Dee llegó a Costa Rica el lunes por la mañana y fue del aeropuerto al puerto, donde el Valerie acababa de atracar.
El lunes por la tarde se sumó sin ningún entusiasmo a la visita guiada que había contratado. Al decidir impulsivamente efectuar aquel crucero, le había parecido una gran idea. «La gran escapada», lo había llamado su padre. Ahora no estaba tan segura. Además, ahora que estaba allí, no lograba discernir de qué había escapado.
Regresó al Valerie manchada de barro a causa de un chaparrón que los había sorprendido en la jungla y lamentando no haber cancelado el viaje. Sí, su camarote de la cubierta superior era bonito e incluso tenía terraza privada, y saltaba a la vista que el resto del pasaje era bastante agradable. Aun así, estaba inquieta, casi angustiada, tenía la impresión de que aquél no era el mejor momento para ausentarse de Nueva York.
La siguiente escala del crucero estaba prevista para el día siguiente, en las islas San Blas de Panamá. El barco atracaría a mediodía. Quizá podría tomar un avión y regresar a Nueva York. Siempre podía dar el pretexto de que no se encontraba bien. Cuando llegó a la cubierta superior, Dee había decidido definitivamente tratar de volver a casa al día siguiente. Tenía un montón de asuntos que atender en Nueva York. Al salir del ascensor para dirigirse a su camarote, la detuvo una camarera.
—Acaba de llegar un ramo de flores precioso para usted —dijo—. Lo he puesto en el tocador.
Olvidando que estaba mojada y llena de barro, Dee corrió a su camarote, donde encontró un jarrón con dos docenas de rosas amarillo pálido. Le faltó tiempo para leer la tarjeta. La firmaba: «Adivina quién».
Dee atesoró la tarjeta entre las manos. No le era preciso adivinar. Sabía quién se las había enviado.
Durante la cena del sábado, cuando cambió de sitio con Susan, Alex Wright le había dicho: «Me alegra que Susan haya propuesto este cambio de asientos. No soporto ver a una mujer bonita sola. Supongo que me parezco más a mi padre de lo que pensaba. Mi madrastra era muy guapa, como tú, y también era una viuda solitaria cuando mi padre la conoció durante un crucero. Puso fin a su soledad casándose con ella».
Dee recordó que había bromeado diciendo que le parecía un tanto radical casarse con alguien sólo para poner remedio a la soledad, y Alex le tomó la mano y le dijo: «Tal vez, pero no tan radical como otras soluciones».
Vuelve a pasar lo mismo que con Jack, pensó mientras inspiraba el aroma de las rosas. No pretendía herir a Susan entonces, y sin duda tampoco quiero hacerlo ahora. Pero no creo que esté realmente interesada en Alex. Apenas lo conoce. Estoy segura de que lo comprenderá.
Dee se duchó, se lavó el pelo y se vistió para cenar, imaginando lo divertido que resultaría que en lugar de haberse ido a Rusia, Alex Wright fuera pasajero del mismo barco que ella.