Era una de esas doradas mañanas de octubre que a veces siguen a un día especialmente frío. El aire estaba fresco y todo parecía brillar. Donald Richards decidió disfrutar de la mañana e ir a pie desde la calle Ochenta y ocho y Central Park Oeste hasta el estudio de la WOR en la Cuarenta y uno y Broadway.
Esa mañana ya había visitado a un paciente, Greg Crane, un chico de quince años al que habían pillado entrando en casa de un vecino. Cuando la policía lo interrogó, reconoció haber destrozado otras casas de la pretenciosa urbanización Westchester, en Scarsdale, donde vivía.
Es un chico que tiene de todo, pero roba y destroza los bienes ajenos aparentemente sólo por la emoción que le produce hacerlo, pensó Richards mientras caminaba a paso rápido por la acera adyacente al parque. Arrugó la frente ante la idea de que Crane empezaba a tener las características de esas personas que nacen sin conciencia del bien y el mal.
La culpa no parecía de los padres, pensó mientras saludaba distraído a un vecino que hacía footing. Al menos todo lo que sabía de ellos y lo que había observado indicaba que eran buenos y cariñosos.
Recordó de nuevo la sesión de la mañana. Algunos chicos que empiezan a mostrar una conducta antisocial durante la adolescencia pueden corregirse, pensó, pero otros no. Lo único que espero es que lo hayamos cogido a tiempo.
Después comenzó a pensar en Susan Chandler. Había sido fiscal en el tribunal de menores; sería interesante conocer su opinión sobre un chico como Crane. En realidad sería interesante conocer su opinión sobre muchas cosas, decidió Richards mientras daba un rodeo por Columbus Circle.
*****
Llegó veinte minutos antes del programa y la recepcionista le dijo que la doctora Chandler estaba en camino, que podía esperarla en la sala verde. En el pasillo se encontró con Jed Geany, el productor.
Geany lo saludó deprisa e iba a seguir andando, pero Richards lo detuvo.
—Me gustaría pedirle una grabación del programa de ayer para mis archivos —dijo—. Si hay que pagarla no hay problema. ¿Es posible también una cinta del de hoy?
Geany se encogió de hombros.
—Por supuesto. En realidad, estaba a punto de hacer una copia del programa de ayer para un hombre que llamó por teléfono. Dijo que la quería para su madre. No se preocupe, también le haré una a usted.
Richards lo acompañó hasta la cabina de sonido.
—Se notaba que el hombre se sentía como un idiota por pedir algo así —continuó Geany—, pero me explicó que su madre nunca se pierde a Susan. —Levantó el sobre que ya tenía preparado y señaló la dirección—. No sé de qué me suena el nombre. Me he devanado los sesos tratando de recordar dónde lo he oído.
Donald Richards no respondió y disimuló su asombro lo mejor que pudo.
—¿Puede hacer dos copias al mismo tiempo?
—Claro.
Mientras veía los carretes girar, Donald Richards se acordó de la visita de Justin Wells. Había sido una sesión de exploración rutinaria, pero el paciente no había vuelto más.
Richards recordó que había llamado a Wells para recomendarle que se pusiera urgentemente en tratamiento, con otro profesional, porque necesitaba ayuda, mucha ayuda.
Después de haber hecho lo que le correspondía, se sintió aliviado. La verdad era que por motivos muy personales prefería no tener contacto con Justin Wells.