamado el lunes —respondió la chica con una sonrisa—. Siempre que puedo escucho su programa y, cuando llamó ella, lo estaba escuchando. Conozco muy bien su voz. Pero el señor Wells se molestó mucho cuando se lo dije, así que me callé la boca. Después su esposa tuvo un terrible accidente y él está muy alterado.
—Comprendo —dijo Susan, que ya tenía la grabadora preparada para reproducir la llamada del lunes de Karen. Sacó el aparato y lo puso sobre el escritorio de la recepcionista—. ¿Tendría la amabilidad de escuchar sólo un momento?
Mantuvo el volumen bajo mientras se oía la voz alterada de la mujer que había llamado al programa. La chica movía la cabeza excitada.
—Es Carolyn Wells, seguro —confirmó—. Y hasta lo que dice tiene sentido. Empecé a trabajar aquí más o menos en la época en que ella y el señor Wells se separaron. Lo recuerdo porque él estaba fatal. Después, cuando se reconcilió, cambió completamente. Era otra persona, alegre, feliz. Es evidente que está loco por ella. Ahora, desde el accidente, otra vez está fatal. Oí que le contaba a uno de sus socios que el médico le había dicho que era probable que su mujer siguiera en el mismo estado durante un tiempo.
De pronto se abrió la puerta y entraron dos hombres. Miraron a Susan con curiosidad mientras cruzaban la recepción. La recepcionista se puso nerviosa.
—Doctora Susan, será mejor que no siga hablando con usted. Son mis otros dos jefes y no quiero tener problemas. Si el señor Wells sale y nos ve hablando se enfadará conmigo.
—Comprendo —dijo Susan y guardó la grabadora. Sus sospechas quedaban confirmadas; ahora tenía que pensar por dónde continuar—. Una última cosa. Los Wells tienen una amiga llamada Pamela. ¿La conoce?
La chica frunció el entrecejo y de pronto se le iluminó la cara.
—Ah, sí, se refiere a la doctora Pamela Hastings. Es profesora en Columbia. Es muy amiga de la señora Wells. Sé que ha estado con el señor Wells en el hospital.
Susan ya sabía todo lo que necesitaba.
—Gracias.
—Me gusta mucho su programa, doctora Susan.
—Es muy amable de su parte —respondió ésta con una sonrisa. Le dijo adiós con la mano y salió al pasillo. Allí mismo sacó el teléfono móvil y marcó el número de información.
—Por favor, el teléfono de la oficina de personal de la Universidad de Columbia —pidió.