El viernes, fue un golpe de suerte tener la radio del coche puesta en esa emisora; de lo contrario jamás habría oído el anuncio. El tráfico iba muy lento, casi no avanzaba, y él apenas escuchaba. Pero en cuanto mencionaron el nombre de Regina Clausen, subió el volumen y prestó atención.
No había nada de que preocuparse, por supuesto, se tranquilizó. Después de todo, Regina había sido muy fácil, la más ansiosa en acceder y aceptar sus planes, la más interesada en que los demás no tuvieran el menor indicio de la aventura que mantenían en el barco. Y él, como siempre, había tomado muchas precauciones. Ahora, lunes por la mañana, al oír el segundo anuncio, ya no estaba tan seguro. La próxima vez sería especialmente cuidadoso. Y la próxima sería la última. La elegiría la semana siguiente, y cuando fuera suya, habría cumplido su misión y estaría en paz.
Claro que no había cometido errores. Era su misión y nadie iba a detenerlo. Volvió a oír el anuncio, enfadado, y la voz cálida de la doctora Susan Chandler: «Regina Clausen era una prestigiosa asesora de inversiones. Pero además era una hija, una amiga y una benefactora muy generosa de muchas obras de caridad. En el programa de hoy hablaremos de su desaparición. Nos gustaría resolver el misterio. Quizás alguno de ustedes tenga la pieza que falta del rompecabezas».
Apagó la radio de un manotazo.
—Doctora Susan —dijo en voz alta—, apártate de esto y rápido. No es asunto tuyo. Te lo advierto, y si tengo que ocuparme de ti, tienes los días contados.