26
La tumba en el bosque
LONERIN se despertó bastante pronto. La luz matinal se filtraba a través de las irregulares tablas del granero.
Desde el inicio del viaje era la primera vez que al despertar podría decir que se sentía en paz, como si al fin hubiera cumplido con su deber. Ahora todo estaba en manos de Sennar. Podía permitirse un día de tranquilidad y reposo.
Se volvió y vio a Dubhe junto a él, durmiendo de lado, con la mano cerca del puñal, como siempre.
La herida que le había infligido ya se había transformado en un dolor sordo y melancólico instalado en el fondo de su corazón. Tal vez tuviera razón ella. Tal vez el amor que sentía no era más que piedad, sólo eso. Él, por su parte, creyó ver en sus ojos algo que en realidad no existía, y trató de amarlo y protegerlo.
Mientras pensaba en todo aquello, instintivamente se llevó la mano al pecho y se sorprendió cuando sus dedos palparon una bolsita. Era como si no la hubiera llevado encima todo ese tiempo. La reconoció al instante. Contenía el mechón que Theana se había cortado antes de su partida. La recordó, hermosa y atenta como siempre, y tuvo una sensación de calidez en el pecho. Miró a Dubhe, y aquella vaga imagen se disolvió. Tal vez ella no fuese la mujer de su vida, pero cuando la veía así, tan indefensa y necesitada de ayuda, la encontraba irresistible.
Se levantó sin pensarlo, cogió sus cosas, abrió la puerta del granero sin hacer ruido y salió afuera como impulsado por un resorte. Tener a Dubhe tan cerca y al mismo tiempo sentirla tan infinitamente lejana se le hacía insoportable.
En el exterior, el aire de la mañana era fresco y la luz resultaba cegadora. En cuanto sus ojos se hubieron habituado, echó un vistazo por los alrededores y vagó sin rumbo, dando gracias por poder estar allí, al final de su viaje, sin ningún pensamiento rondando por su cabeza, salvo aquella sutil tristeza que acababa resultando casi placentera.
El corazón le dio un vuelco cuando vio a Sennar dirigiéndose hacia la espesura. No acababa de asimilar el hecho de estar tan cerca de uno de los más grandes magos de todos los tiempos, un héroe, autor de algunos de sus libros preferidos.
Lonerin lo siguió sin saber exactamente por qué. Sin duda era toda una descortesía comportarse así con el anfitrión, pero sentía curiosidad. Sennar había sido un motivo de inspiración en infinidad de casos a lo largo de su vida. El maestro Folwar lo había adiestrado tomando a Sennar como referente mítico, como modelo que había que imitar. Él también era huérfano, él también había sentido la tentación de dejarse llevar por el odio… Todos aquellos aspectos de su vida suscitaban la admiración de Lonerin, y se preguntaba si algún día llegaría a ser tan grande como él.
Se mantuvo a una ligera distancia, estudiando el paso incierto y fatigoso del viejo mago. Arrastraba casi por completo la pierna mientras se apoyaba en el bastón. Se hacía extraño verlo tan cansado y vencido. Sus hombros huesudos se marcaban a través de la túnica, y Lonerin tuvo la dolorosa impresión de que los años habían arruinado sin piedad todo cuanto aquel hombre había sido.
El paseo no duró mucho, pues Sennar se detuvo en un minúsculo calvero entre los árboles. Había una pequeña lápida cubierta de hiedra. Tras un considerable esfuerzo logró arrodillarse y por fin se sentó enfrente, con las piernas cruzadas. Apoyó una mano en la piedra, cerró los ojos e inclinó la cabeza.
Lonerin apartó la vista al instante, se sentía terriblemente incómodo. No habría debido seguirlo, y sobre todo no debería permanecer allí profanando un momento tan triste e íntimo, que pertenecía a aquel hombre tan admirado. Cerró los ojos, y de pronto le vino a la mente la lápida de su madre, en la Tierra de la Noche. Cuando era pequeño, había estado ante la tumba un día entero. Fue poco antes de irse con su tío y cambiarse de casa. Él no quería marcharse, no lograba apartar los ojos de aquel pedazo de madera donde sólo habían grabado dos iniciales y una fecha.
Se apoyó en un árbol, arrastrado por una oleada de amargos recuerdos.
Cuando volvió a abrir los ojos, Sennar se encontraba a un paso de distancia. Lo miraba con los ojos vidriosos y la mano crispada sobre el bastón.
—Lo siento, yo… —No había justificación posible.
—¿Sentías curiosidad? ¿Querías saber si se trataba de un mausoleo, una estatua o algo por el estilo?
—No…, yo…, sinceramente no sé…, no tenía ningún motivo para…
Sennar pareció relajarse al percibir su consternación.
—Es un lugar privado, ¿comprendes? No es un monumento que pueda visitar todo el mundo, esa lápida es sólo para mí. No es tuya, no es del Mundo Emergido, es mía, de Nihal y de Tarik, si algún día vuelve aquí.
Lonerin bajó la mirada.
—Lo comprendo, y estoy desolado. No imaginaba que vendríais aquí. Me he despertado temprano y tenía ganas de caminar.
Sennar esbozó una sonrisa, e hizo un gesto de indiferencia con la mano.
—A veces soy demasiado severo.
Se sentó con esfuerzo junto a la lápida, mirando fijamente hacia delante.
Vengo aquí todas las mañanas. Es un ritual estúpido, lo sé, pero lo necesito.
Lonerin también se sentó.
—No es estúpido. Lo comprendo perfectamente.
El anciano se volvió y se lo quedó mirando.
—¿Tú también perdiste a alguien?
Lonerin asintió.
—Su tumba está muy lejos. Nunca he podido regresar. De niño me pasé mucho tiempo delante, esperando que sucediera algo… No volveré allí hasta que la Gilda haya sido aniquilada.
Sennar guardó silencio, y Lonerin hizo lo propio. Sin embargo, no pudo evitar echarle un vistazo a la lápida. Era sencilla como la de su madre, pero de piedra. La hiedra casi la cubría, pero el nombre y la fecha podían leerse perfectamente. Hacía casi treinta años que había muerto.
—¿Cómo sucedió? —le preguntó de improviso.
Le pareció que Sennar se ponía tenso, y el joven se arrepintió al instante de haber formulado aquella pregunta.
—De un modo muy tonto. Fue por culpa de los elfos que vivían en la costa. En cuanto llegamos, después de pasar muchas peripecias recorriendo estas tierras, fuimos a su territorio. A Nihal le apetecía ver a sus antepasados. —Suspiró—. Solemos imaginarnos las cosas de un modo, cuando la realidad es otra bien distinta. Los elfos son un pueblo hostil, odian a todas las razas del Mundo Emergido, porque tuvieron que exiliarse de aquellas tierras muchos años atrás. Durante el primer viaje nos capturaron y nos encerraron en una celda. Tuvimos que hacer uso de toda nuestra diplomacia para negociar la libertad, y cuando logramos salir nos prohibieron volver a pisar aquella zona. Nos atuvimos a lo convenido. Además, empezamos a relacionarnos con los huyé, y ya no nos vimos en la necesidad de regresar a la costa.
Sennar se interrumpió, y miró fijamente al suelo.
—No obstante, un día se produjo un incidente. No sé exactamente cómo, tengo un recuerdo más bien confuso. Desde que llegué aquí me dediqué a realizar experimentos sobre los recursos mágicos de estas tierras. Ya habrás notado que son muy distintas del Mundo Emergido.
Lonerin asintió. Todo cuanto habían experimentado Dubhe y él durante el viaje le había parecido extraño, peculiar; incluso la energía del Padre del Bosque le pareció distinta de cualquier otra cosa que hubiese conocido en el Mundo Emergido.
—Aquí, los espíritus se hallan más próximos a los seres vivos, supongo que ya te habrás dado cuenta. Algunos son espíritus de difuntos, que de algún modo impregnan esta tierra. Los oyes gritar por la noche, los ves merodear entre los árboles buscando no se sabe qué. Otros son seres cuya naturaleza aún no he logrado dilucidar en todos estos años. En definitiva, hay poderes latentes que podrían utilizarse con fines mágicos, y desde que llegué a esta tierra no he hecho otra cosa que tratar de identificarlos y averiguar cómo podrían usarse. Sucedió cuando estaba llevando a cabo un estudio con una serie de savias extraídas de las plantas. Hasta un tiempo después no se me ocurrió pensar que probablemente fui poseído por algún ente extraño o por su espíritu. El hecho fue que empecé a sentirme mal, y fui empeorando día tras día. Sentía mi mente dividida en dos, como si alguien forzase los límites de mi conciencia, hablándome de venganza, de rabia y de un antiguo crimen. Empecé a ceder físicamente, y a partir de ahí hubo un punto de no retorno. Al principio Nihal intentó ayudarme con las pocas nociones de magia que poseía, y más tarde acudió a los huyé. Pero ellos por lo general son sacerdotes, excepcionales sacerdotes, diría yo, aunque prácticamente neófitos en el verdadero arte. Entretanto yo seguía empeorando, y cada vez me parecía más al fantasma que me había poseído. De modo que Nihal decidió ir a ver a los elfos.
Una nueva pausa. Lonerin se sentía fascinado con la historia que estaba escuchando, pero comprendía que a Sennar aquella confidencia debía de resultarle dolorosa.
—Lo intentó por las buenas pero, como era de esperar, no se avinieron a razones. Sin embargo, ella no se rindió, secuestró a un mago élfico y lo condujo por la fuerza hasta nuestra casa.
Se pasó las manos por la cara, y cada vez tenía la espalda más encorvada.
—Lo obligó a curarme. Los elfos saben cómo hacerlo, ellos mantienen una relación simbiótica con este lugar, tal como hicieron en el pasado con el Mundo Emergido. Me liberó del espíritu que vivía en mí, pero, por contra, me sumió en este infierno del que aún no he logrado salir.
Tenía la voz rota de la emoción.
—Los elfos dieron con nosotros, rescataron al mago y nos condujeron a su territorio para ser juzgados. Para ellos, lo sucedido no tenía precedentes, había sido un atropello en toda regla. Ni siquiera se apiadaron de Tarik, que por entonces era un niño, y también lo apresaron. No podía hacer nada para defenderme ni a mí mismo ni a mi familia. Me sentía débil, apenas podía sostenerme en pie, mis poderes habían desaparecido. Exigieron mi vida para resarcir nuestra culpa.
En el claro se impuso un denso silencio. Extraños ruidos de fondo, el canto de un pájaro invisible, y nada más.
—Para salvarme, Nihal declaró ante el tribunal que la culpa había sido suya, que fue ella quien perpetró el crimen y que lo justo era que fuera ella quien pagara, no yo. Si hubiera tenido mis poderes, si mi estado de salud no hubiera sido tan precario…, ¡jamás se lo habría permitido, jamás! Estaría muerto, y nada de esto habría sucedido.
Sus ojos desprendían una furia tan vehemente que Lonerin se asustó. Traslucían un gran sentimiento de culpa, que el horror de todos aquellos largos años de soledad había dejado profundamente impreso en su mirada.
—Actuó con demasiada rapidez. Le bastó con romper la piedra central del medallón, el talismán del poder, del cual dependía su vida. Un rápido golpe de espada antes de que nadie pudiese intervenir. Tarik y yo la vimos caer sin pronunciar un solo lamento, y puede que también sin sufrimiento. La vimos y no pudimos hacer nada. Los elfos lo vieron todo, impasibles, y al final nos dijeron que el crimen había sido pagado y que éramos libres.
Sennar cerró los puños, furioso; sentía un desdén infinito hacia sí mismo.
—Al principio quise abandonarlo todo, el dolor era excesivo. Pero estaba Tarik y, naturalmente, no podía dejarlo solo. Él se convirtió en la razón de mi existencia, en la fuerza que me permitió seguir adelante. Quería darle toda la felicidad que merecía, lo que le había tocado presenciar resultaba demasiado injusto.
Suspiró.
—No es necesario que te diga que eso también acabó convirtiéndose en un patético fracaso. Tarik jamás olvidó aquel día, y sabía perfectamente que toda la culpa era mía. Siempre fue consciente de ello, y yo jamás se lo he negado. Conforme fue creciendo, su odio aumentó cada vez más, y yo tampoco tuve fuerzas para educarlo de verdad, para ser un verdadero guía, un verdadero padre. A los quince años ya no quiso volver a saber nada de mí y se marchó. No he vuelto a verlo.
Sennar guardó silencio, y Lonerin no supo qué decir. No tenía palabras para aliviar su dolor. Se limitó a permanecer a su lado, junto a la lápida en el silencio del pequeño calvero.
—¿Y qué sabes de Ido? —preguntó de pronto Sennar, transcurridos unos minutos.
Miró a Lonerin con los ojos brillantes, esforzándose en recuperar el aplomo, como si quisiera negar aquella confesión que tal vez ya se estaba arrepintiendo de haberle hecho.
—Le escribí algunas cartas, pero cuando Tarik se marchó, no sé, perdí las ganas de comunicarme con nadie.
—Está bien —contestó Lonerin, sonriente—. Sigue combatiendo, pero ahora lo hace solo. Lo declararon traidor a la causa de Dohor, luchó durante años en la Tierra del Fuego, mientras fue posible. Después pasó a formar parte del Consejo de las Aguas, que agrupa los últimos territorios totalmente desvinculados del poder de Dohor. La Marca de los Bosques, la del Agua y la Tierra del Mar.
Sennar parecía estar ligeramente confuso.
—Desde luego, las cosas han cambiado mucho desde mis tiempos…
—Ya lo creo… Ido partió en busca de vuestro hijo. Perdimos su rastro, pero me consta que él decidió avisarlo del peligro que corría y protegerlo.
Sennar asintió.
—Eso debería haberlo hecho yo…
—Vos estáis aquí, no podíais saberlo.
—Tal vez tendría que haber regresado al Mundo Emergido, ése era mi destino. Huir de él fue un error por el que he pagado un alto precio. Pero cuando Tarik se marchó, me sentí totalmente inútil, acabado. Comprendí que no debía seguirlo, había escapado a mi control, ya era un hombre, y era de justicia que no continuara imponiéndole mi dolor ni mi soledad.
Guardaron silencio durante un tiempo, y entonces Sennar estalló en una amarga carcajada.
—Hacía muchísimo tiempo que no hablaba de estas cosas, y ahora lo estoy haciendo con un extraño.
Lo miró con simpatía, y Lonerin se sintió reconfortado.
—Tu amiga ya se habrá despertado, es hora de desayunar. Y ya que estás aquí, ayúdame. Levantarse del suelo con esta pierna constituye toda una proeza.
Lonerin así lo hizo, y le pareció extraño que un espíritu tan grande tuviera que verse recluido en un cuerpo tan débil a esas alturas. El brazo huesudo de Sennar parecía extremadamente frágil bajo la firme sujeción de su mano.
Caminaron en silencio, pero no había la menor hostilidad en su mutismo, sino más bien una especie de muda complicidad que ahora parecía unirlos.
Un poco antes de llegar a la casa, aún en pleno bosque, se cruzaron con Dubhe. La vieron moverse entre los árboles, rápida como una gata, y oyeron el silbido de sus puñales.
Estaba adiestrándose. Lonerin recordó la primera vez que la había visto haciéndolo, la hostilidad que había sentido al descubrir lo mucho de la Gilda que había en ella. Ahora era distinto. Ahora, cuando la veía tan ágil y precisa en sus movimientos, la encontraba intolerablemente hermosa, perfecta y fuera de su alcance. Era una fruta prohibida, demasiado inasequible, y seguía constituyendo un misterio para él, a pesar de la noche que habían compartido y de las aventuras que habían vivido. La herida, oculta en lo más profundo de su corazón, empezó a quemarle de nuevo.
Sennar estaba a su lado, y contemplaba a la chica con una mezcla de admiración y melancolía. Quién podía saber qué había despertado aquella escena en su memoria, qué dulces —o amargos— recuerdos.
Con toda seguridad los había oído y los había visto, pero había seguido entrenándose como si nada. Se detuvo de golpe y lo miró, pero el anciano se encaminó sin demora hacia la casa, dejando a los dos jóvenes solos.
La expresión de rostro de Dubhe se suavizó en cuanto intercambió una mirada con Lonerin, y a él le molestó. Desde aquella noche lo trataba con condescendencia, como si fuera de cristal. Comprendió al momento a qué se refería ella cuando le decía que no quería que la tratase de forma compasiva.
—¿Dónde estabais?
—En la tumba de Nihal —fue su lacónica respuesta.
Los ojos de Dubhe se iluminaron de pronto.
—A mí también me habría gustado ir…
—Ha sido mejor así, créeme. Te has ahorrado el enésimo drama.
Lonerin tomó el camino hacia la casa, y al poco oyó los pasos de ella tras de sí.