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25 de abril de 1969

El viernes 25 de abril de 1969, el cartero entregó una carta que hacía mucho tiempo que se esperaba en el número 22 de Sunnyhill Road. Iba dirigida al señor Edward Trencom y llevaba matasellos de Salónica, Grecia. Edward la recogió del felpudo con gran emoción y notó que le temblaban las manos. Ya está, pensó. Ahora sí que sí. Tras comprobar que Elizabeth seguía atareada en la cocina, se llevó la carta al cuarto de estar y dejó el resto del correo en el felpudo.

—¿Algo interesante? —preguntó Elizabeth alzando la voz—. ¿Hay algo para mí?

—Nada del otro mundo —contestó Edward—. Enseguida te lo llevo.

Abrió la carta con tanta prisa que rasgó el sobre por un lado. Debe de ser de Papadrianos, pensó. Solo puede ser de él. Mientras desdoblaba el papel, se dio cuenta de que, en efecto, era de Andreas Papadrianos.

Aunque su contenido no era exactamente lo que lo habían inducido a esperar, le sorprendió tanto recibir al fin la carta que se le cayó dos veces al suelo. Y cuando la recogió por segunda vez, notó que le temblaban las manos tan incontrolablemente que no podía mantener quieto el papel.

«Tomará un avión con destino a Atenas el 10 de mayo», decía la carta. «Después tomará el vuelo AH240 a Salónica. Allí irán a buscarlo para llevarlo a la cita. Entonces todo le será revelado».

Edward sacó los billetes del sobre y les echó un vistazo.

—Lo han preparado todo —murmuró—. Y ahora tengo que ir. Tengo que ir. Por fin puedo resolverlo todo.

—¿No había ninguna factura? —preguntó Elizabeth desde la cocina—. Dijeron que volverían a mandar la factura de la luz.

—¿Mmm? —dijo Edward—. No hay facturas, cariño. Enseguida te llevo el correo.

—Y estaba esperando ese catálogo —añadió ella—. El nuevo de punto de cruz.

—¡Ajá! —dijo Edward, que estaba tan enfrascado en sus pensamientos que aunque oía que Elizabeth le hablaba, no se enteraba de nada. Leyó la carta una segunda vez, y una tercera, como si quisiera comprobar que sus ojos no estaban mandando mensajes falsos a su cerebro. Y luego, con una sonrisa preocupada, dobló la carta en dos y se la guardó en el bolsillo interior de la chaqueta.