Tiffany no durmió bien. Estaba demasiado excitada con la idea de mandarle un mensaje a su exnovio a través del programa Pregúntale a la doctora Susan. El miércoles a las ocho de la mañana, se incorporó en la cama y ensayó la llamada que haría:
—Doctora Susan, echo mucho de menos a mi novio Matt, por eso fui tan grosera ayer cuando hablé del anillo. Pero he estado pensando y… lo siento, no se lo puedo mandar. La verdad es que me gusta porque me recuerda a Matt.
Esperaba que la doctora no se enfadara.
Apoyó la cabeza en la palma y miró con nostalgia el anillo de turquesas que tenía puesto en el anular. Suspiró. Pensándolo bien, no le había dado ninguna suerte. Matt, nada más regalárselo, se preocupó de lo que ella podía interpretar de la frase «Por siempre mía». Empezaron una pelea que un par de días más tarde desembocó en ruptura.
Me burlé de él, recordó Tiffany, pero la verdad es que nos lo pasábamos bien. A lo mejor se acuerda de eso y, si se entera de que lo he mencionado en el programa, quiere volver conmigo.
Pensó otra vez en qué le diría a la doctora.
—Doctora Susan, quiero disculparme por lo que dije ayer y explicarle por qué no puedo mandarle el anillo. Mi exnovio Matt me lo regaló como recuerdo de un bonito día que pasamos en Manhattan. Almorzamos juntos en un restaurante japonés. —Tuvo un escalofrío al recordar el pescado crudo que se había comido él; ella había insistido en que el suyo lo cocinaran—. Después fuimos a ver una película francesa muy bonita…
Un bodrio, pensó Tiffany recordando que había tratado de estarse quieta en el asiento durante interminables escenas en que los actores no hacían nada y, cuando al fin decían algo, no podía mirarlos porque estaba ocupada tratando de leer los estúpidos subtítulos. Pero Matt, en el cine, la había cogido de la mano y le había dicho al oído: «Es buenísima, ¿verdad?».
—En fin, doctora Susan, puede que el anillo sea un pequeño presente, pero me recuerda los buenos momentos que pasamos Matt y yo no sólo ese día.
Tiffany se levantó y se puso a hacer de mala gana unos abdominales. Era algo que no podía descuidar. El año anterior había aumentado un par de kilos y quería quitárselos de encima en caso de que Matt la llamara para salir.
Cuando terminó lo que le parecieron cien abdominales ya había pulido mentalmente el discurso que le haría a la doctora. Mencionaría que trabajaba de camarera en el Grotto de Yonkers. A Tony Sepeddi, su jefe, le encantaría.
Y si Matt se entera de que voy a conservar el anillo porque lo considero un bonito presente de nuestra relación y piensa en los buenos momentos que pasamos juntos, seguro que querrá que lo intentemos de nuevo, pensó alegremente. Como siempre le decía su madre: «Tiffany, síguelos y huyen. Huye y te seguirán».