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Debo volver a los mares…

La cadencia de las palabras era como un golpeteo rítmico en su cabeza. Se imaginaba en el muelle, enseñando el billete a un amable miembro de la tripulación para cruzar la pasarela mientras lo recibían con un «¡Bienvenido a bordo, señor!» y lo acompañaban hasta su camarote.

Sólo viajaba en las mejores plazas, primera clase con cubierta privada. Las suites de lujo no servían, eran demasiado llamativas. Sólo le interesaba dar la impresión de un gusto impecable, fortuna, el tipo de reserva que sólo da la alcurnia.

Por supuesto que le resultaba fácil. Tras rechazar con amabilidad las primeras muestras de curiosidad, los compañeros de viaje respetaban su intimidad, quizás incluso admiraban su discreción, y se volcaban hacia sujetos más interesantes.

Una vez establecida su presencia, tenía absoluta libertad para merodear y escoger a su presa.

Había hecho el primer viaje de ese tipo hacía cuatro años. Ahora ya casi había llegado al final del trayecto. Sólo le faltaba uno; había llegado la hora de encontrar a la víctima. Había varios barcos apropiados que zarpaban hacia el lugar donde debía morir la última dama solitaria. Ya había decidido qué identidad asumiría: la de un rentista criado en Bélgica, hijo de madre americana y de diplomático inglés. Tenía una peluca nueva de pelo entrecano, parte de un disfraz tan perfecto que de alguna forma creaba la ilusión óptica qué alteraba la forma de su cara.

Estaba impaciente por empezar a vivir su nuevo papel, por encontrar a esa mujer, por dejar que su destino se uniera al de Regina, cuyo cuerpo, ayudado por el lastre de unas piedras, yacía en las turbulentas aguas de la bahía de Kowloon; por dejar que su historia se confundiera con la de Verónica, cuyos huesos se descomponían en el Valle de los Reyes; con Constance, la sustituta de Carolyn, en Argelia; con Mónica en Londres… con todas sus hermanas de muerte.

Debo volver a los mares, pensó. Pero antes tenía que resolver algunas cosas. Esa mañana, mientras oía de nuevo el programa de la doctora Susan, había decidido eliminar de inmediato una de las plumas al viento.