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Cuando Susan pasó por la oficina de Nedda a las seis, se la encontró a punto de cerrar el despacho.

—Por hoy ya hemos tenido bastante tormento —anunció secamente—. ¿Qué tal una copa de vino?

—Me parece una idea estupenda. Voy a buscarlo.

Susan se dirigió a la pequeña cocina, abrió la nevera y sacó una botella. Mientras miraba la etiqueta un recuerdo le pasó por la mente. Ella tenía cinco años y correteaba detrás de sus padres en la tienda de vinos y licores. Su padre escogió una botella de vino del estante.

—¿Éste te parece bien, querida? —preguntó mientras se lo enseñaba a su madre.

—Charley, de verdad empiezas a entender —sonrió la madre con indulgencia mientras leía la etiqueta—. Es un vino excelente.

Mamá tiene razón, pensó Susan al recordar el estallido que su madre había tenido el sábado. Le enseñó a papá todas las reglas sociales: desde cómo vestirse hasta qué tenedor usar en una cena. Lo animó a que dejara la tienda de comidas del abuelo y abriera una propia. Le enseñó a tener la seguridad en sí mismo necesaria para triunfar, y va y le quita la suya.

Abrió la botella, sirvió dos copas de vino, puso unas galletas en un plato y regresó al despacho de Nedda.

—Es la hora del cóctel —anunció—. Cierra los ojos y haz como si estuvieras en Le Cirque.

Nedda la miró a los ojos.

—Mira, la psicóloga eres tú, pero si quieres una opinión no profesional, pareces bastante deprimida.

Susan asintió.

—Sí, así es. La visita a mis padres de este fin de semana todavía me afecta, y hoy ha sido un día muy ajetreado.

Le contó a Nedda lo de la llamada de Douglas Layton enfadado, lo de la mujer que se había identificado como Karen en el programa y lo de la visita de Jane Clausen.

—Me ha dejado el anillo. Me dijo que lo guardara por si aparecía Karen. Tengo la sensación de que Jane Clausen no está bien. —¿Crees que volverás a saber algo de Karen?

Susan meneó la cabeza.

—No lo sé.

—Me sorprende que Doug Layton te haya llamado esta mañana. Cuando hablé con él, no me pareció molesto por lo del programa.

—Pues parece que cambió de idea —dijo Susan—. Vino a la consulta con la señora Clausen pero no se quedó. Dijo que tenía una cita impostergable.

—Yo de él la habría cancelado —dijo Nedda categórica—. Sé, por casualidad, que Jane lo nombró administrador de los fondos de la familia. Me pregunto qué cita podía ser tan importante como para dejarla sola, especialmente sabiendo que Jane quizá estaba a punto de conocer a alguien que podía describir al responsable de la desaparición de su hija, o incluso a su asesino.