28
Nihal
DESAYUNARON en silencio, y a continuación Sennar se dedicó a sus tareas cotidianas, moviéndose por la casa como si sus huéspedes no estuvieran presentes.
Cuando el hombre por fin hubo acabado, se sentó frente a los dos jóvenes.
—¿Por dónde queréis que empiece?
—Por ella —dijo Lonerin sin pensarlo.
Al instante, Dubhe apoyó una mano en su brazo.
—Lo mío puede esperar. El verdadero motivo por el que estamos aquí es la resurrección de Aster. Empecemos por ahí.
Estaba muy guapa, con aquel brillo de determinación en los ojos, y Lonerin sintió una torturante punzada de deseo. Se volvió hacia Sennar y trató de concentrarse en la misión.
Él se apoyó un momento en el respaldo de la silla, y a continuación se puso en pie y cogió un par de libros. Eran unos gruesos volúmenes encuadernados en negro —fórmulas prohibidas, sin duda— y los sostenía con esfuerzo. Dubhe hizo el amago de ayudarlo.
—No soy tan viejo y débil como crees —le espetó, pero ella no le hizo ni caso. Se limitó a cogerle uno de los libros, lo dejó sobre la mesa y volvió a sentarse.
Sennar hizo lo mismo con el otro. Parecía algo cohibido. Ya debía de estar arrepintiéndose de su arrebato de ira.
—Así pues, Dubhe, explícame exactamente cómo era el rostro que viste. Descríbeme con detalle toda la escena. Un detalle que a ti a lo mejor te parece irrelevante podría resultar fundamental. De modo que no te dejes nada.
Ella obedeció, y habló tal como ya hiciera ante el Consejo. Describió la escena de pesadilla que había presenciado en las entrañas de la Casa.
Sennar lo escuchó todo con gran interés, sin perder detalle, pero Lonerin observó que sus manos temblaban ligeramente. Le hizo varias preguntas a Dubhe acerca de la situación y la naturaleza de algunos de los símbolos que había visto en la sala, sobre el color de la esfera, sobre su confinamiento y algunos temas más. Ella parecía acordarse perfectamente de todo.
Cuando hubo terminado, el anciano mago se apoyó de nuevo en el respaldo de la silla, como si estuviera mortalmente cansado.
—La magia invocatoria empleada por Yeshol es muy antigua, de origen élfico. Aster la conocía, la he hallado en alguno de sus escritos, y, según se cree, el Enemigo del Gran Desierto contra el que lucharon los elfos llegó al Mundo Emergido precisamente a causa de un ritual para invocar a los muertos que salió mal.
Lonerin redobló su atención.
—¿Es como aquel encantamiento que permite invocar a los difuntos y enviarlos a combatir?
Sennar sacudió la cabeza.
—Esa fórmula sólo invoca la imagen de los muertos, no su alma. De hecho, cuando Aster los resucitó durante la Batalla de los Espíritus, nosotros luchamos contra espíritus carentes de alma y de voluntad. Pero en este caso es distinto. Esta magia permite recuperar el espíritu de un difunto, su esencia. Fue lo que Dubhe vio en la ampolla, el espíritu de Aster. Ahora bien, la fórmula de invocación requiere un contenedor. Puede utilizarse el propio cuerpo del difunto, en caso de que la muerte haya sido reciente, o, por el contrario, el cuerpo de cualquier conejillo de Indias. En nuestro caso… mi hijo.
Sennar se interrumpió un momento, pero retomó el hilo de la conversación inmediatamente. Parecía haber recobrado el vigor al hablar de magia aunque, con todo, se le veía coartado, vacilante, y su voz temblaba imperceptiblemente.
—Mientras no se disponga del cuerpo, el espíritu no podrá regresar realmente a la Tierra. Lo que sucede es que el espíritu se halla en estado de suspensión, y permanece en nuestro mundo hasta que alguien lo libera.
Lonerin asintió.
—Entonces ¿qué puede hacerse?
—Hay que arriesgar la propia vida. Es necesario utilizar un catalizador muy potente en cuyo interior el mago insufla su propio espíritu. Ello permite atraer el alma del difunto y atraparla en el mismo catalizador. A través del sortilegio propiamente dicho, el mago libera del catalizador el alma del espíritu y la reenvía al mundo de los muertos, tras lo cual ya puede retornar su propio espíritu a su cuerpo.
Lonerin sintió un gélido escalofrío descendiendo por su espalda. Era un ritual complejo, más que cualquiera de los que había estudiado o conocía.
—No te negaré que la operación es muy complicada, y que las posibilidades de éxito son escasas. Pueden salir mal mil cosas, y no hay que olvidar que el ritual absorbe una gran cantidad de energía. Una vez se ha liberado el alma del difunto, ya apenas quedan fuerzas, cuando en realidad sólo se ha realizado la mitad del trabajo. Si no dosifica bien la fuerza mágica, el mago acaba demasiado agotado para poder volver atrás.
Lonerin pensó que sin duda se trataba de una empresa abrumadora.
—¿Y de qué clase de catalizador estamos hablando?
—Sólo hay uno que pueda soportar energías tan intensas: el talismán del poder.
Lo conocía muy bien. Era el poderoso artefacto élfico que Nihal había utilizado para derrotar al Tirano: estaba formado por ocho piedras, ocultas en otros tantos santuarios; podía absorber cualquier poder mágico del Mundo Emergido.
—Pero… ¿no fue destruido con la muerte de Nihal?
Dubhe lo miró intrigada, pero él le indicó mediante una seña que no hiciera preguntas.
—Nihal destruyó sólo una piedra, y eso bastó para que su alma se dispersase, pero no para que el talismán perdiera sus propiedades. Ten en cuenta que los dos espíritus han de permanecer poco tiempo en el catalizador. Bien mirado, la rotura de una piedra facilita la tarea del mago a la hora de volver atrás.
Lonerin asintió. Trataba de infundirse valor, pero aquel ritual lo aterrorizaba.
—El problema es más bien otro. Cuando Tarik se marchó, se lo llevó consigo. Ahora lo tiene él.
Lonerin se encogió de hombros.
—A estas alturas Ido ya debe de haberlo recuperado.
Sennar se apoyó en la silla y le lanzó una mirada inapelable.
—Tú deberás llevar a cabo el ritual, ¿comprendes?
—Ya lo sé. Lo supe desde el momento en que inicié este viaje.
—Yo ya no tengo fuerzas, hace tiempo que consumí mis poderes mágicos. Pero puedo asesorarte.
—¿Estáis insinuando que vendréis con nosotros?
Sennar asintió con gesto cansado.
—Tarik está en peligro, no puedo quedarme aquí, mirando.
Lonerin sonrió, y le pareció que Dubhe también lo hacía.
El anciano, sin embargo, no los secundó.
—No podré prestarte ningún tipo de ayuda. Sólo puedo enseñarte a hacerlo, pero ya no soy el poderoso mago que cuenta la leyenda.
Lonerin asintió. Estaba confuso. Era cierto, el estado físico influía en los poderes de un mago, pero no hasta ese punto, y Sennar era un mago extremadamente poderoso. ¿Cómo había perdido sus poderes?
—¿Perdisteis vuestras fuerzas cuando os enfrentasteis a los espíritus?
La mirada de Sennar se endureció, y en su rostro apareció un rictus de dolor.
—No pienso hablar de ese tema.
—Disculpadme —se apresuró a decir Lonerin—, no pretendía ser inoportuno.
Mediante un gesto, Sennar le indicó que no se preocupara.
—Todo va bien, no te preocupes.
Dicho lo cual, se dirigió a Dubhe.
—Y ahora, nos ocuparemos de ti.
* * *
Sennar la examinó tal como habían hecho los otros magos. Se sintió de nuevo como un insecto bajo una lente de aumento, y tuvo que someterse a las pruebas de rigor: brasas ardientes, plantas extrañas, inhalaciones y otras cosas por el estilo. El hecho de que lo hiciera un mago tan poderoso le causaba una extraña impresión, pero por lo demás, todo era como siempre.
—¿Con qué controlas la maldición? —le preguntó.
Lonerin se encargó de responderle.
—Infusión de hierba verde y filtro de dragón mientras estuvo en la Gilda, después creé una poción menos adictiva, añadiendo un poco de piedra rosa. Cuando ésta se terminó, los huyé me aconsejaron que utilizase ambrosía.
Sennar asintió con semblante grave, sin dejar de observar el símbolo.
—Me imagino que habrás sufrido mucho…
Era la primera vez que un mago, al examinarla, hacía referencia a su sufrimiento y, en definitiva, a ella como persona. Casi se emocionó: era como si Sennar hubiera sido capaz de ver más allá de la maldición, como si hubiera vislumbrado a la Bestia, e incluso hubiese adivinado su oficio.
—Sí —murmuró.
—Ya veo… Pronto se cumplirá un año, ¿no es así?
Dubhe asintió.
El anciano mago la miró con simpatía; en su mirada también había tristeza y, sobre todo, complicidad. Le sonrió.
—Antes, cuando he visto cómo te adiestrabas, me has recordado mucho a Nihal, ¿lo sabías? En cierto sentido, sobre ella también pesaba una maldición.
Dubhe se sintió hipnotizada por aquella mirada cargada de tristeza. Ella, como Nihal…
Sennar le soltó el brazo.
—Es un sello transferido.
Dubhe lo miró con extrañeza. Aquello era nuevo, nadie hasta ese momento le había hablado en esos términos.
—Cuéntame cómo te diste cuenta de que lo tenías, y no te olvides de referirme cualquier cosa extraña que te sucediera antes de que la maldición se manifestase.
Dubhe se lo contó todo con voz insegura: desde lo del dardo y el robo durante el cual se sintió indispuesta por primera vez, hasta la matanza del bosque, que describió empleando pocas palabras, pero no por ello menos terribles.
—Está todo claro —comentó Sennar con aire circunspecto—. La Gilda te ha lanzado una maldición, tal como sospechaba, pero creo que lo ha hecho a través de terceros.
Dubhe se quedó pasmada.
—La maldición que cargas sobre tus espaldas iba dirigida a otra persona, y fue derivada hacia ti posteriormente. Te explicaré cómo funciona: existen fórmulas prohibidas que permiten proteger determinados objetos. Si una persona sabe que alguien quiere robar algo muy importante, valioso o apreciado, puede maldecir el objeto, de modo que el ladrón, sea quien sea éste, quede maldito a su vez. Ésa es la forma más sencilla. Si, en cambio, esta persona sabe quién podría estar interesado en robar algo, puede establecer que quienquiera que robe el objeto en cuestión actúe como puente entre la maldición y quien ha encargado el robo. ¿Me sigues?
Dubhe asintió sin convicción. Todo aquello le parecía bastante complicado.
—Pongamos un ejemplo. Cierto mago posee un potente artefacto mágico y se entera de que otro mago lo desea porque sabe cómo usarlo. En las manos de otro resultaría inútil. Entonces maldice el objeto, de forma que, lo robe quien lo robe, el otro mago acabe siendo víctima de la maldición. Es una técnica bastante sutil, si lo piensas. En cuanto el sello haya sido impuesto, y el primer mago se lo cuente al segundo, éste no sólo no podrá tocar el objeto, sino que pondrá todo su empeño en que jamás sea robado. ¿Lo has entendido?
Dubhe asintió.
—Los documentos que robaste estaban protegidos por un sello de ese tipo. La maldición no iba dirigida a ti, sino a quien te encargó el robo. Pero la persona en cuestión halló el modo de salvarse gracias a un sortilegio que sólo alguien que haya estado en contacto con Aster puede conocer, pues él fue quien lo creó. Se toma un poco de sangre de la persona que hay que maldecir, se le aplica el hechizo en cuestión y, finalmente, se infecta al chivo expiatorio. Fuiste tú, en este caso.
Fue como si, de una vez por todas, las piezas acabaran encajando. Dohor. Dohor quería aquellos documentos, que debían de contener alguna revelación sobre el pacto de sangre que había suscrito con Yeshol. La maldición que pesaba sobre aquellas cartas recaería en Dohor. Él, para librarse de la misma, pidió ayuda al Supremo Guardián de la Gilda, que decidió matar dos pájaros de un tiro. La maldición pasaría a Dubhe, y Yeshol, a modo de recompensa, podría llevarse consigo a la que consideraba su oveja descarriada.
Dubhe se quedó inmóvil. Con los ojos muy abiertos.
—Dohor…
Se sintió presa de una rabia ciega. Había sido utilizada por partida doble, sacrificada en aras de las ansias de poder de su propio rey, condenada a cargar con una muerte horrible y una vida igual de insoportable en el puesto de otro, y todo por una mera intriga política. Ya no era sólo la Gilda, ahora su enemigo tenía un rostro, un nombre, era el enemigo de todo el Mundo Emergido. Dohor.
Se agarró al borde la mesa con ambas manos y apretó hasta que la sangre dejó de fluirle y sus brazos empezaron a temblar del esfuerzo.
—¡Traidor, maldito embustero!
Se puso en pie de un salto, y la silla cayó al suelo.
—¡Tranquilízate!
Sintió la presión de las manos de Lonerin sobre sus hombros, pero las apartó con violencia.
—¡Maldita sea!
—No tiene sentido que me destroces los muebles —dijo Sennar, impasible.
Dubhe le lanzó una mirada furibunda. En aquel momento podría destrozar a cualquiera, pero en sus ojos captó una férrea determinación y una compenetración que no se habría esperado jamás. Estrechó los puños, cerró los ojos, obligó a su desbocado corazón a sosegarse, y sus pulmones dejaron de agitarse espasmódicamente en busca de aire.
Se sentó; tenía la mirada vidriosa y furibunda.
—Decidme cómo puede romperse.
Sennar esbozó una sonrisa.
—Si realmente estás segura de que ha sido Dohor, entonces, por fuerza ha de tener en alguna parte un fragmento de esos famosos documentos de los que me has hablado. Es el puente entre ambos: si lograses destruirlos por completo, la maldición volvería a recaer íntegramente en él. Ésa es la esencia del encantamiento que han utilizado para librarlo de la maldición. El primer paso es hallar esos documentos y destruirlos mediante un determinado ritual mágico. Finalmente, deberás matar al destinatario inicial de la maldición.
Dubhe no pestañeó, no se escandalizó, no se estremeció como le sucedía siempre que iba a dar muerte a alguien. Esta vez quería derramar aquella sangre, quería cometer aquel asesinato que con toda probabilidad habría consumado igualmente, con o sin el ritual que la liberaría de la Bestia.
—Soy una ladrona y una asesina, no habrá ningún problema.
Sennar no le respondió de inmediato; se limitó a mirarla.
—Yo sólo te he dicho lo que hay que hacer. Cómo lo hagas, y si lo harás o no, ya es cosa tuya —le dijo por fin.
Dubhe asintió.
Él cerró los ojos.
—Ya no estoy hecho para estas conversaciones tan largas.
Tras lo cual, se dirigió a Lonerin.
—¿Por qué no nos preparas el almuerzo? Así, podremos relajarnos después de tan agotadora conversación. La despensa está detrás de esa puerta.
Dubhe se percató de que el chico la miraba de soslayo antes de alejarse, pero ella no se volvió, no le correspondió. Se imaginaba qué estaría pensando, pero ahora, su promesa de no matar ya no contaba. Sólo contaba el deseo de venganza que sentía arder en su pecho.
Se quedó sentada frente a Sennar, con las manos unidas encima de la mesa y la mirada baja.
—No deberías sucumbir con tanta facilidad a tus ansias de venganza.
Dubhe alzó los ojos de golpe y los clavó en el rostro del anciano mago.
—Vos, en mi lugar, también desearíais vengaros.
—Sin duda. Si me conoces tan bien como tu amigo, sabrás que al menos en una ocasión me vengué de alguien.
Dubhe desvió la mirada y siguió con su argumento.
—Además, en cualquier caso ¿cambiaría algo que no sintiera ese deseo? Tendré que matarlo igualmente, así que, si disfruto haciéndolo, tanto mejor.
—Dices ser una sicaria, pero no tienes ni el aspecto ni la mirada. ¿Realmente deseas convertirte en asesina? ¿Acaso no era eso lo que quería Yeshol cuando te obligó a trabajar para la Gilda?
Dubhe se quedó descolocada. No lo había contemplado desde ese ángulo.
—Ahí radica toda la diferencia, en el hecho de que el deseo de venganza nos esclaviza, y anula nuestra lucidez. Créeme, sé de lo que hablo. Eso, sin contar con que te sientes insatisfecho hasta el fin de tus días.
Dubhe tuvo la sensación de que la ira empezaba a mitigarse. Se preguntó si esa nueva prueba que al parecer tendría que afrontar en breve, también formaba parte de su destino. Allí adonde fuera, siempre acababa abocada al asesinato, era su eterna condena.
* * *
Tras el almuerzo, cada uno fue por su camino. Lonerin se dirigió al granero a descansar, Dubhe prefirió dar un paseo y Sennar volvió a su estancia.
Se le hacía extraño tener gente en casa, y las emociones del día lo habían alterado. Habían pasado veinte años desde la última vez, y por entonces Tarik ya era una especie de fantasma que deambulaba silencioso y lleno de rencor por la casa.
Sin embargo, no era sólo eso lo que le impedía descansar aquella tarde. Era todo lo que habían dicho, la visión de Dubhe en el bosque mientras se adiestraba. Le había recordado a Nihal inmediatamente.
Tendido en la cama, no dejaba de pensar en el encantamiento que Lonerin tendría que llevar a cabo. Por suerte, el joven no llegó a preguntarle acerca del ritual que lo había privado de buena parte de sus poderes, pero la imagen de aquellos pocos minutos, muchos años atrás, volvió a resurgir, más dolorosa que nunca, tan vívida como si hubiera sucedido el día anterior.
* * *
Ya está todo dispuesto encima de la mesa. Los tarros están alineados, las hierbas desprenden humo en los braseros, el libro, aquel libro prohibido, está abierto por la página exacta. Sennar está sentado a un extremo de la mesa y se retuerce las manos. ¿Lo hará o no lo hará? No le falta el valor, ni la fuerza. No obstante, duda de que sea lo más justo. Pero está desesperado. Tarik se ha marchado, en la casa reina una inmensa y desoladora soledad, y ya no le basta con la pequeña tumba. Ha consumido todas sus lágrimas encima de aquella piedra, y ahora ya no logra hablar con ella. La tumba está muda, y él necesita respuestas.
Se levanta de golpe. Ya no tiene importancia, debe hacerlo, y basta.
Empieza a recitar la fórmula con voz grave y temblorosa, el penetrante aroma de las hierbas se le sube a la cabeza, los caracteres del libro danzan y se confunden ante sus ojos.
La luz apenas se filtra a través de la ventana, pero bastan unas pocas palabras en élfico para que aquella tenue claridad también desaparezca por completo y una densa oscuridad invada la sala.
Sigue hablando, ahora su voz suena más firme, y el poder fluye incontenible a través de sus manos, como aquella vez en la barca con Aires, como todas las veces en que ha dado rienda suelta a sus poderes.
Sólo piensa en el resultado, no importa que las manos le duelan, le quemen, ni que lo más probable es que se consuma definitivamente en el intento. Sólo un minuto, un instante, poder verla un momento, tal como era, como sigue siendo en su memoria.
Ya ha concluido la fórmula. Los sonidos vibran en la oscuridad, pero no sucede nada.
Es normal, sabe que es difícil. Debe insistir. O tal vez no, tal vez debería abandonar, tal vez debería renunciar. Es una fórmula prohibida, y prometió que jamás la utilizaría.
Sin embargo empieza a recitarla de nuevo en voz alta, y de sus manos brota un nuevo poder. Se siente débil, pero su espíritu sigue firme, es la firmeza de la desesperación.
Nada, nuevamente; no obstante embargo, los sonidos que oye ahora son más graves, más vibrantes y consistentes.
Las manos le queman, como si las tuviera metidas en el fuego. Es normal, el mundo de los muertos le exige que entregue parte de su propia vida, de su energía, para poder acceder a su antesala. Vuelve a repetir la fórmula, la grita al vacío, cae de rodillas, exhausto. Es como si le hubieran descarnado las manos hasta el hueso, como si hubiesen exprimido hasta la última gota de su ser. Pero no importa. Todo por ella, todo.
El vacío comienza a adquirir forma, los colores empiezan a danzar en el aire y el mundo conocido va desvaneciéndose. Lo ha logrado. Ha entrado. Lentamente, unas formas imprecisas comienzan a concretarse ante sus ojos, se funden y adquieren unos rasgos más definidos.
Llora, sin lamentarse, oscila entre la alegría y el dolor, y en cuanto su figura se perfila ante él, la reconoce inmediatamente. Es inconfundible, bellísima, única. Su larga melena, tal como la lucía cuando murió, brilla con destellos azules en la oscuridad, y va vestida con sus ropas de guerrera. Sigue tan joven como entonces, mientras que él ahora ya es un viejo, pero no importa.
La ve mirando a su alrededor, confusa, y entonces su mirada desciende hasta donde él se encuentra y lo reconoce.
—Nihal…
Ella le sonríe con dulzura. ¡Cuánto ha echado de menos aquella sonrisa! Vale la pena morir por aquella sonrisa, por aquel instante único que le ha brindado la posibilidad de volver a verla. Ahora ya puede perder toda su energía y disolverse en la nada.
—¿Qué estás haciendo, Sennar?
Tiene la voz triste, y la mirada. Hubo un tiempo en que él la protegía, volvía a ponerla en pie cada vez que se caía, la ayudaba a encontrar el camino. Ahora parece al contrario.
—Quería volver a verte, sólo eso. Te echo tanto de menos…
—Yo también te he echado de menos.
Extiende una mano hacia él, le acaricia la mejilla, pero su mano no tiene consistencia, es intangible. Y aunque él ya lo sabía, se le hace insoportable no poderla tocar.
—¿Qué te ha sucedido? Antes no habrías hecho algo así.
—Antes yo era distinto. Ese yo murió para siempre. Está contigo en tu tumba, y lo que quedaba de él se lo ha llevado Tarik.
—Él te quiere, aunque se lo niegue a sí mismo.
—Sólo te ha querido a ti.
Ella le sonríe con tristeza, pero parece tranquila, serena. Está en paz, como durante sus últimos años, feliz junto a su marido y su hijo.
—Sabes que no es justo que estés aquí, no es tu sitio, y tampoco el mío. Vuelve atrás, Sennar.
—No puedo vivir sin ti.
—Un día volveremos a estar juntos, amor mío, pero ahora no, así, no. ¿No ves que te estás consumiendo, que te estás matando?
—Me da igual. Tarik me ha abandonado, ha emprendido su camino, ya no sirvo para nada. Llévame contigo.
El rostro de Nihal se ensombrece de dolor, y Sennar siente una desgarradora punzada, intenta acariciarle la mejilla, pero le fallan las fuerzas.
—Tú no puedes morir. En el futuro volverán a necesitarte, aún no has concluido tu misión. Y además yo no quiero que mueras.
Las lágrimas dibujan unas finas líneas en las mejillas de Sennar.
—Pero ¡ya no puedo seguir viviendo!
—Eso no es verdad, y lo sabes. Deja que me marche, te lo pido en nombre de todo los años felices que pasamos juntos, deja que me marche.
—Llévame contigo.
Pero su poder se está consumiendo, la energía se ha agotado. Sennar cierra las manos lentamente, casi contra su voluntad. Hay cosas que no puede hacer, por mucho que lo desee. Ella se desvanece poco a poco, como el humo que se expande en el cielo. Sonríe, mientras su rostro se disuelve en la oscuridad.
Sennar la llama, pero Nihal ya está marchándose, regresará entre las sombras y ya no podrán volver a verse. Le ha dicho que algún día volverán a estar juntos, pero él no lo cree.
La oscuridad se disuelve, la habitación se sume de nuevo en la penumbra; Sennar se echa al suelo y empieza a llorar. Tiene las manos ennegrecidas y ha perdido gran parte de su poder. Pero ha visto su sonrisa.
* * *
Sennar cerró los ojos, y una lágrima solitaria descendió por su mejilla. No le quedaban muchas por derramar. Seguía tendido en la cama; se volvió del otro lado y observó la luz que se colaba a través de los postigos, como aquella tarde.
«Nihal…».
Después de todo, tenía razón. Aún lo necesitaban.