El lobo

«Quien apela a las leyes sujeta un lobo por las orejas», escribió Robert Burton. De modo que ahí estaba yo, aquí estoy, el típico mestizo con un lobo sujeto por las orejas. Una de las ventajas que tengo para sujetar al animal es que me crié repartiendo mi tiempo entre la familia de mi madre en la reserva y la casa grande de Pluto. Por ello, en muchos de los casos que atiendo sé un poco de ambas partes. Mi padre construyó nuestra casa en un terreno que había heredado de Joseph Coutts, cuyos mojones intentó descubrir y robar la compañía de ferrocarril cuando llegó, dio nombre y trazó el mapa del pueblo. Aquello sucedió varios años después de la terrible experiencia de la fiebre de la ciudad. Para entonces, Joseph Coutts ya era su propio abogado. Su primer caso importante consistió en recuperar sus tierras, beneficiando así a los Buckendorf y a cualquier miembro de la expedición original que quisiera ganarse la vida cerca de Pluto. Algunos regresaron, atraídos por el lugar donde habían vivido su experiencia más difícil quizá, o donde, como en el caso de Bull, habían vislumbrado la verdad de las cosas latiendo en las pálidas hojas que flotaban sobre ellos.

English Bill volvió por un breve periodo para abrir un saloon, pero su perra terrier voló por los aires durante una pelea de póquer y nunca recuperó del todo su vitalidad. El alcohol de Bill era tan increíblemente malo como su comida. No sé en qué probó su talento después. En cuanto a los Buckendorf, se quedaron allí tres de los cuatro hermanos y, por supuesto, tomaron parte en el linchamiento del benjamín de los Peace, cuyos hermanos mayores habían salvado sus vidas en más de una ocasión.

Una vez que mi abuelo recuperó sus tierras, le pidieron que se mudara a Pluto y abriera un despacho en lo que se consideró, después de que los responsables del linchamiento se salieran con la suya, un pueblo todavía no apto para formar parte del nuevo y civilizado estado de Dakota del Norte. Y eso hizo. Mi padre también estudió Derecho y, como ambos desposaron a mujeres chippewas, nos convertimos en una familia de abogados y a la vez miembros de la tribu, una mezcla inusual en aquellos tiempos, pero cada vez más útil cuando empezaban a ponerse de manifiesto la ley tribal y las complicaciones por el enfrentamiento entre las jurisdicciones federales y las del Estado.

Al observar ahora el pueblo, que va menguando sin piedad, me parece extraño que se perdieran vidas en su fundación. Ocurre lo mismo en todas las empresas a la desesperada que implican fronteras que establecemos sobre la tierra. Al trazar una línea y defenderla, creemos que hemos logrado dominar algo. ¿El qué? La tierra engulle y absorbe incluso a aquellos que consiguen vertebrar un país o una reserva. (Sin embargo hay algo en el amor y conocimiento de la tierra y su relación con los sueños; eso es algo que nuestros ancestros tenían. Por eso existimos como tribu a día de hoy). Mi trabajo consiste en mantener la vigencia de la ley tribal en las tierras tribales, pero mientras lo hago, recuerdo la frase de mi abuelo para referirse a la enfermedad de la tierra, «la fiebre de la ciudad», y cómo estuvo a punto de morir de codicia, su peor síntoma.

He intentado mantener en secreto algunos capítulos sobre mi vida en Pluto: mi largo fracaso amoroso, por ejemplo, con una mujer que destrozó mi casa, unas pocas escapadas juveniles (disculpables en su mayoría) y un deplorable error verbal que me llevó a dedicar un prolongado periodo de tiempo a cavar tumbas en el cementerio del pueblo, un lugar por el que aún siento cariño. Pero en uno de mis primeros casos legales defendí al culpable de un delito que se había cometido en Pluto. El caso también derivó en Corwin Peace. John Wildstrand había sido el culpable; era asimismo el padre de Corwin. Su historia se entrelazaba con el resto de la familia de manera muy compleja, toda vez que su abuelo también había engendrado a la esposa de Mooshum, pero ya es suficiente. No hay nada de lo que sucede, nada, que no esté relacionado aquí por la sangre.

Descubro un sinfín de configuraciones sociales interesantes en la tendencia de los Wildstrand a los excesos sexuales, o a los «encuentros románticos inmortales», como los llama Evelina, la sobrina de Geraldine, cuando escucha las historias que cuenta Seraph Milk. Pero, claro, en toda la reserva abundan los conflictos pasionales. Parece que no somos capaces de mantener las manos quietas, es cierto, y cada intento por frenar nuestra lujuria, mediante leyes y dictados religiosos, parece destinado, al contrario, a estimular la transgresión.

Sea como sea, la historia completa del caso, que se tornó un tanto escabroso con sus interminables repercusiones y fue recreado con fotografías y morbosos detalles en los periódicos de Fargo e incluso Minneapolis, dio origen a una cadena de acontecimientos que derivó en un movimiento religioso repleto de dramas secretos e hipocresías y que acabó al final bastante bien, considerando que podría decirse que todo había empezado años atrás cuando Billy, el tío de Corwin, decidió defender el honor de su hermana con un fusil que se encasquilló.

Yo defendí a John Wildstrand, padre de Corwin, después de que la ley lo alcanzara en un hipódromo de Florida. Sucedió muchos años después del delito. Fue un caso desastroso y frustrante, porque Wildstrand era una caja de sorpresas. No paró de levantarse de su asiento durante el juicio y espetaba a voz en grito disparates incriminatorios. Era incapaz de controlarse. Vacilé entre alegar enajenación mental o simplemente amordazarle, pero al final opté por lo que él parecía buscar en el fondo: una condena. Más tarde descubrí que siempre había deseado alguna forma de contención o protección que le impidiera hacerse daño a sí mismo. Por supuesto, durante las entrevistas, me lo contó todo. Me contó demasiado. Me contó cosas de sí mismo que nunca podré olvidar.

Neve Harp, la ultrajada esposa de Wildstrand a la que todavía veo de vez en cuando al visitar a mi madre en la residencia de ancianos de Pluto, me odia por haber defendido al hombre que ofendió tanto su matrimonio. Neve no vive allí, tan sólo acude a la residencia para recopilar testimonios para su boletín histórico. Me mira fijamente y luego aparta la mirada antes de que consiga alcanzar sus ojos; después me echa un rápido vistazo. No puede contenerse. Es como si se preguntara qué sé yo de ella, gracias a él. Intuye que poseo cierto grado de información privada y a la vez se siente molesta y curiosa acerca de lo que yo conozco de la vida de su antiguo marido. A pesar de todo, no creo que Neve dejara de amar realmente a John Wildstrand, y tengo entendido que durante muchos años fue la única persona que iba a visitarle a la cárcel.

Francis Bacon, contemporáneo de Burton, creía que sólo mediante la justicia el hombre podía ser un dios para el hombre y no un lobo. Pero ¿cuál es la diferencia entre la influencia del instinto en un lobo y de la historia en el hombre? En ambos casos, la justicia es presa de sueños ignotos. Y además, había una mujer.