Jane Clausen llamó a Susan poco antes de las cuatro para decirle que no podía acudir a la cita.
—Me temo que debo descansar —se disculpó.
—No tiene usted muy buena voz, señora Clausen —le dijo Susan—. Tendría que ver al médico.
—No, una hora de siesta obra maravillas. Sólo lamento no poder hablar con usted hoy.
Susan le preguntó si quería pasar más tarde.
—Me quedaré en la consulta un buen rato. Tengo que ponerme al día con un montón de papeleo.
A las seis de la tarde, cuando Jane Clausen llegó, Susan aún estaba en la consulta. La palidez de la mujer confirmaba las sospechas de que estaba gravemente enferma. Susan pensó que lo mejor que podía pasarle era saber la verdad sobre la desaparición de Regina.
—Doctora Chandler —empezó la señora Clausen con cierta vacilación.
—Llámeme Susan, por favor. Doctora Chandler es demasiado formal —le dijo con una sonrisa.
Jane Clausen asintió.
—Cuesta romper viejos hábitos. Mi madre siempre llamó a nuestra vecina, que era íntima amiga suya, señora Crabtree. Creo que heredé buena parte de su reserva, y quizá Regina también. Era bastante reticente en términos sociales. —Bajó la vista y luego miró a Susan a los ojos—. Ayer conoció a Douglas Layton, mi abogado. ¿Qué le pareció?
La pregunta sorprendió a Susan. Se supone que la que hace aquí las preguntas soy yo, pensó con ironía.
—Parecía nervioso —respondió sin tapujos. Había decidido ser directa.
—¿Y le sorprendió que no se quedara conmigo?
—Sí.
—¿Por qué?
Susan no tuvo que pensar la respuesta.
—Porque cabía la posibilidad de que estuviera a punto de conocer a una mujer que podía arrojar luz sobre la desaparición de su hija… o incluso describir al hombre que quizá tuviera algo que ver con esa desaparición. Podía ser un momento muy importante para usted. Esperaba que se quedara a apoyarla.
Jane Clausen asintió.
—Exactamente, Susan. Douglas Layton siempre me ha dicho que no llegó a conocer a mi hija. Pero, por algo que ha dicho esta mañana, creo que sí la conoció.
—¿Y por qué iba a mentirle? —preguntó Susan.
—No lo sé. Hoy he hecho ciertas indagaciones. Los Layton de Filadelfia son efectivamente sus primos segundos, pero dicen que apenas se acuerdan de él. Él, por su parte, me ha hablado largo y tendido de ellos. Resulta que su padre, Ambrose Layton, era un inútil que acabó con la herencia en unos pocos años y luego desapareció. —Jane Clausen hablaba despacio, concentrada—. Douglas, por mérito propio, consiguió becas para la Universidad de Stanford y después para la facultad de derecho de Columbia. Es obvio que se trata de un hombre muy inteligente. En su primer trabajo, en Kane y Ross, tenía que viajar mucho, posee gran talento para los idiomas, que es una de las razones que le permitieron ascender rápidamente cuando empezó en el bufete de Hubert March. Ahora está en la junta directiva de nuestra fundación.
Intenta ser justa, pensó Susan, pero no está sólo preocupada… creo que tiene miedo.
—La cuestión, Susan, es que Douglas me hizo creer que tenía mucho contacto con sus primos. Pensándolo bien, me lo dijo después de que yo le comentara que hacía mucho que no sabía nada de ellos. Hoy, cuando hablaba con usted, me di cuenta de que me escuchaba a escondidas. La puerta estaba entreabierta y vi su imagen reflejada en el cristal de la vitrina. Me asusté. ¿Por qué haría algo así? ¿Por qué razón merodeaba por mi despacho?
—¿Se lo ha preguntado?
—No. Tuve un ligero mareo y no me sentía con fuerzas de enfrentarme a él. No quiero que se ponga en guardia. Voy a ordenar que se haga una auditoría a una subvención de la que hablamos en la reunión de hoy, un orfanato de Guatemala. Doug tiene que ir allí la semana que viene y presentar un informe en la próxima reunión de la junta directiva. Hice preguntas sobre las sumas que estábamos dando, y él farfulló que Regina le había dicho que era una de sus obras benéficas favoritas. Lo dijo como si ambos lo hubieran discutido con detalle.
—Sin embargo, afirma que no la conoció.
—Sí. Susan, necesitaba hablar de esto con usted porque de pronto se me ocurrió una posible razón para que Douglas Layton se marchara ayer de esta oficina.
Susan sabía lo que iba a decirle: que Douglas Layton tenía miedo de encontrarse cara a cara con Karen.
La señora Clausen se marchó al cabo de unos minutos.
—Creo que mañana a primera hora mi médico querrá que ingrese unos días en el hospital —le dijo en el momento de salir—, pero antes quería explicarle todo esto. Sé que hace tiempo trabajó en la fiscalía. A decir verdad, no sé si he venido a pedir orientación a una psicóloga o a preguntarle a una antigua funcionaria judicial cómo proceder para abrir una investigación.